El historiador Flavio
Josefo describió en sus “Antigüedades judías” la epopeya del
movimiento macabeo. En su lucha con los sucesores de Alejandro, el
pueblo judío sufría la consecuencia del insobornable precepto
sabático; refiere en su libro XII,268: “ Y es que la ley nos
impone a nosotros la obligación de permanecer inactivos ese día.
Consiguientemente, murieron asfixiados en las cuevas, entre ellos y
sus mujeres e hijos, sobre unos mil, y muchos que lograron salvarse
se unieron a Matatías, a quien designaron su comandante. Pero éste
les informaban de que ellos debían luchar en el propio sábado,
diciéndoles que si no lo hacían, por guardar la ley, se combatirían
a sí mismos, toda vez que los enemigos les atacan en ese día
mientras que ellos no se defienden, y que de esa manera no impedirían
en modo alguno que perecieran todos sin presentar batalla. Al
hablarles en esos términos los convenció, y hasta el día de hoy
permanece vigente entre nosotros la costumbre de luchar incluso en
sábado en caso de necesidad.”
En España, hace ya
cuarenta años, salimos del aula dictatorial y buscamos como locos el
recreo de libertad y, en esa locura colectiva, invitamos a todos a
jugar a la utopía. Pero confundimos la Democracia con la ausencia de
ataduras, con la vacuna de peligros autoritarios, con la amistad de
mano tendida. No supimos — no podíamos imaginar— que la nueva
convivencia llevaba en su entraña el germen de su propia
destrucción: el nacionalismo.
La Constitución española
permite acceder al poder a partidos que quieren dividir su sociedad.
Son gentes que llevan en su ADN el sectarismo. Su objetivo es hacerse
con el dominio de un sector social usando el fanatismo como método
dictatorial para imponerse a los demás; y lo hacen sabiendo que la
Ley impide no solo combatir su ideología sino obstaculizar sus
pretensiones. Su escenario es la Autonomía y su mano bruñidora es
el adoctrinamiento; la gota continua y reiterada que moldea la roca
de la sabiduría y el sentimiento dejando la huella indeleble del
criterio uniforme. El subproducto es la creación del otro, diferente
— lógicamente, inferior—, enemigo subyugante, humillador, objeto
del odio más profundo; y su aniquilación —su exclusión, al
menos— la consecuencia.
Quizás es el momento de
emular al macabeo y acotar nuestro “idealismo sabático” no
permitiendo que arruinen nuestra sociedad con nuestras propias leyes.
Miremos las naciones europeas, demócratas incuestionables, que
imponen por derecho la no participación electoral a partidos
sectarios y excluyentes. Modifiquemos nuestra Ley con imaginación,
apliquémosla con entereza; impidamos que personas ávidas de poder e
intereses espurios infecten de doctrina irracional a nuestras
generaciones futuras.
Aún tenemos tiempo, no
sé si políticos capaces.
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