Sus antecesores habían
sido cazadores de búfalos en las llanuras de más allá de las
Montañas Rocosas. Habían utilizado lanzas arrojadizas, venablos
emponzoñados y rifles “Winchister 73” hasta acabar con la
especie. Su país permite poseer armas con las que disparar contra
aquel que entre en su morada aunque sea equivocadamente. No es de
extrañar que un sujeto con estos ascendentes emprendiera, una vez más, un safari donde cobrar
trofeos cazados para, después, disfrutar con su contemplación contando la masacre a gente como él. Empleó un potente arco de
fibra para atravesar con una flecha inmunda el majestuoso cuerpo del
león “Cecil”, un impresionante ejemplar que sesteaba su vejez, confiado, en el tranquilo y protegido parque natural de Zimbabwe. No
pudo acabar con él de un envite y tuvo que seguir su sangrante
rastro y cazarlo, ya vencido en su agonía, de un disparo cobarde.
Le había costado una
pasta gansa —producto de empastes y extirpaciones dentales—
pagada a dos guardas mamporreros que vivían, precisamente, de
garantizar la existencia de “Cecil” y la de otros animales
protegidos; gente que vende la propia estima y prostituye su raza
eternamente adulterada. Es americano —del norte— pero pudo haber
sido de cualquier parte donde exista soberbia, arrogancia y necedad, una a una y/o en peligrosa mezcla explosiva. Creía que su
acción era legal y a lo peor lo es; puede que esté autorizada en
los papeles que van dictando los torpes, interesados y, a veces,
corruptos representantes públicos que intentan superar las leyes
naturales burlando la más elemental decencia.
Seguramente, cuando sea
conducido ante el juez —si es que eso ocurre— apelará a la
memoria histórica, a la costumbre ancestral de su nación, a su
poderío económico, a vicio depredador, al apoyo legal y a su
decidida voluntad, —le salió de los cojones, ¡vaya!—; y
confesará con la más cínica de las respuestas: “En el uso de mi
libertad tengo derecho a decidir”.
Pues yo también tengo
derecho y voluntad de escribir lo que me place, y mostrar aquí mi
repugnancia ante quienes, como este pedazo de animal que acabó con
la vida del precioso felino, utilizan de forma torticera esta falacia
para ocasionar desgracias a inocentes en su propio beneficio.