Yo soy un niño de la
postguerra. Nunca lo noté pero cuando fui mayor me enteré que era
miembro de una familia humilde que bregaba por sobrevivir en un
entorno social de opresión, de dolor, perplejidad y hambre física.
Mis padres se ocuparon de quitarme el hambre pero no los sabañones,
el moquillo con el frío y diarreas estivales por aguas insalubres
que fueron compañeros míos inseparables. Me zafé de enfermedades
implacables, de muertes frecuentes o secuelas lacerantes. A pesar de
todo fui feliz; todo lo feliz que son los niños cuando tienen quien
les cuide, cuando el deseo y la ilusión de vivir prevalecen sobre la
desgracia, cuando ignoran la envidia y el fracaso.
Un barracón de obra
sirvió de escuela acogedora donde un entrañable anciano venerable
me enseñó las cuatro reglas, el catecismo y a cantar villancicos en
Navidad, que era todo lo que tenía que saber. Jugué al fútbol con
alpargatas y pelota de goma, en un llano terrizo sin límites de
campo, ni porterías, ni árbitro, ni entrenador, ni marcador, ni
tiempo. Me bañé a escondidas en el río y a escondidas me asfixió
el primer cigarro, consciente de transgredir normas no escritas. Todo
gratis. Descubrí, después, el volcán de sensaciones que provocan
las niñas, hasta entonces inadvertidas, y la timidez que acompañó
la señal de mi elegida; el nudo el la garganta de su mirada y de su
risa. El temblor del roce de su mano. El mundo boca abajo de su beso.
Todo gratis. El deseo me llevó en volandas a estudios superiores
(también gratis) y a buscar mi lugar en el sol.
Solo entonces, desde mi
ventana, me llegaron rumores del secuestro. Decían que habíamos
sido reprimidos, que habíamos tenido encarcelada nuestra libertad.
¿Libertad?, ¿qué es libertad? —pregunté—, ¿cómo he podido
vivir sin darme cuenta de su ausencia? Ahora ya se lo que es el odio,
la envidia, la venganza. Quieren que viva de la forma que otros
quieren. Me obligan a ser feliz como ellos sienten. Tengo que pensar
y desear lo que tienen como valores definidos. Nada gratis. Esta
libertad que nos imponen es muy cara; son necesarias grandes sumas de
recursos que sostengan esta nueva forma de vivir. Hay que trabajar
duro; trabajar ya no es una maldición divina, ahora es ¡¿un
derecho?! que tiene el ser humano para realizarse, para presentarse
ufano ante la diosa “Libertad” de una sociedad inventada.
Una sociedad que obliga a
mirar hacia delante, que incendia todo lo que queda por detrás, que
quiere borrar los recuerdos, incluirlos en un paréntesis y
guardarlos en el desván de la ignorancia porque están proscritos,
porque no se pueden exhibir, porque hay que avergonzarse de haber
vivido en un tiempo maldito, como si lo hubiéramos escogido.
Teníamos de haber sido desgraciados; haber sido feliz es un pecado
que hemos de purgar con el silencio. Debemos estar locos los que así
pensamos y nos expresamos; “nostálgicos” nos dicen,
“reaccionarios”, “fascistas”..., porque hemos sido cómplices
de no se qué, que hemos apoyado a no se quién, que hemos humillado a
no se cuántos; cuando lo único que hacemos es tratar de conservar
lo que somos, lo único que tenemos, nuestros recuerdos, nuestra
alma.
¡Malditos los gestores
de esta “libertad”! que, paradógicamente, me obliga a renunciar
a lo que soy.
Indudablemente, es usted capaz de ponernos un nudo en la garganta cuando reflexiona sobre los sentimientos. La libertad....ese monstruo al que todos llaman asì, felices por dejar oir la voz de la nada, trabajar en lo que otros le dejaron o dictaron, votar al partido que algunos con su estrategia mediàtica nos convencieron. Libertad es vivir y es difìcil tenerla. Usted fue feliz, es feliz, es la ùnica libertad que depende de la elecciòn del individuo, aunque sea un pecado como usted dice.
ResponderEliminarEnhorabuena, me uno en su sentimiento.
Incluso en la más duras condiciones,la vida de un niño "cuando tiene quien le cuide y lo alimente" siempre es y ha sido feliz independientemente del político y de la ideología del momento.Es absurdo echar en cara a nadie que proclame que ha sido feliz en su infancia,aunque los tiempos no lo fueran.Lo que cuenta es cada persona.
ResponderEliminarAhora bien,aunque esa felicidad no nos la va a quitar nadie y nadie nos va a convencer de otra cosa,no pasa nada por reconocer que en ciertos aspectos podría haber sido mejor aún.Nos reímos ahora del hambre que pasamos,de los sabañones o del frío cruel,pero si no hubieran existido seguro que nuestra felicidad infantil hubiera sido un poco más completa.En este país solemos cometer el error de verlo todo de color blanco o de color negro sin tener en cuenta para nada los grises.
Interesante entrada.
Saludos.
Un emotivo testimonio de que la felicidad de los niños no la proporciona lo que materialmente se tiene, sino un espacio donde jugar con los amigos y, sobre todo, de saberse protegidos y queridos de sus padres.Todas las otras privaciones y la dureza de la postguerra solo la sufrieron los adultos porque eran
ResponderEliminarconscientes de lo que pasaba y por no poder darles a sus hijos mayor bienestar.
Me gusta esta sincera evocación de la España en zapatillas. Es nuestra historia,y, como bien dices, forma parte del alma y debe permanecer en la memoria.
El que de adultos añadamos a esos recuerdos felices, una visión crítica de aquella época, no pueden borrar los momentos en que, a pesar de la precariedad, los niños de la postguerra fuimos inocentemente felices.Porque los niños tienen una capacidad enorme para encontrar alegría si se sienten queridos, abrazados, protegidos con mimo.Eso es lo que ellos entienden y necesitan.
Como siempre, remueves emociones.
Un abrazo.