A lo largo de estos años
he adquirido el convencimiento de que la playa donde paso los veranos
es un escenario mágico. En ella me encuentro con mi Dios cuando voy
solo. En invierno y en verano me acerco a la arena a ofrecer mis pies
descalzos al mar inmenso que va y viene y a reconciliarme con el
mundo y con la vida. Allí, en soledad, es donde encuentro la
conformidad que mi alma necesita. Por eso es mi iglesia, el sitio
sagrado de mi culto.
Hoy un suceso abominable
ha venido a invadir mi altar sagrado. Un niño inerte, muerto,
ahogado, ha irrumpido en un escenario similar. Un crío que, sin
saber por qué, ha sufrido la más horrorosa de las muertes. Es
difícil encontrar justificación a la conducta humana que ocasiona,
permite o ignora un suceso semejante. Tampoco se puede comprender
que los que pueden —todopoderosos— se pongan de perfil ante estos
hechos. No puedo concebir que la mismas olas que aquí me arrullan
puedan, en otra parte, jugar con el cadáver de un ángel inocente
que la horrorosa parca ha depositado en el ara sagrada de mi arena.
Por mucho que me esfuerzo no puedo apartar su imagen en la visita de
hoy a mi santuario; hoy no comprendo; no encuentro hoy conformidad.
Me voy huérfano de paz,
confundido, decepcionado y solo... Hoy no he encontrado a mi Dios; no
sé si romper con Él o buscarlo en otra parte.
Hoy el mar no nos arrulla;nos grita, nos sacude la conciencia, devolviéndonos los seres inocentes que abandonamos a su suerte cuando llaman a nuestra puerta huyendo de guerras y miserias. Este es nuestro mundo y no vale mirar para otra parte.
ResponderEliminarCompartiendo sentimientos, un abrazo.
la misma arena que acaricia nos da una bofetada trayendo a un nene muerto. Como dice Fanny nos sacude las conciencias gritàndonos, porque el mar —para usted y para mi— es nuestro altar sagrado. Por lo que escibe yo dirìa que es mi sosias. Sentimientos comunes en lugares lejanos.
ResponderEliminarUn saludo.