Cuando me dispongo a
volcar mi pensamiento en esta página en blanco tu cuerpo inerte se
funde en un abrazo eterno con la tierra del pueblo que te vio nacer.
No he podido formar parte del siniestro cortejo que, seguramente,
tiene previsto escenificar la rutina social, pero me da igual, porque
tu no eres ese cuerpo amortajado objeto de ritos trasnochados; no
formas parte ya de esa llaga que se entierra y que castigó sin
piedad el último retazo de tu vida. Me dicen que, al final, quisiste
desprenderte de él harto de dolor y desesperanza. Ahora es tu
esencia viva, liberada al fin, la que preña hoy nuestros recuerdos;
tu imagen, tus palabras, tus gestos quedan prendidos de la vida de
los que te quisimos y aún vagamos por esta senda dura, asombrosa e
incierta.
Cuando te conocí ya la
sociedad te había vestido con su traje uniformado; tus méritos
académicos, tus éxitos profesionales y tus dotes personales de
honestidad, lealtad y generosidad habían compuesto el patrón con el
que te paseabas por las calles de una ciudad difícil que terminó
acogiéndote. En ese ambiente, cotidianamente provinciano,
representabas un valor conformista sin nada por hacer; pareciera que
ya tenías “to el pescao vendido” y que tu barca sin timón
buscara el puerto confortable donde bambolearse en las aguas
tranquilas de la charla y los amigos.
Debiera haberte conocido
antes —como suele suceder a paisanos en tierra extraña— cuanto
tanto te quedaba por hacer; cuando, cargada de ilusiones, la proa de
tu barca surcaba el mar abierto del arte de crear; hubiera admirado y
compartido la dificultad de calar el oleaje de un soneto, la
oportunidad del despliegue de una vela como estrofa cuando embarga la
emoción, la sutilidad de la mano en el sedal del que sabe lo que
cantan las sirenas. Lo hice tarde, pero a tiempo todavía de destapar
el inmenso rescoldo de poeta que ocultaba tu modesta timidez; y tuve
que insistir, impertinente, para que tu poesía rebosara tu pudor y
se asomara a la incomprensión de lo vulgar; para que sacaras de
paseo tu vicio oculto, y en la noche solitaria de los tiempos,
tomando la poesía por la esclavina, dibujaras una verónica
imposible, expresión insuperable de tu emoción en soledad.
Siento orgullo de
haberte acompañado un trecho del camino, y de que unos trazos míos
queden hilvanados para siempre a tu última manifestación poética.
En este aciago día ésta es la emoción que me deja tu recuerdo.