El tímido sol de otoño
atraviesa los cristales y se desparrama por el suelo bicolor
mientras, sentado en el sillón giratorio, repasa un periódico
atrasado el barbero de mi pueblo. Alza la vista ante el primer
cliente del día y se levanta adoptando un solícito gesto
profesional.
—¡Buenos días!,
Basilio. Ya estamos de vuelta ¿no? —saluda, jovial, al recién llegado —. ¡Qué tal ese viaje?
—Pues muy bien; llegué
ayer, algo cansado, pero satisfecho.
Se acomoda en el asiento
y el barbero le ajusta el paño blanco alrededor del cuello.
—¿Quiere que le pele
otra vez?
—¡No, no, no!, solo
afeitado.
—¿Y qué, le gustó
Roma? —continuó el tema, mientras enjabonaba.
—La verdad es que sí.
—Pues yo no se que le
habrá visto a esa ciudad; total, solo son cuatro piedras, plazas
ruinosas llenas de muñecos de mármol desnudos, calles sucias, gente
gritando y manoteando..., y todo muy caro.
La espuma tapa casi las
orejas y la boca cerrada del cliente.
—Además, está
dominada por la mafia e infestada de golfos corruptos como
Berlusconi— continuó, mientras suavizaba el filo de la navaja. —Y
¿qué es lo que le gustó más?
—El Vaticano
—respondió, alzando el cuello para facilitar el rasurado.
—¿El Vaticano? —hizo
un gesto despectiva —; ese si que es un nido de víboras. Riquezas
incautadas, finanzas opacas, banqueros usureros, oscurantismo,
homosexualidad..., ¡qué se yo! Y, seguro que ni siquiera pudo ver
al Papa, otro que tal baila.
—Sí lo vi. Y me hizo
señas desde lejos para que me acercara.
—¡No me lo puedo
creer! —exageró su incredulidad.
—Me arrodillé ante él
y al inclinarme para besar su anillo me habló.
—¿Que le habló?, ¡no
me diga que le habló! Y ¿qué le dijo?
—No se lo puedo decir.
—¡Venga, hombre!, no
creo que sea nada especial.
—...
—Solo por curiosidad
—insistió el peluquero.
—Pues... acercó su
cara y me dijo al oído: “Hijo mío, ¡tápate la cabeza, por
favor!, ¿quién ha sido el mamarracho que te ha pelado?”
El resto del afeitado se
desarrolló en silencio.
Una sonrisa me ha levantado este texto. Un chascarrillo que en otro autor puede parecer vanal y que usted ha engalanado con un diàlogo muy bien llevado.
ResponderEliminarEste relato lo sitúo dentro de la serie de retratos literarios de personajes singulares como los publicados en años anteriores: "Sotarraño", "El Santa", "El gitano de Mairena" y algún otro.Y me encantan por la destreza e ironía con la que describes personajes sencillos, casi primarios, con un formidable sentido del humor.
ResponderEliminarMi enhorabuena, Luis. Casi diría que es tu especialidad.
Un abrazo.