Un siglo y medio a.C.,
aprovechando una debilidad puntual del control sirio sobre Jerusalem,
la secta macabea, escondida en el desierto, consiguió recuperar su glorioso y productivo templo, abandonado y vilipendiado
por una sociedad ya integrada en la vida y cultura griegas
(“Janucá”). En el siglo XXI, el soterrado nacionalismo catalán, ante la
crisis económica de España, se adueñó de la Generalitat.
No conforme con la gesta,
la guerrilla de Judas “macabeo”, pretendió
apoderarse del resto de la ciudad helenizada asediando la llamada
“ciudadela” al tiempo que ocupaba, sin esfuerzo, el pacífico
pueblo serrano de Batsur. El president, apoyado por partidos interesados y las turbas de
la CUP, ANC y Omnium, ha cerrado el parlament y pretende instaurar una república independiente.
El
nuevo rey sirio reunió una gran fuerza guerrera y atacó Batsur, la recuperó y marchó sobre Jerusalem para liberarla del
nacionalismo macabeo. El gobierno central, ha procurado el
apoyo político y legal, y ataca con el 155 de la Constitución para
liberar Cataluña del nacionalismo.
Judas,
desde lo alto del desfiladero de Batzacarías, valoró la invencible
fuerza siria y rechazó la contienda en campo abierto. Su orden de
retirada a Jerusalem, a resistir tras la protección del templo, no es cumplida por
su hermano Eleazar (Lázaro) que, no resignado a recular, plantó batalla al enemigo: atacó el poderío del elefante, supuestamente
real, y clavó la espada en su barriga. El enorme animal herido se
desplomó sobre él y le aplastó mortalmente. El govern y
sus apoyos se reúnen hasta la madrugada valorando una estrategia y, aunque la prudencia
aconseja el abandono del “proces”y mantenerse en el poder, Lázaro Puigdemón decide
declarar la independencia atacando donde más duele:
violencia callejera, protegida por los “mossos”, antesala de un
conflicto civil a escala nacional. Sabe que el elefante de la Ley lo
matará políticamente y lo meterá en la cárcel, pero no tiene otra honrosa salida que la inmolación por el nacionalismo.
Tiempo
después, muchos caudillos judíos trataron de imponer el mismo credo sin conseguirlo. Roma abortó el último intento, destruyendo su
icono y desterrando a su gente para siempre. ¿Para siempre?
Esperemos que, como Jerusalem, Cataluña no se convierta en un lugar
imposible de habitar por su fanatismo excluyente.
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