Páginas

19 de enero de 2014

Mariposa


Desde mi ventana se ve el jardín.
Al amanecer la abro de par en par y recibo en la cara la brisa de levante que viene preñada de olor a pinos, a adelfas y a clavellinas;
y oigo el murmullo de la fuente y el croar de un rano trasnochador que llora porque su amada no acude a la cita.

Una mañana la vi jugar entre las flores. 
Le hice señas, se acercó y se posó en la palma de mi mano. 
Y el resplandor de su sonrisa voló alrededor de mi cabeza.

Quise atraparla para mí, acaparar la magia de sus alas blancas, 
pero escapó.
Intenté seguirle a sus destinos arbitrarios,
meterme entre las ramas de su bosque,
posarme en el borde de su estanque,
jugar en los bucles de su viento...
pero fue un esfuerzo inútil.

Se me olvidó decir que mi ventana tiene rejas,
lacres miserables de la edad que impiden mi deseo de acompañarla, 
que cierran mi deseo de libertad.

Y duele, 
aseguro que eso duele.
Un dolor que apenas calmo con penumbra, con libros, con pinceles y Albinoni,
porque no dejo de añorarla.

Todos los amaneceres la busco a través de los cristales
y la veo posada sobre una clavellina rojo sangre.

Y mi alma entra y sale de mi cuerpo prisionero.