Todo lo que os he dicho
es mentira. No es verdad que sea feliz, que tenga una casa con
jardín, que tenga inquietudes filosóficas, que sea un escéptico en política y en
religión, que me afecte la injusticia, que me guste escribir y
pintar y que pase los veranos junto al mar mediterráneo. Todo es
producto de la imaginación de un pobre hombre que siente admiración
por los que saben, los que tienen, los que son amados y defendidos,
los que gozan fácilmente de los placeres de la vida, los sanos, los
simpáticos, los ocurrentes, los que inventan, los que aciertan, los
favorecidos de la belleza, de la fuerza, de la elegancia, del ingenio
y del genio, los que tienen asegurado el más allá y el más acá,
los que siempre tienen suerte, los que nacen de pié, los que siempre
tienen razón, los que saben dirigir a los demás, los que nunca se
equivocan, los que provocan aplausos espontáneos con solo su
presencia, los que están a punto de ser dioses...
La realidad es que vivo
triste en la más absoluta soledad, en el cuartucho oscuro y húmedo
de una humilde casa de vecinos, el sitio donde he escondido todo el
tiempo una vida inútil y sin sentido. Una vida subsistida con la
venta ambulante de bobinas de colores, de rehiladillos, de encajes de
bolillos y de croché, de festones, de cortes de ligas...; un
arrastrarme buscando el refugio de portales en las frías lluvias del
invierno y la sombra protectora de los árboles en los atosigadores
tórridos veranos. Una vida que sembró un cúmulo de achaques que
minan mis últimos retazos. ¿Amistad?, ¿amor?, ¿...qué cosas
son?; un muro infranqueable me impide el acceso a esas exóticas e
inalcanzables emociones. ¿Conversación?; las pocas palabras que
aprendí vinieron preñadas de torpeza y lastradas por una timidez
impenitente; ¿qué iba a decir?, y ¿a quién?
Solo la escritura
clandestina salva mi existencia prescindible. Solo la invención de
situaciones liberan mi intención de terminar. Por eso trato de
escribir con compulsión sobre cosas que ignoro en realidad; porque,
aunque falsas, al escribirlas noto que las vivo y me siento
satisfecho.
Y, si las siento, ¿qué
más da mi realidad?
Bueno, bueno, escritor como la copa de un pino!
ResponderEliminarEn este tu blog has aunado tu yo con un personaje inventado, tus emociones con situaciones ficticias y, como siempre, dejas en el aire a quien te diriges y la mentira o verdad de tus afirmaciones.
"Y, si las siento, ¿qué más da mi realidad?"
Contundente. Como Goya con su pintura, como Garcia Màrquez con su realismo màgico, como todos los artistas con su Universo. Si se sienten, qué màs da tu realidad?
Un abrazo.
Julia
¡Buen relato sobre la importancia de los sentimientos!La realidad no es solo lo tangible ni las emociones que nos proporcionan.También nos producen sentimientos las cosas no vividas que llegan a nosotros a través de lo imaginado.
ResponderEliminarY, dejo que el poeta Ángel González termine mi comentario porque él lo expresa muy bien:
"Al lector se le llenaron, de pronto,
los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras si todo en este libro
es de mentira?
Y él respondió:
-Lo sé;
pero lo que yo siento es de verdad".
Un abrazo.
Aunque tengo claro que el mensaje de este relato tan singular es la importancia de lo sentido por encima de lo vivido físicamente...presentas dos personajes: uno encarnando lo real y otro lo imaginado, lo soñado, difíciles de separar porque uno está dentro del otro, como está en cualquier humano la realidad tangible y los deseos soñados, su íntimo sentir, que no siempre coinciden.
ResponderEliminarY, como siempre ocurre en el final de tus relatos, es en este último párrafo donde encuentro el meollo de lo expuesto y la ambigüedad sobre la identidad del personaje que habla. En ese punto y aparte puede interpretarse que abandonas el personaje de ficción y vuelves a ti mismo, personaje real, soñador,nada convencional y claramente polifacético, que encuentra en la escritura un diálogo consigo mismo.
Disculpa mi atrevida suposición.
Un cordial saludo.