Había leído, hace ya
tiempo, un comentario de la entonces consejera de Cultura de la
Generalitat catalana que consideraba a Velázquez como el ¡precursor
de Miguel Barceló! No se cortó un pelo en asegurar que la obra
magna de Diego da Silva no era más que una búsqueda artística del
gran genio mallorquín. Así pues, me senté en el banco corrido
frente al retablo que ha hecho el artista en la catedral de Palma de
Mallorca dispuesto a contemplar tamaña obra. Trataba de enfatizar mis impresiones visuales para entender
el mensaje del gran genio del arte plástico a fin de
sentir el arrobamiento anímico que su hacer produce, procurando por
todos los medios rechazar la sensación de fraude que se adueñaba de
mí a bote pronto; no quería admitir sin más que aquello que veía
no era más que un bodrio inerte con pretensiones —un camelo,
vaya—; le encontré la explicación al día siguiente, cuando
visité las Cuevas del Drach, en otro extremo de la isla: el arabesco
que creía producto de una genial mentalidad no era más que una
vulgar copia del techo iluminado de una cueva.
Como la tal consejera
—nos ocurre a todos muchas veces— creemos que ocupamos el centro
de la Historia. Sintetizamos siglos de convivencia, culturas,
sociedades, para hacerlos precursores de la actualidad, para hacerlos
teloneros del gran momento, el nuestro, último y definitivo en el
cual se fragua el destino, la razón de la existencia. Es lo que
ocurre a algunos movimientos políticos emergentes que consideran
agotadas las formas de convivir que la humanidad ha ido empleando
torpemente a lo largo de la Historia y creen llegado el momento de
parir la sociedad genial, la perfecta, la original, la definitiva. Y,
con el desparpajo que proporciona la inexperiencia unida a la
soberbia, se disponen a diseñar la vida en sociedad escribiendo en
la pizarra la nueva fórmula para un alumnado ávido de conocer qué
es la felicidad. No debemos ser reacios al progreso; nuestra
salvación y nuestra esperanza como sociedad está en buscar la
perfección; y está bien eliminar piedras del camino, tapar baches,
rectificar curvas, pero no permitamos reinventar formas de convivir
no solo trasnochadas, sino vividas ya como inservibles. No creo
acertado borrar el encerado para empezar de nuevo. No nos atrevamos a
hacer el triple salto si red debajo. Tengamos la prudencia de añadir
valores nuevos a los ya consagrados válidos por la experiencia.
Estoy en desacuerdo parcialmente contigo. Barcelò me gusta. Sigo su obra, sus pinturas africanas y sus grabados para libros me encantan. No conozco la capilla de Palma de Mallorca, trataré de verla por Internet pero me imagino que, por lo que dices, età considerada como en su etapa africana. Comparar a Velàzquez con él es un desacierto por parte de quien lo haya dicho, es como comparar el gòtico con el renacentista o a Balla con Goya. Cada uno sigue su camino y en las sociedades pasa lo mismo. Cada sociedad es un reflejo de sus habitantes y compararlas o adjudicarse la arbitrariedad de elegir una por encima de las otras, aparte de ser una ignorancia, es la forma màs burda de desafìo intelectual. Estoy de acuerdo contigo que el pasado sirve como trampolìn para una nueva sociedad, ni mejor ni peor que la anterior solamente distinta de acuerdo con los que la pueblan.
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