El día se va yendo
disimuladamente, desparramando reflejos naranjas y violetas hasta
esconderse detrás de los riscales de Sierra Morena. El monte empieza
a ser dominio de alimañas, las dehesas cierran su despensa a vacas y
marranos y las frutas maduran su sabor al aire fresco de las huertas.
Las golondrinas y vencejos revolotean la laguna persiguiendo bandadas
de mosquitos antes de cobijarse bajo las cornisas y las últimas
risas y carreras de chiquillos dan paso al triste silencio de la
plaza. Las luces mortecinas nacen tímidamente en las esquinas, y en
las ventanas, tras sus gastados visillos que alguna vez fueron
encajes blancos de bolillos, se adivinan escenas de vida familiar. En
unos momentos, la noche cubrirá con su manto negro toda la vida del
valle; ladrará algún perro y los niños oirán cuentos ya sabidos
que hablan de promesas, de misterios, de leyendas.