Igual que Saint-Exupéry, cuando yo era pequeño perdí una magnífica oportunidad de ser pintor. Dibujaba caballos colorados y, como a él, me dijo la gente mayor que me dejara de fantasías y me dedicara a estudiar para ser el día de mañana un hombre de provecho.
Le hicimos caso los dos. Él se hizo aviador y yo cirujano. Traté de encontrar belleza en la forma y la función de los órganos y tejidos corporales. Busqué, incluso, creatividad en la reconstrucción de intestinos y conductos. Pero no lo conseguí. Me ha servido, eso sí, como a Antoine, para vivir en mi entorno y de mi entorno, pero ha sido insuficiente para satisfacer mi necesidad creativa.
El autor de “El Principito” desapareció en plena actividad profesional sin poder realizar su sueño. Yo, en cambio, ahora jubilado, dispongo de todo el tiempo del mundo para hacer lo que me gusta. No haré más cosas de provecho; me dedicaré a pintar caballos colorados.
Pero... ¡pobre de mí!, cuando me puse ante el lienzo solo me salían caballos grises, planos, como sin vida. Apesadumbrado salí a la calle a buscar colores para mi paleta..., pero no los encontré.
Ayer, casi sin querer, me topé con la palabra y me ofreció conversación. Frases de información y conocimientos, pero que también son llaves del trastero donde están las sensaciones que provocan sentimientos. Y me he quedado allí para aprender a dibujar con ellas.
Ahora, además de pintar caballos colorados, disfruto dibujando con palabras.