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20 de noviembre de 2018

Mi nieto Álvaro “Teresteguen”



Vino hacia mí corriendo entre los muebles, con los brazos abiertos y cara de asombro.
—¡Abuelo, abuelo, tengo a Messi repetido!
Buscó, precipitadamente, en un ajado taco de cromos que llevaba apuñado y me mostró a un palmo de la cara dos estampas iguales con la imagen del futbolero argentino. Interpreté mi asombro como pude y me contagié de su alegría.
—¡Qué suerte! —exclamé, —Ahora podrás cambiarlo por otro que no tengas.
Pensó mi sugerencia por un momento; luego me inquirió.
—¿Tan bueno como Messi?; ¿por cuál?
—Ronaldo, por ejemplo.
Su rostro se crispó; frunció el ceño y me espetó:
—Ronaldo es del Madrid.
—¿Y qué?
—Que yo soy del Barça.
—¿Y qué? —repetí.
—Que los del Barça no pueden ser del Madrid —aseveró, con firmeza.
—¿Por qué?
—¡Porque no!
— No me parece razonable —censuré.
Como me pareció que zanjaba la entrañable conversación, le abordé ladinamente:
—Entonces..., ¿no te gusta Sergio Ramos, ni Isco?
—¡Siiii! —contestó, sin dudarlo.
—Pues son del Madrid —le planteé la incongruencia.
—Sí, pero son “del España”.
—¡Ah!, y siendo así se salvan ¿no?
—Sí, porque yo también soy del “España” — y me enseña a los jugadores madrileños con la elástica roja.
—Pero, no se puede ser de dos equipos enfrentados: Barcelona no es de España.
—¡Claro que sí!
—Pues hay muchos catalanes que dicen lo contrario.
—Pues están equivocados porque si no fuera de España el Barça no jugaría con los equipos españoles la Liga y la Copa del Rey.
Sus ojos azules miran limpios e inocentes al tiempo que resolutivos ante tamaña evidencia.
Hoy aprendí de mi nieto la verdad camuflada entre tanto papel interesado: Si se quieren ir, ¿por qué no empiezan por lo simple, por lo que está en su mano; solo tienen que renunciar a lo que, aparentemente, les molesta y nada ni nadie les obliga. 
Exclamé para mí: “¡váyanse de una puta vez, con sus monsergas!
Luego he escrito ésto para que lo lea cuando sea grande.





19 de noviembre de 2018

Abstención


     Tenía previsto acudir a votar en las elecciones andaluzas. Me he puesto un terno adecuado y he salido a la calle con la mejor disposición. Como el colegio electoral cae lejos y llueve persistentemente decido tomar un taxi. En la parada —¡no hay ninguno circulando!— tomo el primero de la fila y, una vez dentro, descubro con desagrado el estado lamentable del vehículo: sucio, roto, con restos de clientes anteriores... Anuncio al conductor, de aspecto similar —sin afeitar, con ropa oliente y manos sucias—, mi deseo de cambiar de taxi y, sorprendentemente, me extorsiona con una norma no escrita que me obliga usar su coche y descartar otros que esperan en la cola. Pensé que, en nuestra democracia, también la ley electoral nos obliga a elegir partidos políticos que secuestran la libre elección de diputados — “es lo que hay”, nos dicen—. Naturalmente, indignado, me bajo del vehículo sin despedirme y dando un portazo.
     Llueve. Ir andando, bajo el paraguas, me parece una locura y me rebelo en usar otros medios de desplazamiento que nunca utilizo —¡yo siempre he viajado en taxi!—. Opto, finalmente, por no ir a votar. Abro el paraguas y regreso a casa; allí, cómodamente, me serviré un vino de Montilla y esperaré a ver por la tele el resultado de las urnas. 
     Otra vez será.

14 de noviembre de 2018

Saber


     Algunos piensan que la vida solo es un incidente natural limitado en el tiempo y, por tanto, carece de finalidad, no tiene un objetivo específico; en consecuencia, vivir es un abandono pasivo al irremediable protocolo socio-biológico. Otros, en cambio, la consideran un tránsito necesario para disfrutar de otra definitiva y eterna, no se sabe haciendo qué. Finalmente, hay otros a los que no nos cuadra que la realidad de existir carezca un objetivo sensato y trascendente. 
     Biológicamente, parece incuestionable que el pilar que sostiene la vida es la procreación, la creación de otra vida semejante; este sino es la garantía biológica de la existencia de una masa viva, pero... ¿para qué este parir constante?; el “creced, multiplicaos y henchid la tierra” no es una respuesta razonable para explicar el auténtico milagro natural de vivir, lleno de misterio, espectáculo y grandeza. 
     Escribiendo “Compartir” —en la primavera del 2011— , reflexionaba sobre la necesidad atávica del ser humano de compartir con sus congéneres lo que ha aprendido, lo que ha vivido, lo que piensa, lo que siente (enseñar), y, al mismo tiempo, necesita aprender de su entorno —también de los demás— lo que desconoce (curiosidad). Entonces comprendí que la vida tenía otro sentido que el de procrear: el de saber. La sabiduría ha hecho que el humano destaque en su evolución sobre los demás seres vivos, domine la naturaleza, consiga lo imposible. Mientras la procreación no tiene recorrido, su misión es evidente, la sabiduría no tiene límite, desafía la infinita divinidad (lo oculto, lo desconocido). La procreación, necesaria, no es más que un soporte, una inmolación, para el único objetivo de la vida: La Sabiduría. Usando un símil: vivir, cual carrera de relevos, más que la participación de cada corredor, el único y sagrado objetivo es llevar a la Meta el valioso testigo de la Sabiduría. 
     —Pero... ¿cuál es el fin del saber?— me pregunté después. 
     La pregunta me emplazó en otros derroteros metafísicos: no lo sabemos..."todavía"; pero, de momento, esta reflexión me proporcionó una inesperado y grato descubrimiento vital. Y, mirar la vida desde esta perspectiva, me permite apreciar un paisaje distinto y sumamente interesante a la vez que me proporciona un confortable estado de conformidad existencial. 
     Soy consciente de que no despejaré jamás la gran incógnita, que no encontraré respuesta a la gran pregunta pero, al menos, cuando llegue la nave machadiana que nunca ha de tornar, me encontrará indagando no esperándola, ligero de equipaje y con cara de estulticia.