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8 de diciembre de 2018

III mundial



No cabe la menor duda de que, con altibajos, la llamada sociedad occidental ha ido mejorando de forma progresiva sus condiciones vitales. Nos dice Harari, en “Homus Deus”, que hemos superado sus ancestrales enemigos, hambruna, epidemias y guerras, arrebatándolas al sino y haciéndolas asequibles a la manipulación humana: ya no hay resignación ante los divinos designios, ahora es el hombre quien tiene la potestad de erradicarlos y la culpa de que, aún, haya algún resquicio por donde escapen. ¿En qué tareas futuras empleará su vitalidad?

La juventud, el sector pujante de esta sociedad, lo tiene todo, y ahí está su problema: carece de afán de procurarse las condiciones básicas de generaciones anteriores; han perdido el protocolo rutinario de buscarse la vida, la rutina que le lleva de la mano sin que tengan que hacerse preguntas trascendentes. Ahora se encuentran sin nada que hacer; levantan la mirada y se ven perdidos. No es que no haya trabajo es que solo unos pocos son  necesarios para, mediante la tecnología, obtener el necesario bienestar. La gran masa juvenil está perdida, deambulando por un escenario que no solo no es de su talla sino que le indica un estúpido sentido de la vida; y con su vigor intacto presto a romper en una dirección imprevisible.

De otro lado, hay otra juventud del tercer mundo que, en cambio, está en precario: carece de lo básico y, en su tarea de obtenerlo, vislumbran un horizonte definido: el “dorado” occidental que le muestran los medios de comunicación y las redes sociales. Y van a emplear, contra viento y marea, todo su enorme potencial vital.

Seguro que ambas juventudes se enfrentarán, no hay salida; y ambas encontraran motivos para su propio desahogo. No habrá cuartel. 




20 de noviembre de 2018

Mi nieto Álvaro “Teresteguen”



Vino hacia mí corriendo entre los muebles, con los brazos abiertos y cara de asombro.
—¡Abuelo, abuelo, tengo a Messi repetido!
Buscó, precipitadamente, en un ajado taco de cromos que llevaba apuñado y me mostró a un palmo de la cara dos estampas iguales con la imagen del futbolero argentino. Interpreté mi asombro como pude y me contagié de su alegría.
—¡Qué suerte! —exclamé, —Ahora podrás cambiarlo por otro que no tengas.
Pensó mi sugerencia por un momento; luego me inquirió.
—¿Tan bueno como Messi?; ¿por cuál?
—Ronaldo, por ejemplo.
Su rostro se crispó; frunció el ceño y me espetó:
—Ronaldo es del Madrid.
—¿Y qué?
—Que yo soy del Barça.
—¿Y qué? —repetí.
—Que los del Barça no pueden ser del Madrid —aseveró, con firmeza.
—¿Por qué?
—¡Porque no!
— No me parece razonable —censuré.
Como me pareció que zanjaba la entrañable conversación, le abordé ladinamente:
—Entonces..., ¿no te gusta Sergio Ramos, ni Isco?
—¡Siiii! —contestó, sin dudarlo.
—Pues son del Madrid —le planteé la incongruencia.
—Sí, pero son “del España”.
—¡Ah!, y siendo así se salvan ¿no?
—Sí, porque yo también soy del “España” — y me enseña a los jugadores madrileños con la elástica roja.
—Pero, no se puede ser de dos equipos enfrentados: Barcelona no es de España.
—¡Claro que sí!
—Pues hay muchos catalanes que dicen lo contrario.
—Pues están equivocados porque si no fuera de España el Barça no jugaría con los equipos españoles la Liga y la Copa del Rey.
Sus ojos azules miran limpios e inocentes al tiempo que resolutivos ante tamaña evidencia.
Hoy aprendí de mi nieto la verdad camuflada entre tanto papel interesado: Si se quieren ir, ¿por qué no empiezan por lo simple, por lo que está en su mano; solo tienen que renunciar a lo que, aparentemente, les molesta y nada ni nadie les obliga. 
Exclamé para mí: “¡váyanse de una puta vez, con sus monsergas!
Luego he escrito ésto para que lo lea cuando sea grande.





19 de noviembre de 2018

Abstención


     Tenía previsto acudir a votar en las elecciones andaluzas. Me he puesto un terno adecuado y he salido a la calle con la mejor disposición. Como el colegio electoral cae lejos y llueve persistentemente decido tomar un taxi. En la parada —¡no hay ninguno circulando!— tomo el primero de la fila y, una vez dentro, descubro con desagrado el estado lamentable del vehículo: sucio, roto, con restos de clientes anteriores... Anuncio al conductor, de aspecto similar —sin afeitar, con ropa oliente y manos sucias—, mi deseo de cambiar de taxi y, sorprendentemente, me extorsiona con una norma no escrita que me obliga usar su coche y descartar otros que esperan en la cola. Pensé que, en nuestra democracia, también la ley electoral nos obliga a elegir partidos políticos que secuestran la libre elección de diputados — “es lo que hay”, nos dicen—. Naturalmente, indignado, me bajo del vehículo sin despedirme y dando un portazo.
     Llueve. Ir andando, bajo el paraguas, me parece una locura y me rebelo en usar otros medios de desplazamiento que nunca utilizo —¡yo siempre he viajado en taxi!—. Opto, finalmente, por no ir a votar. Abro el paraguas y regreso a casa; allí, cómodamente, me serviré un vino de Montilla y esperaré a ver por la tele el resultado de las urnas. 
     Otra vez será.

14 de noviembre de 2018

Saber


     Algunos piensan que la vida solo es un incidente natural limitado en el tiempo y, por tanto, carece de finalidad, no tiene un objetivo específico; en consecuencia, vivir es un abandono pasivo al irremediable protocolo socio-biológico. Otros, en cambio, la consideran un tránsito necesario para disfrutar de otra definitiva y eterna, no se sabe haciendo qué. Finalmente, hay otros a los que no nos cuadra que la realidad de existir carezca un objetivo sensato y trascendente. 
     Biológicamente, parece incuestionable que el pilar que sostiene la vida es la procreación, la creación de otra vida semejante; este sino es la garantía biológica de la existencia de una masa viva, pero... ¿para qué este parir constante?; el “creced, multiplicaos y henchid la tierra” no es una respuesta razonable para explicar el auténtico milagro natural de vivir, lleno de misterio, espectáculo y grandeza. 
     Escribiendo “Compartir” —en la primavera del 2011— , reflexionaba sobre la necesidad atávica del ser humano de compartir con sus congéneres lo que ha aprendido, lo que ha vivido, lo que piensa, lo que siente (enseñar), y, al mismo tiempo, necesita aprender de su entorno —también de los demás— lo que desconoce (curiosidad). Entonces comprendí que la vida tenía otro sentido que el de procrear: el de saber. La sabiduría ha hecho que el humano destaque en su evolución sobre los demás seres vivos, domine la naturaleza, consiga lo imposible. Mientras la procreación no tiene recorrido, su misión es evidente, la sabiduría no tiene límite, desafía la infinita divinidad (lo oculto, lo desconocido). La procreación, necesaria, no es más que un soporte, una inmolación, para el único objetivo de la vida: La Sabiduría. Usando un símil: vivir, cual carrera de relevos, más que la participación de cada corredor, el único y sagrado objetivo es llevar a la Meta el valioso testigo de la Sabiduría. 
     —Pero... ¿cuál es el fin del saber?— me pregunté después. 
     La pregunta me emplazó en otros derroteros metafísicos: no lo sabemos..."todavía"; pero, de momento, esta reflexión me proporcionó una inesperado y grato descubrimiento vital. Y, mirar la vida desde esta perspectiva, me permite apreciar un paisaje distinto y sumamente interesante a la vez que me proporciona un confortable estado de conformidad existencial. 
     Soy consciente de que no despejaré jamás la gran incógnita, que no encontraré respuesta a la gran pregunta pero, al menos, cuando llegue la nave machadiana que nunca ha de tornar, me encontrará indagando no esperándola, ligero de equipaje y con cara de estulticia.

26 de febrero de 2018

Eugenio


Han depositado tu cuerpo inerte, secuestrado en la madera, sobre la alfombra roja, en el centro de
la escena; frente al retablo plateresco y rodeado de silencio. Tu familia más cercana y tus íntimos amigos, unidos en la desesperanza, en lo imposible ya de desandar lo recorrido, de deshacer lo inevitable, de volver a envasar el agua derramada, esperan un rito trasnochado que calme su tristeza, una palabra que alivie el desconsuelo.

Me cuentan que, harto del corsé profesional, anhelabas acurrucarte en la promesa de un horizonte preñado de descanso y de amistad, pero allí solo encontraste la cornada de la muerte. Y herido en el rincón donde fracasa la medicina, buscaste la querencia allí donde mamaste juventud, sabiduría y amor. Allí donde pisaste el suelo embaldosado blanco y negro de “Las cinco llagas” y respiraste el aire de las altas galerías donde volaban ayes de pobres desahuciados; allí donde hoy los padres de la Patria andaluza callan con su voces el otrora ir y venir de las batas blancas que se cruzaban en promiscuidad con el frufrú de los hábitos y tocas almidonadas. Pero, de nada te sirvieron la pericia del ayer, el atril del prestigio o el oportuno burladero de la fiesta.

Ahora, con el fondo del histriónico rito del responso, es inevitable que remonte mentalmente la corriente del río inexorable de la vida buscando lances que quedaron varados en la orilla. No tardo en encontrarte en un remanso, tal como te dejé cuando nos separamos. Te veo interpretando el papel de cirujano que te asignó el gran teatro de la vida, saciando tu curiosidad por el enigma del diagnóstico y satisfecho con tu capacidad de manipular el cuerpo humano para burlar la enfermedad. Enredados entre los juncos están contigo los objetos, los proyectos, los anhelos, los eventos que, acaso, también lo fueron míos... pero que ya tampoco existen. Mojado está el aplauso, podrido el pergamino y ajado el oropel de tu vestido.

En cambio, sí encuentro intacta tu amistad, tu perseverancia, tu provocador sentido del humor, la amplitud de tu sonrisa generosa; y he creído que no deben perecer como los otros. Por eso los recojo con mimo y los alojo en este modesto e inestable barquito de papel, con la pretensión de que naveguen por su cuenta río abajo, libre de obstáculos, y naufraguen, mansamente, en el inmenso mar de los recuerdos.

Nos vemos.



30 de enero de 2018

Ágora quirúrgica



Buenas..., soy el representante de Ágora Quirúrgica, un grupo de cirujanos eutanásicos convencidos de que el enfermo/a octogenario/a debe acabar sus días sin sufrimiento y sin convertirse en un lastre para la sociedad. Nuestra vasta experiencia nos ha hecho ver que nada más inhumano que la decrepitud del envejecimiento que ocasiona dolor y angustia para el propio enfermo, ocupación, gastos, inconvenientes en la vida laboral y en la convivencia de los familiares, incremento inútil de los gastos sanitarios y prolongación peligrosa del Fondo de Pensiones del Estado. Estamos, por lo tanto, decididos a contribuir en la solución de este grave problema social practicando la eutanasia con los enfermos/as ancianos/as que caigan en nuestras manos.

Si ejerciéramos libremente nuestra profesión tendríamos un gran inconveniente: nuestra consulta y sesiones quirúrgicas irían mermando con la consiguiente integridad de nuestros ingresos, pero, como la judicatura, nuestra profesión no es libre; todos tenemos plaza en propiedad en la sanidad pública por lo que están asegurados el acceso obligado a los enfermos/as y nuestra nómina hasta la jubilación; de manera que no hay nada que nos impida librar a la sociedad de enfermos/as que son obstáculos en el desarrollo y mantenimiento del estado del bienestar.

Entendemos que haya colegas, pacientes y ciudadanos sanos que no aprueben nuestra labor social, pero estamos decididos ejercer el derecho democrático de asociación y ejercicio que nos permite la Constitución. Además hay precedentes similares en España: en la judicatura española existe la asociación legal “jueces para la democracia” —quiere decirse que hay jueces para la dictadura— y la más reciente “Ágora Judicial”, compuesta por “jueces para la independencia catalana” de cuya imparcialidad y buen hacer no puede dudarse de ninguna forma.

Un saludo.



14 de enero de 2018

Nacionalismo



El historiador Flavio Josefo describió en sus “Antigüedades judías” la epopeya del movimiento macabeo. En su lucha con los sucesores de Alejandro, el pueblo judío sufría la consecuencia del insobornable precepto sabático; refiere en su libro XII,268: “ Y es que la ley nos impone a nosotros la obligación de permanecer inactivos ese día. Consiguientemente, murieron asfixiados en las cuevas, entre ellos y sus mujeres e hijos, sobre unos mil, y muchos que lograron salvarse se unieron a Matatías, a quien designaron su comandante. Pero éste les informaban de que ellos debían luchar en el propio sábado, diciéndoles que si no lo hacían, por guardar la ley, se combatirían a sí mismos, toda vez que los enemigos les atacan en ese día mientras que ellos no se defienden, y que de esa manera no impedirían en modo alguno que perecieran todos sin presentar batalla. Al hablarles en esos términos los convenció, y hasta el día de hoy permanece vigente entre nosotros la costumbre de luchar incluso en sábado en caso de necesidad.”

En España, hace ya cuarenta años, salimos del aula dictatorial y buscamos como locos el recreo de libertad y, en esa locura colectiva, invitamos a todos a jugar a la utopía. Pero confundimos la Democracia con la ausencia de ataduras, con la vacuna de peligros autoritarios, con la amistad de mano tendida. No supimos — no podíamos imaginar— que la nueva convivencia llevaba en su entraña el germen de su propia destrucción: el nacionalismo.
La Constitución española permite acceder al poder a partidos que quieren dividir su sociedad. Son gentes que llevan en su ADN el sectarismo. Su objetivo es hacerse con el dominio de un sector social usando el fanatismo como método dictatorial para imponerse a los demás; y lo hacen sabiendo que la Ley impide no solo combatir su ideología sino obstaculizar sus pretensiones. Su escenario es la Autonomía y su mano bruñidora es el adoctrinamiento; la gota continua y reiterada que moldea la roca de la sabiduría y el sentimiento dejando la huella indeleble del criterio uniforme. El subproducto es la creación del otro, diferente — lógicamente, inferior—, enemigo subyugante, humillador, objeto del odio más profundo; y su aniquilación —su exclusión, al menos— la consecuencia.

Quizás es el momento de emular al macabeo y acotar nuestro “idealismo sabático” no permitiendo que arruinen nuestra sociedad con nuestras propias leyes. Miremos las naciones europeas, demócratas incuestionables, que imponen por derecho la no participación electoral a partidos sectarios y excluyentes. Modifiquemos nuestra Ley con imaginación, apliquémosla con entereza; impidamos que personas ávidas de poder e intereses espurios infecten de doctrina irracional a nuestras generaciones futuras.

Aún tenemos tiempo, no sé si políticos capaces.