Mi lugar de veraneo está
plagado de “guiris”. Los ves por todas partes y a cualquier hora;
aparentemente son como nosotros pero se distinguen porque hablan
raro, no nos entendemos. La mayoría de los españoles no sabe inglés
por lo que daneses, alemanes, franceses o rusos, si no saben nuestro
idioma deben utilizar la mímica para hacerse entender. Y ocurre que,
a pesar de sus sonrisas, su inclinación de cabeza y algún que otro
extraño gesto, no consiguen hacer saber lo que quieren decir. Y es
que el idioma es capaz de separar a los iguales.
Digo ésto porque el
objetivo básico para el separatismo catalán no es usar su idioma
para unir a catalanes sino ignorar el castellano —español, a estas
alturas— para separarlos del resto de los españoles. Y, como es
imposible hacerlo olvidar a los que ya lo saben, es necesario
asegurar que no lo aprendan de pequeños —su llamada inmersión
lingüística—. A eso se han dedicado los políticos nacionalistas
con la aquiescencia y la colaboración de otros políticos y
entidades sociales de aquí y de allá, de forma que las nuevas
generaciones puedan ser fácilmente adoctrinadas y no obedecer otra
cosa que sus intereses espurios. Por supuesto no todos ignorarán el
castellano: los padres de la patria catalana preservarán un resto
(¡Cuánto me acuerdo de ti, Isaías!) para guiar, salvar, controlar
al pueblo y camuflarse en España cuando convenga. ¡Asco de
salvadores y pobre gente ignorante!
Pero el fanatismo
nacionalista tiene un enemigo invencible en las manifestaciones
humanas universales como el arte, la música y, sobre todo, el humor,
que se saltan todas las barreras y dejan sus pretensiones en
ridículo, como este cuento de verano:
Resulta que el tal
Junqueras, de ERC, una mañana de calor se sienta en la terraza de un
bar, en Lloret de mar, y va a atenderle un gaditano que trabaja allí
de temporero.
—¿Le pongo un “rioja”?
—sugiere, amablemente, el camarero.
—Yo soy catalán y solo
tomo cava —responde displicente el político.
—Bueno amigo le pongo
un cava frío.
—Yo no soy amigo de los
andaluces.
—Vale, compadre.
—Yo no soy compadre de
usted.
—No se ponga usted así,
maestro.
—Yo no soy maestro; soy
político de izquierda nacionalista.
Entonces es cuando sale
el arte gaditano.
—¿Qué te pongo
entonces, bizco? ...¡Y, por tus castas, no me vaya a decir que no
eres bizco!
Y es que el humor pone en
evidencia la majadería más grande.
Buen "chascarrilo" es que los andaluces tienen una gracia que no se puede aguantar. Fuera de bromas, el nacionalismo catalàn, llevado a Junqueras y de màs elementos similares solo puede tomarse con humor. Quieren hacer de sus hijos analfabetos, que no puedan leer en castellano que es en la lengua que la mayorìa de los libros tiene (traducciones incluidas) y, la mayorìa apuesta por el aprendizaje del inglés que me parece muy bien, pero me parecerìa aùn mejor el del castellano.
ResponderEliminar