Despertamos.
Nos sacaron de la mano a pasear y nos
enseñaron un paisaje nuevo de vida y libertad.
Nos dejamos conducir ilusionados a un
lugar desconocido donde, nos dijeron, brotaba la alegría de vivir en
amor y compañía.
Donde era evidente la comprensión de
vivir en sociedad.
Nos contaron que la bondad natural de
los humanos haría innecesario el corsé de la ley dictada.
Que no echaríamos en falta la
generosidad porque no habría necesidad que atender.
Que seríamos dueños de diseñar
nuestra vida en común.
Pero nos ocultaron la verdad.
No nos dijeron que el egoísmo natural
camparía por sus respetos.
Que seríamos pasto de la codicia de
los listos.
Nos parasitaron.
Camuflaron la macabra estructura que
forjaron para solver de nuestro esfuerzo su propia supervivencia.
Y nos sentimos estafados.
No solo despojaron nuestra hacienda,
también nos azuzaron los unos a los otros obligándonos a viajar en
partidos enfrentados.
Ahora, ya instalados, vienen a salvarnos.
A uniformarnos en defensa de caducados
intereses.
Recrean un mundo que confunde la
igualdad con la equidad.
Diseñan sendas fracasadas para
imponer conductas dirigidas.
Y el precio es la libertad.
Nuestros hijos crecerán de nuevo en un
mundo mil veces repetido.
Donde comportamientos zombis pasearán
en un patio carcelero al sol de la mañana.
O sentados a la sombra protectora del
Estado como locos drogados que miran sin ver la realidad.
Tapiarán la única ventana que tiene
el alma de verse libre del claustro social que la atenaza.
Tendremos que volver a soñar.
El sueño es la única ilusión del que
no tiene esperanza.