Páginas

26 de octubre de 2017

Lázaro


Un siglo y medio a.C., aprovechando una debilidad puntual del control sirio sobre Jerusalem, la secta macabea, escondida en el desierto, consiguió recuperar su glorioso y productivo templo, abandonado y vilipendiado por una sociedad ya integrada en la vida y cultura griegas (“Janucá”). En el siglo XXI, el soterrado nacionalismo catalán, ante la crisis económica de España, se adueñó de la Generalitat.

No conforme con la gesta, la guerrilla de Judas “macabeo”, pretendió apoderarse del resto de la ciudad helenizada asediando la llamada “ciudadela” al tiempo que ocupaba, sin esfuerzo, el pacífico pueblo serrano de Batsur. El president, apoyado por partidos interesados y las turbas de la CUP, ANC y Omnium, ha cerrado el parlament y pretende instaurar una república independiente.

El nuevo rey sirio reunió una gran fuerza guerrera y atacó Batsur, la recuperó y marchó sobre Jerusalem para liberarla del nacionalismo macabeo. El gobierno central, ha procurado el apoyo político y legal, y ataca con el 155 de la Constitución para liberar Cataluña del nacionalismo.

Judas, desde lo alto del desfiladero de Batzacarías, valoró la invencible fuerza siria y rechazó la contienda en campo abierto. Su orden de retirada a Jerusalem, a resistir tras la protección del templo, no es cumplida por su hermano Eleazar (Lázaro) que, no resignado a recular, plantó batalla al enemigo: atacó el poderío del elefante, supuestamente real, y clavó la espada en su barriga. El enorme animal herido se desplomó sobre él y le aplastó mortalmente. El govern y sus apoyos se reúnen hasta la madrugada valorando una estrategia y, aunque la prudencia aconseja el abandono del “proces”y mantenerse en el poder, Lázaro Puigdemón decide declarar la independencia atacando donde más duele: violencia callejera, protegida por los “mossos”, antesala de un conflicto civil a escala nacional. Sabe que el elefante de la Ley lo matará políticamente y lo meterá en la cárcel, pero no tiene otra honrosa salida que la inmolación por el nacionalismo.

Tiempo después, muchos caudillos judíos trataron de imponer el mismo credo sin conseguirlo. Roma abortó el último intento, destruyendo su icono y desterrando a su gente para siempre. ¿Para siempre? Esperemos que, como Jerusalem, Cataluña no se convierta en un lugar imposible de habitar por su fanatismo excluyente.