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7 de febrero de 2012

Sequía


Es época de sequía. Llevamos tres años que no llueven ilusiones en esta nuestra sociedad acostumbrada a lluvias de primavera. Se agostan los pastos laborales, se agrietan las esperanzas empresariales y se secan de silencio las fuentes de los proyectos. Por si fuera poco, nos azota el viento seco de la corrupción y las heladas de la vergüenza cubre apenas la torpeza y la injusticia. Tampoco corre mi arroyo literario. Sus escasas aguas están retenidas, cauce arriba, en el charco de “la muerte digna”, una charla-conferencia que me ha llegado a obsesionar. Por fin le he dado suelta y me he sentido en parte liberado, aunque me han quedado marcas de mis propias conclusiones.

Ha empezado a llover de madrugada, no gran cosa de aguanieve, pero ha sembrado el cielo con negros nubarrones que, junto al frío, ha ensombrecido aún más el triste panorama. Necesito respirar, salgo a la calle buscando despejar mis tristes pensamientos.

Maricarmen, médico como yo, me saluda cariñosa desplegando una sonrisa en su cara helada. Hablamos de ésto y aquello y, en medio de la palabrería insustancial me lanza un piropo a botepronto. Nada de sutileza intelectual: un grueso requiebro sin florituras directo a la mente y al corazón. Continúa contando cosas sin perder el ritmo pero ya no la oigo. Pido que lo repita y lo repite como sin darle importancia. Creo que nos despedimos pero no estoy seguro.

Ya no hace frío y un tenue rayo de sol se filtra entre las nubes. Mi caminar es más ágil y estoy seguro de que mi porte también es más airoso. Me miro y me encuentro sonriendo. «Tengo que volver a escribir», digo para mí, ...y en eso estoy.