La única obligación
biológica del ser humano es la de mantenerse vivo para poder cumplir
su objetivo: la trascendencia vital. Para conseguirlo, el individuo
puede actuar en solitario —alimentación, por ejemplo— pero para
otras actuaciones —caza, defensa, apareamiento...— necesita
asociarse a sujetos semejantes. Esta beneficiosa asociación,
paradógicamente, es contraria a su conducta natural —el egoísmo— que garantiza la obtención de lo necesario frente
a los demás. Es el control de esas tendencias encontradas el que
mantiene ese equilibrio inestable que llamamos
sociedad y no hay duda de que la solidaridad —inteligente punto
medio entre avaricia y largueza— es la fórmula final más idónea
para conseguirlo.
Pero no siempre ha sido
así. A lo largo de la historia, el hombre ha logrado imponer su
egoísmo sobre la colectividad, para, dominándola, obtener su propio beneficio sin preocuparle los demás.
Y ha empleado para ello tres procedimientos distintos:
1º.- La fuerza. Es la
conducta natural que busca doblegar al colectivo por el miedo a la
violencia. Su nombre convencional es “dictadura” y el
protagonista de la acción es “el caudillo”. Su herramienta es la
amenaza de emplear la fuerza física contra “el enemigo” que
pretende resistirse. Su símbolo son los ejercicios militares y la
exhibición cuantitativa y cualitativa de armamento. Suele durar lo
que dura el caudillo o dictador.
2º.-El engaño. La
oferta salvadora del miedo al sufrimiento desconocido, incontrolable e inexorable de la muerte.
Se llama “religión” y su protagonista es “la iglesia”
que emplea como herramienta el supuesto conocimiento y control de la
divinidad (divino=oculto). Su enemigo es “el demonio” que, perversamente, conduce
a los pecaminosos al sufrimiento al privarlos de la felicidad
eterna que ellos “conocen y proporcionan”. Su símbolo es “dios”, ser
abstracto personificado y tangible que obedece a su intermediación; domina el saber y el intelecto, es impermeable y se
acomoda fácilmente a cualquier situación social. Dura mientras
haya masa suficiente de ignorantes.
3º.- La pérdida de
identidad. El miedo al aislamiento individual desconectando de un entorno físico y humano con el que comparte parentesco, vivencias y
sentimientos. Es el “nacionalismo”, con un “el lider” — o “el mesías”
—rememorando al nacionalismo judío— al que todos siguen. Su doctrina es la defensa a
ultranza de la supervalorada singularidad de “nosotros” frente a supuestos enemigos, “ellos”, y su herramienta es la indignación o el “victimismo”
por su supuesto ataque desintegrador. Su deidad es “la patria”,
que engloba una tradición —“su historia”—, una enseña —“la
bandera”— y un territorio nuevo o expropiado —“el país”—,
por la que, si es necesario, ¡hay que arriesgar la propia vida!
Los tres procedimientos, que como virus políticos, permanecen enquistados en poblaciones desgraciadas a las que mantienen en una interesada situación de incultura y de miseria. Y pudiera parecer que han sido vencidos por el progreso científico y tecnológico, que los han erradicado las experimentadas constituciones democráticas, pero no es así: están silentes entre nosotros, saprofitan las entrañas de nuestra sociedad y solo esperan cualquier descuido defensivo, cobardes al fin, para infectar, solos o asociados, los pilares fundamentales del Estado de derecho de los individuos libres e, inoculándole su veneno amargo, provocarle un fallo multiorgánico mortal de necesidad.