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26 de febrero de 2018

Eugenio


Han depositado tu cuerpo inerte, secuestrado en la madera, sobre la alfombra roja, en el centro de
la escena; frente al retablo plateresco y rodeado de silencio. Tu familia más cercana y tus íntimos amigos, unidos en la desesperanza, en lo imposible ya de desandar lo recorrido, de deshacer lo inevitable, de volver a envasar el agua derramada, esperan un rito trasnochado que calme su tristeza, una palabra que alivie el desconsuelo.

Me cuentan que, harto del corsé profesional, anhelabas acurrucarte en la promesa de un horizonte preñado de descanso y de amistad, pero allí solo encontraste la cornada de la muerte. Y herido en el rincón donde fracasa la medicina, buscaste la querencia allí donde mamaste juventud, sabiduría y amor. Allí donde pisaste el suelo embaldosado blanco y negro de “Las cinco llagas” y respiraste el aire de las altas galerías donde volaban ayes de pobres desahuciados; allí donde hoy los padres de la Patria andaluza callan con su voces el otrora ir y venir de las batas blancas que se cruzaban en promiscuidad con el frufrú de los hábitos y tocas almidonadas. Pero, de nada te sirvieron la pericia del ayer, el atril del prestigio o el oportuno burladero de la fiesta.

Ahora, con el fondo del histriónico rito del responso, es inevitable que remonte mentalmente la corriente del río inexorable de la vida buscando lances que quedaron varados en la orilla. No tardo en encontrarte en un remanso, tal como te dejé cuando nos separamos. Te veo interpretando el papel de cirujano que te asignó el gran teatro de la vida, saciando tu curiosidad por el enigma del diagnóstico y satisfecho con tu capacidad de manipular el cuerpo humano para burlar la enfermedad. Enredados entre los juncos están contigo los objetos, los proyectos, los anhelos, los eventos que, acaso, también lo fueron míos... pero que ya tampoco existen. Mojado está el aplauso, podrido el pergamino y ajado el oropel de tu vestido.

En cambio, sí encuentro intacta tu amistad, tu perseverancia, tu provocador sentido del humor, la amplitud de tu sonrisa generosa; y he creído que no deben perecer como los otros. Por eso los recojo con mimo y los alojo en este modesto e inestable barquito de papel, con la pretensión de que naveguen por su cuenta río abajo, libre de obstáculos, y naufraguen, mansamente, en el inmenso mar de los recuerdos.

Nos vemos.