Nací en la noche de los
tiempos, cuando las fuerzas naturales asombraban y asustaban a la
humanidad. Mi padre es el miedo, hijo de la enfermedad y la muerte; y
mi madre es la curiosidad, criada en la perspicacia y la intuición
cuando la necesidad de saber supera a la ignorancia. Ambos me
educaron en el sobrecoger y en el placer de observar rostros
desencajados, gestos de ocultación, gritos desesperados. Y me
enseñaron los efectos de las sombras tremulantes del candil, el
crujir de la madera en el silencio de la noche, el ulular del viento
entre las ramas, el batir de la lluvia en los cristales, el latigazo
deslumbrante del relámpago y el desgarro estruendoso del trueno que
le sigue. Es la cohorte que anuncia mi presencia en las noches
solitarias que busca con temor, inútilmente, los ojos infantiles, y
mi poder, que atraviesa las débiles barreras de sábanas y
almohadas. Solo el sueño que rinde, ya al amanecer, señala mi
retirada triunfal. Luego, de mayores, me abandonan. Aprenden
opiniones sabihondas que niegan mi existencia —«es producto de la
mente», dicen— e ignoran mi presencia. Yo también me alejo,
aburrido de su indiferencia.
Sin embargo, ella no lo
ha hecho. Dejó hace tiempo su niñez pero sigue creyendo en mí;
ahora son unos bellos ojos los que me buscan cada noche; su voz queda
me llama susurrando en mis oídos; apenas esconde su hermoso cuerpo,
sin miedo, tras la sábanas. Y he empezado a experimentar sensaciones
nuevas, desconocidas para mí; empiezo a sentir algo que me mueve a
responder a su llamada, a oler el perfume de su pelo, a acariciar la
tersa piel de sus caderas, a rozar sus labios con los míos. Pero no
es posible; por mucho que lo intento, no alcanzo a tocarla con mis
manos, ni envuelvo su cuerpo con mi cuerpo, no logro que se
encuentren nuestras bocas. Y me invade el terror de esta impotencia,
el miedo de deseos desesperados, el temor del sentimiento para
siempre. Ahora empiezo a entender a los mortales, ahora sé, de
verdad, qué es un fantasma.
Quisiera tener un sueño
profundo que me rinda cuando apunte el sol, de madrugada.
Quisiera ser mortal para
crecer y poder entender que los fantasmas no existen, que son
productos de mentes infantiles.
Buen relato, Luís.Me alegro de que vayas dejándonos nuevos relatos.
ResponderEliminarTodas las viejas casas, por cuyas ventanas entraron los sonidos del bosque, están habitadas por fantasmas. De ahí el interés por explorarlas.
Seguro que el fantasma de tu relato vive en una de ellas.
Los dos deseos que expresa al final, me resultan confusos; son como una renuncia de su condición de fantasma: El “sueño profundo al amanecer” para dar por terminada su presencia.
Y “ser mortal para crecer” y así negarse a sí mismo su existencia y la de los fantasmas que se le han instalado dentro de él.
¡ Oh, no!. Yo creo en los fantasmas. Son intangibles, pero existen.
Saludos.
Seguramente no lo he expresado bien.
EliminarEsencialmente se trata del fantasma de un fantasma.
Gracias por comentar, Romero.
Saludos.
Tras tu aclaración,vuelvo a la lectura.Disculpa mi desvío.Mis fantasmas andaban algo alborotados.
EliminarGracias.
Saludos.
Simplemente maravilloso.............¡¡¡¡
ResponderEliminarGracias por sentir y comentar.
EliminarUn fantasma enamorado de una mortal o de otro fantasma. Un fantasma que desea desaparecer o que desaparezca el otro fantasma o los tres. Un fantasma con amores de mortal que no puede materializar.
ResponderEliminar¡Qué bonito, Luis!
Tienes la facultad de provocar sensaciones y emociones en el lector y tengo ganas, unas enormes ganas, de que tu fantasma pueda amar al otro fantasma, que siga creyendo en ellos luchando por conservar a los niños en los cuerpos de adultos. Creo recordar que alguna vez escribí aquí que no hay nada mejor para los adultos que jugar como niños, añado: y dejar que los fantasmas habiten en su casa, aunque duela un poquito.
Mi enhorabuena por esas palabras que nos permiten vivir como niños jugando con los fantasmas.
Bueno..., todos somos un poco fantasmas.
EliminarGracias, anónimo.
Un tema original:los fantasmas de un fantasma.
ResponderEliminarMe gusta la estructura en dos partes contrapuestas; tras la descripción del fantasma legendario –que provoca miedo en los niños y en él se recrea—el relato da un vuelco, entrando en la metáfora de los fantasmas que acechan el pensamiento.El fantasma es aquí apasionado, melancólico y vulnerable, asaltado a su vez por el fantasma de una desconocida que se le aparece cada noche y le susurra: “sé que existes”.
Y esa frase, repetida sin cesar en ecos lejanos, sacude la sábana con la que el fantasma se protege de los intrusos y encuentra, escondidas entre los pliegues, las pasiones de un hombre real y lo difícil que es controlarlas.
Mi felicitación, Luís. Después de leer y releer tu relato... ¡ “touché”!
Un abrazo.
Sinrima
A mí también me gusta tu análisis interpretativo.
ResponderEliminarHas captado cien por cien lo que quería expresar.
Gracias, Sinrima.
Otro para ti.
No sé si influído por algún comentario, estoy confuso en la interpretación de los dos últimos deseos que expresas.Poría interpretarse como que el fantasma mismo trata de convencerse de que lo que le ocurre es algo infantil, inmaduro, y que debe borrarlo de su imaginación.
ResponderEliminarMe parece muy acertada la forma de expresar el estado de ánimo que le provoca esa persona que obsesivamente, aparece en sus sueños como un fantasma. Sin embargo,me parece demasiado lógica la conclusión de que "es imposible alcanzarla" porque no es tangible. Cuando existe una obsesión, uno no suele conformarse.La mejor forma de acabar con los fantasmas es quitarse la sábana y salir al encuentro de la otra persona.
Claro que, estamos dentro de la ficción, y a lo mejor el fantasma no tira tanto como podría pensar el lector.
De todos modos, es verosímil y por eso me ha resultado interesante.
Saludos.
Tono