24 de diciembre de 2011
Navidad
9 de diciembre de 2011
Recuerdos
25 de noviembre de 2011
Sin título
15 de noviembre de 2011
Flor de jara
3 de noviembre de 2011
¡Cabrones!
(3-noviembre-11)
Estaba tendido en la camilla aparentemente inconsciente. En su brazo, acribillado por pinchazos de la droga, figuraban tatuadas las siglas COPEL (colectivo de presos en lucha). Era un preso peligroso condenado a treinta años por la violación y asesinato de una niña de once años.
Su respuesta a mi intento de explorarlo fue salir bruscamente de su estado y atacarme de forma inesperada. La rápida actuación de los policías que le escoltaban me libró de su violencia pero no de sus insultos y amenazas. Fue una auténtica odisea poder diagnosticar un proceso agudo y disponer la intervención quirúrgica. Su estancia hospitalaria fue un constante interferir negativamente en sus propios cuidados, amenazando al personal que le atendía. Tuvimos que consentir, contra costumbre, la presencia policial permanentemente a su cabecera. Al alta, respiramos tranquilos sabiéndolo encarcelado.
El suceso, ocurrido hace unos veinte años, lo he recordado al conocer la expresión, "¡Cabrones!", que se le ha escapado a una juez que juzgaba, en la Audiencia Nacional, a unos terroristas etarras acusados de homicidio del que hacían mofa. Durante aquella operación, mientras pensaba en la niña violada y asesinada, a mí también se me escapó la misma exclamación: ¡Pedazo de cabrón!; sin embargo, empleé todo mi conocimiento y experiencia en proporcionarle a aquella alimaña humana la posibilidad de seguir disfrutando su vida miserable.
Quiero argumentar así mi convencimiento de que los sentimientos de personas honestas y comprometidas con su deber social, como la juez, no impiden ejercer correctamente su cometido, actuando con la debida justicia y equidad. Mi comprensión y apoyo para la juez. Y a los etarras: ¡Pedazo de cabrones!, no os merecéis una justicia como la que os están proporcionando.
31 de octubre de 2011
Crear
23 de octubre de 2011
Mi barca amiga
22 de octubre de 2011
Otra vez otoño
3 de octubre de 2011
Sotarraño
26 de septiembre de 2011
Amanecer
11 de agosto de 2011
La prima del verano
31 de julio de 2011
Telediario
30 de julio de 2011
Botín
18 de julio de 2011
18 de julio
17 de julio de 2011
¿Cultura?
12 de julio de 2011
El Santa
No sé si se apellidaba “Santa” o era un mote, pero él respondía por ese nombre sin enfadarse. Era bajito, fortachón, y hablaba por los codos. Tenía todo tipo de conversación para usar la adecuada según qué cliente y nunca tenía prisa. Le molestaban especialmente los que se impacientaban y los niños que incordiaban mientras sus madres hojeaban el “Hola” atrasado; entonces, se guardaba el peine y la tijera en el bolsillo del batín blanco de medio cuerpo y, a modo de huelga momentánea, dejaba de pelar y decía en voz alta: «el que tenga prisa que se vaya... y venga luego, que aquí lo espero».
Tenía a gala ser sevillista hasta la médula y haber sido, hasta no hacía mucho, peluquero oficial del equipo de su alma. A todos los jugadores les hacía el mismo tipo de pelado y refiriéndolo, repetía siempre una frase hecha, mientras desplegaba una amplia sonrisa: «todos cortados por la misma tijera, ¡ojú, qué arte!» —se decía él mismo.
Cuando entraba un cliente, si no lo conocía lo miraba de arriba a abajo, diagnosticándolo como si fuera un scanner; marcaba distancia hasta ver “por donde pajeaba”. A los conocidos los saludaba, estrechando fuertemente su mano, mirándolo a los ojos y cuando le preguntaban: «¿cómo estás, Santa?» le respondía irónico:«¡ya ves, aquí, viviendo por los pelos!».
No solo contaba chistes, alguno de ellos muy malos, sino que los protagonizaba y escenificaba, como si él fuera el primer actor, la barbería fuera el escenario y los clientes los espectadores —hasta el que estaba a medio afeitar se volvía para no perder detalle—. Casi siempre eran referidos a anécdotas ocurridas en la propia barbería. Había uno que contaba con una gracia especial:
Resulta que se presento un cliente de esos “pejigueras”, que siempre tienen prisa, se quejan de todo y no dejan propina. Tenía barba cerrada de unos cuantos días y lo medio enjabonó. Y probó para rasurarlo una navaja, ya vieja, que había mandado a afilar. En la primera pasada ya notó que no estaba fina la herramienta, pero el cliente no dijo nada; a la segunda, más embotada todavía, comentó, tratando de no moverse, «Santa: parece que la navaja se atranca un poco, ¿no?». Y le contestó: «no se preocupe usted, don Fulano, que aquí hay un par de cojones pa tirar de ella».
Por razones de estudios, uno de uno clientes preferidos tuvo que ausentarse e ir a vivir durante un tiempo a una ciudad del norte. Cuando volvió en vacaciones, fue a visitarlo. Tenía una abundante melena (que entonces se llevaba).
Mientras descargaba su cabeza le hizo un interrogatorio a fondo, respetuoso, bien llevado y salpicado de frases de admiración. Se enteró de sus progresos pero no supo de su ridícula asignación económica de becario que apenas le daba para subsistir.
—Don Mengano, y digo yo, ¿cómo puede usted vivir lejos de Sevilla?; ¿por qué no se viene usted aunque sea ganando veinte o treinta mil duros menos? —. Era, en su ignorancia, la medida con que expresaba su admiración por la ciudad del Guadalquivir.
Ahora ya no estás, amigo Santa, pero cada vez que vuelvo a Sevilla me acuerdo de tu barbería y de tus chistes malos.