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4 de mayo de 2016

Tiempo nuevo

Había leído, hace ya tiempo, un comentario de la entonces consejera de Cultura de la Generalitat catalana que consideraba a Velázquez como el ¡precursor de Miguel Barceló! No se cortó un pelo en asegurar que la obra magna de Diego da Silva no era más que una búsqueda artística del gran genio mallorquín. Así pues, me senté en el banco corrido frente al retablo que ha hecho el artista en la catedral de Palma de Mallorca dispuesto a contemplar tamaña obra. Trataba de enfatizar mis impresiones visuales para entender el mensaje del gran genio del arte plástico a fin de sentir el arrobamiento anímico que su hacer produce, procurando por todos los medios rechazar la sensación de fraude que se adueñaba de mí a bote pronto; no quería admitir sin más que aquello que veía no era más que un bodrio inerte con pretensiones —un camelo, vaya—; le encontré la explicación al día siguiente, cuando visité las Cuevas del Drach, en otro extremo de la isla: el arabesco que creía producto de una genial mentalidad no era más que una vulgar copia del techo iluminado de una cueva.

Como la tal consejera —nos ocurre a todos muchas veces— creemos que ocupamos el centro de la Historia. Sintetizamos siglos de convivencia, culturas, sociedades, para hacerlos precursores de la actualidad, para hacerlos teloneros del gran momento, el nuestro, último y definitivo en el cual se fragua el destino, la razón de la existencia. Es lo que ocurre a algunos movimientos políticos emergentes que consideran agotadas las formas de convivir que la humanidad ha ido empleando torpemente a lo largo de la Historia y creen llegado el momento de parir la sociedad genial, la perfecta, la original, la definitiva. Y, con el desparpajo que proporciona la inexperiencia unida a la soberbia, se disponen a diseñar la vida en sociedad escribiendo en la pizarra la nueva fórmula para un alumnado ávido de conocer qué es la felicidad. No debemos ser reacios al progreso; nuestra salvación y nuestra esperanza como sociedad está en buscar la perfección; y está bien eliminar piedras del camino, tapar baches, rectificar curvas, pero no permitamos reinventar formas de convivir no solo trasnochadas, sino vividas ya como inservibles. No creo acertado borrar el encerado para empezar de nuevo. No nos atrevamos a hacer el triple salto si red debajo. Tengamos la prudencia de añadir valores nuevos a los ya consagrados válidos por la experiencia.