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28 de octubre de 2013

Fernando



Cuando me dispongo a volcar mi pensamiento en esta página en blanco tu cuerpo inerte se funde en un abrazo eterno con la tierra del pueblo que te vio nacer. No he podido formar parte del siniestro cortejo que, seguramente, tiene previsto escenificar la rutina social, pero me da igual, porque tu no eres ese cuerpo amortajado objeto de ritos trasnochados; no formas parte ya de esa llaga que se entierra y que castigó sin piedad el último retazo de tu vida. Me dicen que, al final, quisiste desprenderte de él harto de dolor y desesperanza. Ahora es tu esencia viva, liberada al fin, la que preña hoy nuestros recuerdos; tu imagen, tus palabras, tus gestos quedan prendidos de la vida de los que te quisimos y aún vagamos por esta senda dura, asombrosa e incierta.

Cuando te conocí ya la sociedad te había vestido con su traje uniformado; tus méritos académicos, tus éxitos profesionales y tus dotes personales de honestidad, lealtad y generosidad habían compuesto el patrón con el que te paseabas por las calles de una ciudad difícil que terminó acogiéndote. En ese ambiente, cotidianamente provinciano, representabas un valor conformista sin nada por hacer; pareciera que ya tenías “to el pescao vendido” y que tu barca sin timón buscara el puerto confortable donde bambolearse en las aguas tranquilas de la charla y los amigos.

Debiera haberte conocido antes —como suele suceder a paisanos en tierra extraña— cuanto tanto te quedaba por hacer; cuando, cargada de ilusiones, la proa de tu barca surcaba el mar abierto del arte de crear; hubiera admirado y compartido la dificultad de calar el oleaje de un soneto, la oportunidad del despliegue de una vela como estrofa cuando embarga la emoción, la sutilidad de la mano en el sedal del que sabe lo que cantan las sirenas. Lo hice tarde, pero a tiempo todavía de destapar el inmenso rescoldo de poeta que ocultaba tu modesta timidez; y tuve que insistir, impertinente, para que tu poesía rebosara tu pudor y se asomara a la incomprensión de lo vulgar; para que sacaras de paseo tu vicio oculto, y en la noche solitaria de los tiempos, tomando la poesía por la esclavina, dibujaras una verónica imposible, expresión insuperable de tu emoción en soledad.

Siento orgullo de haberte acompañado un trecho del camino, y de que unos trazos míos queden hilvanados para siempre a tu última manifestación poética. 

En este aciago día ésta es la emoción que me deja tu recuerdo.