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2 de enero de 2011

Año nuevo

Todos los uno de enero, mi suegra, hacía lo mismo. Al levantarse, daba una vuelta por la casa y, tras horrorizarse de los desastres de la noche anterior —botellas, copas, restos de tartas, de comidas, mezclados con velas derretidas, cigarros apagados, ceniceros rebosando... y confetis, montones de confetis y serpentinas alfombrando toda la casa—, acababa siempre de la misma manera: Se daba una ducha muy caliente, se ponía un traje elegante, se pintaba y se iba a la calle a coquetear con el año nuevo. Siempre me pareció una opción inteligente.
Yo, hoy he tratado de imitarla (menos lo de pintarme). Con los deseos y promesas de la noche vieja he cargado las pilas y, aprovechando que ha parado de llover y no hace frío, he salido a pasear por el Vial Norte, que le llaman.
Hay mucha gente en el bulevar. Predomina la gente mayor, no trasnochadora. Ropa oscura o negra (volvemos a Felipe II en ésto). También hay niños pequeños con sus juguetes nuevos de papanoel o del niñojesús (es pronto para los reyesmagos).

En ese panorama llama mi atención un grupo de chavales de unos quince años, de ambos sexos, que ocupan un banco en una zona ajardinada. Ellas juegan a ser mayor. Van maquilladas, con énfasis de color cuando ojos grandes de miópica mirada y gafas oscuras de pésames tonadilleros para esconder ojos pequeños. Pechos incipientes se insinúan aquí y allá, y muslos que, por lucirse, apenas se protegen del frío con finas medias negras transparentes. Sus melenas al viento son llevadas de un lado a otro, una y otra vez, por manos de gestos estudiados, exhalando feromonas.
Ellos van semirrapados y llevan cresta engominada. Lucen piercing en casi todos los apéndices de su cara enjuta y de color cetrino, propia del exceso de masturbación incontrolada.
Fuman y beben como cosacos desesperados, en comunidad, su propia mezcla de testosterona y estrógeno. El tiempo no tiene sentido para ellos y nada existe a su alrededor. Es la base de la vida, pero ellos no lo saben.
Mientras tanto, la crisis económica mundial amenaza la subsistencia, los políticos se dan tortazos por ocupar los mejores puestos dentro del partido, los gobiernos reclaman nuestro aplauso por la delicadeza con que nos despojan de lo nuestro. Los futbolistas ya no se conforman con jugar bien, ahora pretenden ser oradores. Los periodistas ungiéndose como profetas. La televisión desnudando sus propias miserias. Los artistas creyendo que, aún, pueden ser ricos con sus obras... y los que escribimos cosas, soñando, aunque sea, con un solo lector que se interese.
Todo ésto, que nosotros lo creemos importante, no son más que recortes marginales, sobras, asuntos basura, escenarios y actores teloneros del sexo, el auténtico motor de la vida. Los que podemos verlo en la distancia, sí lo sabemos... o deberíamos saberlo.

Estoy de vuelta. La casa está limpia y luminosa. Me siento en la terraza, en el banco blanco, saboreando una copa de manzanilla de Sanlúcar mientras observo cómo mis nietos Carlos y Luis, igual que los geranios, juegan esperando la llegada de la primavera.


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