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11 de agosto de 2011

La prima del verano


Hace unos años, el delegado de un laboratorio farmacéutico me ofreció un método para determinar cuantitativamente el dolor postoperatorio en mi Unidad de Cirugía Ambulatoria. Era la solución al tratamiento del dolor sin recurrir a la hospitalización ni a la automedicación. Francamente interesado, aunque lastrado por mi incondicional escepticismo, lo atendí en mi despacho donde me mostró un rudimentario decímetro de cartulina. Me explicó el animoso representante que el enfermo debía señalar en el artilugio la intensidad de dolor que sentía: del 1 (dolor muy leve) al 10 (máximo soportable). La marca así señalada correspondía, en el reverso del cartón, a una dosificación reglada de un analgésico —¡su analgésico, claro!—.

Me ha venido esta anécdota a la memoria al soportar, un día más, el anuncio agorero de la hecatombe que se avecina con lo de la deuda pública de España y los distintos países sumergidos en la llamada crisis económica europea. Hace años unos pastores nos amenazaron con que venía el lobo de la crisis mientras otros se reían de su ingenua exageración. No vino el lobo sino una manada de hienas que se instaló en nuestro dormitorio principal y comenzó a devorar a las ovejas más desfavorecidas; a estas alturas de la película todo apunta a que va a acabar con el rebaño, los perros y también muchos pastores serán manjares carroñeros.

Sin embargo las cosas que veo y las noticias que me llegan —las playas, los chiringuitos, los bares, los espectáculos, los fichajes de futbolistas, los donativos a los eventos, a la guerra de aquí y de allá, el socorro a la homesexualidad en el tercer mundo, a los que desentierran bisabuelas para volverlas a enterrar cobrando en el intermedio, a los disidentes políticos que viven sin doblarla, a los estudiosos caraduras de un escarabajo en vía de extinción en la costa catalana, a los sindicatos que... ¡vaya, hombre!, a la patronal que... ¡lo mismo da!, a... ¡qué se yo!—, me llenan de perplejidad y de dudas: ¿de verdad estamos en crisis o es una impresión subjetiva?

Para resolver este dilema teníamos unos organismos misteriosos —Standard & Poor´s, Moody´s Investors, Fitch Ratings— que, a modo oráculos, preconizaban cómo irían las cosas del dinero en el llamado mundo occidental, utilizando un lenguaje críptico que solo conocen unos pocos. Pero ahora resulta que su credibilidad es dudosa porque se han atrevido a pronosticar malos augurios a los pastores  americanos (¡nada menos que un AA+ con tendencia a caer!). Así que, ahora, desprestigiados los chamanes, no sabemos a qué atenernos en lo que se avecina.

Por suerte para nosotros han reaparecido aquellos representantes de la industria farmacéutica de mi Unidad, reconvertidos en analistas financieros, y nos ofrecen un artilugio parecido que mide objetivamente la intensidad de nuestra deuda: el indicador de la prima de riesgo. ¡Estamos salvados! Igual que sabemos la intensidad del dolor para automedicarnos correctamente, ahora estamos puntual y cuantitativamente informados de si vamos a ser devorados por los mercados o solo somos un precocinado mientras que los depredadores del sector se toman un aperitivo.

—¿Cómo se presenta el día Rafael?
—Va a estar regular: algo por encima de los 300 puntos básicos — contesta mi pescadero.
—Pues yo esperaba algo mejor —opina mi vecina mientras le mira los ojos a una dorada de piscifactoría.

«Pues yo mientras no baje de 280 puntos básicos sobre el bono alemán, que equivale a 2,5 porcentuales respecto de ayer, no bajo a la playa, que pega mucho el sol estos días», pienso desde el ordenador.