Hacía calor. Bajo la
carpa de lona amarillenta, sentado en la estera sobre sus pies
cruzados, estaba aparentemente tranquilo y expectante. Un abultado
turbante negro y una espesa y larga barba de igual color tapaban su
semblante. Solo sus manos sudorosas sujetando el frío metálico del
kalashnikov y sus ojos inquietos descubrían su nerviosismo.
Había llegado hasta allí después de un largo viaje, convencido de
la necesidad de integrarse en el gran proyecto. La comunidad
occidental, con su desacato, había traspasado con creces la ley
sagrada y alguien tenía que poner fin a tanto desatino. Tras un duro
ejercicio de meditación asistida estaba preparado para inmolarse por
la causa.
El instructor apareció
imponente, acompañado de tres hombres armados. Se sentó en la
estera, frente a él, y permaneció en silencio mientras lo
observaba. Su barba canosa y la piel blanca y delicada de sus manos
destacaban entre tanta ropa negra. A duras penas pudo resistir su
mirada intensa y penetrante.
—¿Estás dispuesto?
—Sí —le contestó,
resuelto.
—¿Sabes que vas a
morir?
—Sí, lo sé.
—¿Sabes cómo hacerlo?
—Sí, lo sé
—¿Por qué lo haces?
—Quiero contribuir a la
aniquilación total de los infieles.
—¿Qué piensas obtener
a cambio?
—Espero estar pronto en
el paraíso, satisfecho de mi hazaña y gozando de las bellas huríes
que me correspondan.
—¿Y... eso te
compensa?
—Sí.
—Todavía estás a
tiempo. Puedes dejarlo si no estás completamente decidido.
—No. Quiero hacerlo por
encima de todo. Nada puede detenerme.
—Morirá mucha
gente...
—Sí.
—...Niños inocentes...
—Sí.
—Serás maldecido (o
maldicho, o maldito..., ¡yo qué sé!), despreciado por medio mundo,
vilipendiado por la prensa, la radio, la televisión...
—No me importa.
—Y el pleno de
Villanueva de Abajo, los vecinos, de pié en la puerta del Ayuntamiento, guardarán un minuto de silencio en señal de repulsa.
—¡¿Cómo...?!
—Sí, esa gente es así,
inclemente, implacable, inhumana, sanguinaria, devastadora... en su
respuesta. Utiliza ese arma disuasoria sin piedad, aún a sabiendas
de su enorme poder de destrucción.
—...Entonces... ¡me lo
voy a pensar! —dijo, levantándose y saliendo de la tienda
pensativo.
—Sí; será mejor (es que así cada vez es más difícil atentar).
Lo lejano, lo que no tiene nombre ni cara, se acepta; lo cercano, lo que si los tiene no. Bravisimo, maestro.
ResponderEliminarComo en otros relatos tuyos, me sorprendes con un final inesperado que es la clave para interpretar el conjunto y, sobre todo, tu idea sugerida con cierta ironía. Y esta vez me llega difusa o, mejor dicho, compleja, porque el protagonista fanatizado y entregada su voluntad al instructor, no es creíble en ese final. Más bien me parece que ironizas sobre ese Pleno del Ayuntamiento y el minuto de silencio.
ResponderEliminarBueno, ya sabes que cada lector hace una lectura diferente que tal vez no coincida con la tuya.Pero, con lo burlón que eres, tal vez no esté muy equivocada.
De cualquier manera me ha gustado tu habilidad para despistar al lector con un sorprende final.
Un abrazo.