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23 de julio de 2013

Papanatismo real


Hoy he visto en la prensa una fotografía espacial de nuestro planeta realizada por la sonda Cassini a unos cuantos miles de millones de kilómetros; es como una gran estrella rodeada de otros puntos luminosos más pequeños sobre el fondo profundamente negro del vacío universal. Dice el comentarista que la imagen está captada desde la órbita de Saturno, sin embargo, la posición aeroespacial de mi mente me hace dudar de lo que afirma; pienso que, al estar este planeta en un órbita mucho más distante que la Tierra respecto del sol, es imposible mirarla sin que éste no aparezca o impida, con su directo resplandor, la nítida visión que muestra la fotografía (algo así como la luna llena durante el día), por eso imagino que debe ser desde otro punto del espacio. Lo cierto es que, hoy como ayer, las interpretaciones de lo que vemos y sabemos del cosmos son siempre un mar de dudas.

Más, considerando veraz lo que nos muestran —prefiero una mentira bella y bien contada que una realidad fea y aburrida—, no dejo de sentirme impresionado por la inmensidad de lo existente. Por eso me invade un enorme desprecio —no apreciar, quitar valor— por las otras noticias que la acompañan. No solo encuentro pueblerina una ceremonia del más alto nivel social, donde un homínido, al fin y al cabo, sigue abogando por un Dios inexplicablemente implicado en el destino de una cantidad ridícula de seres que habitan en una despreciable partícula del espacio; o que estos mismos seres consuman su quehacer y su existencia en picarescos trapicheos políticos sin la más mínima trascendencia en el tiempo y el destino de un minúsculo planeta. Pero lo que, de verdad, colma el grado de aldeanismo cósmico es la desproporcionada cantidad de voces que, con aparente ánimo exultante, enfatizan artificialmente la trascendencia de una realidad vulgar: el nacimiento de un miembro de la familia real inglesa.

Recuerdo la simpática anécdota que le sucedió a un conductor a punto de ser multado por un guardia de tráfico en Madrid:
—¿Sabe usted con quién está hablando? —intimidó al agente, que se mantuvo en silencio.
—Yo soy concejal del Excelentísimo Ayuntamiento de Cuenca.
El guardia, mientras le extendía la copia de la multa, le informó con sorna.
—Pues aquí, un concejal de Cuenca es un "don nadie".
—Y en Cuenca también —admitió, resignado el de provincias.

Pues eso, el nacimiento de un niño, por muy distinguido que sea, no deja de ser una vulgaridad —por lo común—, y, en consecuencia, su anuncio a bombo y platillo es una memez informativa; por mucho que se esmeren algunos inglesitos vestidos de payaso y la prensa dirigida se esfuerce en desplegar una ingente cantidad de medios técnicos, el acontecimiento no es nada, no solo desde la órbita de Saturno sino, también, desde el humilde ámbito del lector interesado.  




19 de julio de 2013

Acaso


Otra vez tendido en el chinchorro, a la sombra del pino verde de anteayer que mueve su copa levemente alentado por la apenas brisa de levante.
Otra vez, mecido dulcemente, contemplo adormilado mis pies cruzados, sobre el fondo azul del mar inmenso.
Otra vez me vuelvo a preguntar si comienzo un nuevo año o es que me despierto de la primera siesta del verano.
¿Acaso no han pasado las cosas que me cuentan que han pasado?
¿Acaso no ocurrió lo que dicta el tiempo inexorable?
¿Acaso ha sido inútil el esfuerzo de evitar los desamores?
¿Acaso no volvió a triunfar la risa luminosa de mis gentes en su lucha incansable con las sombras?
¿Acaso no le robé al misterio una pizca de lo mucho que ignoraba?
¿Acaso no aprendí un nuevo paso en el baile con la vida?
¿Acaso no lloré con el llanto primerizo de mi nieto?
¿Acaso no añoré oyendo el “Va pensiero” de Nabuco?
¿Acaso no volví a enamorarme de mi amada?
¿Acaso no me emborraché con el vino del color y la poesía?
¿Acaso no he vivido la vida que parece que he vivido?

Quizás solo se trate de un sueño inducido por los primeros calores estivales y el monótono oleaje repetido sin cansancio.
Quizás he equivocado el archivo y he guardado lo vivido en la carpeta de los sueños.
O quizás he vivido un sueño guardado en la carpeta de la vida.

...¿Otro verano?, ¿otro sueño?,
lo mismo me da que me da lo mismo.

13 de julio de 2013

Borrasca

 A resguardo de la ola de calor que, como es costumbre, nos visita todos los veranos, he leído en un periódico de tirada nacional las declaraciones de un político, militante de un partido de primera fila, que conceptúa la democracia como causa de la libertad. Al parecer, político y periodista desconocen, aparentemente, algo tan elemental como que es la libertad la que lleva a la democracia y no al revés.

Es cierto que la libertad total es una utopía. El individuo, ante la necesidad de vivir en sociedad, cede parte de esa esencia para que la convivencia sea posible, y tiene, en consecuencia, obligaciones en su conducta respecto de los demás; pero, sí es propietario de un resto suficiente que debe preservar y utilizar para participar en la elaboración y dirección de un proyecto social común, esto es la democracia. Una cuota de libertad que le permite, ante la imposibilidad práctica de la acción directa, elegir directamente a las personas que mejor cree le han de representar y utilizar altavoces sin restricciones para denunciar cualquier desviación de los intereses comunes. Ambas libertades —de elección de personas representativas y de expresión pública— están en nuestra sociedad secuestradas por los partidos políticos, que, con el pretexto eufemístico de ser instrumentos políticos necesarios, se han convertido en obsoletas estructuras de poder que, tras rostros televisivos, esconden en la sombra oscuros personajes que manejan de forma espuria todos los resortes del Estado; personajes que enajenan los derechos ciudadanos secuestrando los mecanismos necesarios que impiden mantener su falsa democracia: sistema electoral abierto, control administrativo, independencia judicial y disponibilidad de difusión de la opinión pública libremente expresada.

Otra vez, estas maquinarias trasnochadas que detentan el poder vuelven a caer en la torpeza de creer que la sociedad, silenciada, aparentemente adormecida y limadas las garras de un ejército perfectamente asimilado, poco o nada puede hacer para desmontar sus privilegios y desmanes. Instalados en esta estable ola de sol radiante que les luce creen estar a salvo de tormentas. Pero de nuevo se equivocan. En su cómoda actitud no atisban el peligro que amenaza su horizonte; no evidencian los negros nubarrones de los hechos que acontecen en la comunidad internacional, el frente borrascoso de las llamadas redes sociales anuncian el final de su buen tiempo. La difusión por satélites, incontenible ya, conforman un frente climático-político de sentimiento compartido, de disconformidad, de hartura, de cabreo, de hasta aquí hemos llegado, y de una actitud resuelta de descargar, más pronto que tarde, una inevitable lluvia liberadora y vivificante que acabe con ese lastre heredado que impide realizar los utópicos deseos de libertad.

Esperemos que no sea otro diluvio.