Un sol tibio de febrero
se empeña en calentar inútilmente los costeros del pequeño
valle. Los fríos intensos con que se ha desayunado el nuevo año dominan el ambiente sosegado de esta plácida dehesa perdida en las
estribaciones de Sierra Morena. El filtro azul de la distancia
denuncia los verdores de la umbría que preñaron las lluvias del
otoño, y el rumor de correntías entre zarzales se confunde con el
tilín andante que tañen las esquilas. El perenne manto de encinar
apenas cubre los finos pastos donde pasta un rebaño; y allá arriba,
en el riscal, un pastor se deja acariciar por la solana mientras
observa el devenir de sus caprinos que mordisquean entretenidos los
tallos tiernos entre las piedras o alzan sus pezuñas saboreando el
manjar de los ramones. Estoy seguro que me ha oteado ya hace tiempo y
espera que me acerque, con aire indiferente, sacando astillas con su
navaja a una vara de abedul.
—¡Buenos días!
—saludo, ofreciendo la mejor de mis sonrisas amistosas.
—Buenos días
—responde, con mirada escrutadora sobre rostro inexpresivo.
—He salido a dar un
paseo y me he cansado; no es fácil andar por el campo ¿verdad?
—Verdad.
—Si no le molesto voy a
descansar un rato aquí, sentado junto a usted, y a pedirle —por
favor— que me señale un más cómodo camino de retorno.
—Me parece bien.
No es muy hablador. No
tiene con quién, es la verdad. O quizás no sepa hablar; o no tenga
nada que decir más allá de que la esquila grave, la que suena más
lejos, detrás de los jaguarzos, es de “la ligera”, la cabra más
aventurera y lista del rebaño, la que arrastra a las demás
pero no tan lejos que “lobo” lo consienta —un perro pastor
croata—, y que el sonido más agudo es la de “blanquina” que,
como está recién parida, no puede con las tetas y no se alejará de
los quejigos. Quizás hable otro idioma, vocablos extraños que solo
entiendan el pájaro perdiz que reclama territorio, o la liebre
escurridiza que mueve el hocico, ensalza las orejas y mira de ladillo
con desconfiado ojo redondo, o el fiero jabalí que sale de la baña
y limpia su lomo enlodazado frotándolo en el tocón del alcornoque o
el ladino venado que se mezcla inmóvil en el paraje despistando la
visión depredadora...
—¿Cual es su tarea con
la navaja?
—Estoy haciendo un
betijo.
—¿Qué es eso?
—inquiero, interesado.
La expresión de su
rostro, ajado por el sol, acusó mi ignorancia sorprendente.
—Es un palo de abedul
—me explica— que, sujeto de sus extremos con una cuerda que se
ata tras los cuernos, se introduce en la boca de los chivos de tal
manera que puedan comer yerba pero le impidan mamar. Sirve, como
comprenderá, para destetar a los chivos cuando se hacen grandes y
quieren seguir mamando.
—...¡Cóño...!, ¡eso
es! —espeto, bruscamente.
Me mira con asombro,
ante una escena esta vez descontrolada.
—Sí —murmuro en voz
alta y con la mente huida—. Es justo lo que necesita nuestra maltrecha
sociedad para evitar la corrupción: destetar a los políticos; en lugar de proporcionarles
sueldazos, dietas, comisiones, vuelos, secretarias, pensiones y
coches oficiales, anudarles a los cuernos un betijo y así tendrán
que comer de su propio esfuerzo y dejarán de mamar de las tetas del
Estado.
Me alejo pensativo del
lugar, sin despedirme, despistado, sin rumbo de retorno, observado por los ojos
perplejos del pastor.
¡ Muy bueno! Es muy tuyo eso de captar la atención del lector en un yema y, llegando al final,haces una pirueta literaria muy hábil y nos llevas a otro escenario muy diferente convirtiendo el relato en una metáfora inteligente.
ResponderEliminarEstaba yo muy absorbida por lo bucólico del paisaje,por el ir y venir de los perros y el pacer de las cabras, e interesada por saber qué era el betijo y cómo se hacía esa trampa tan ingeniosa con materiales tan elementales... y, de pronto me llevas al terreno, nada bucólico, de los político, otra raza de cabritos a los que habría que poner el betijo para "impedirles mamar de las tetas del Estado". ¡¡Realmente muy bueno !!. Un final inesperado que me ha hecho reír por lo ingenioso que es.
Mi felicitación, Luís.
Un abrazo.
Excelente relato, Luís.Ingenioso y divertido giro al final, difícil de predecir mientras nos describes el valle y la conversación con el pastor.
ResponderEliminarTe felicito por este relato y, en general, por tu habilidad para llegar a finales sorpresivos.
Saludos
Dices lo que hay que decir, pero así como si nada; sin aspavientos verbales, ni griterío .La mejor forma es la burla y el paralelismo entre cabras y los políticos gobernantes.
ResponderEliminarEres muy ingenioso y hábil para dar ese giro y pasar de una escena bucólica que encandila al lector, al panorama desagradable de la política.
Me uno a las felicitaciones que ya te han dicho.
Saludos.
Un relato entretenido, bien escrito y con sorpresa final.Me ha gustado ese conejo sacado a última hora de la chistera.
ResponderEliminarSaludos.