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6 de enero de 2011

De copas

No se cuánto me he retrasado pero debe ser bastante. Desde que salí un momento esta mañana a comprar el periódico hasta las... deben ser ¿las once? No veo el reloj porque me mareo cuando fijo la vista, pero si está oscuro, no hay nadie por la calle y casi no pasan coches, debe ser más tarde... ¿las dos de la mañana, quizás?... ¡seguro!
Este Pepe no tiene fondo; cuando se pone a tomar copas se olvida del tiempo. ¡Claro! a él no lo espera nadie en casa, pero a mí... ¡Cómo se va a poner Julia cuando me vea!
Pero... tampoco es para tanto; solo han sido unas copitas y estamos en Navidad! Será comprensiva. Además a estas horas debe estar durmiendo (¡cómo ronca la jodía!) y no se dará cuenta ni que me meto en la cama; abriré la puerta sigilosamente y... ¡coño las llaves!.. ¡la he cagado: no encuentro las llaves! Esto sí es grave. Tendré que llamar al timbre, que se levante y me abra. No tengo escapatoria. Y ¿que le digo? Me acuerdo ahora de Vittorio Gassman, aquel galán italiano, ya veterano y lleno de experiencia teatral; hizo el puñetero un alarde de improvisación interpretativa en Madrid... ¡aquí lo quería yo ver, delante de Julia!

¡¡Ding-Dong!!
¡¡Ding-Dong!!
¡¡Ding...................Dong!

Lo siento, pero Pepe se empeñó en que celebráramos la Navidad tomando unas copas y... —trato de pasar sin mirarla.
¡Pero cómo se puede tener tanta desfachatez!— contesta airada—, ¡y a estas horas!
No te pongas así Julita, por favor.
¡Qué Julita ni qué ocho cuartos! ¡Esto es intolerable!
Trato de escabullirme avanzando torpemente por el pasillo.
De pronto veo en el salón un hombre en paños menores. Pero bueno, ¿que hace un hombre en mi casa a estas horas?, ¿y casi desnudo? ¡Pero si es mi vecino! No me puedo creer que mi mujer esté poniéndome los cuernos con mi vecino. ¡La mato!
Me vuelvo y encaro con ella, y al cogerla por el cuello observo que está como cambiada, no se le parece... ¡coño: que no es ella!

Ahora, magullado por el incomprensivo, intolerante y energúmeno de mi vecino me dirijo a mi verdadera casa, más espabilado, más razonable y dispuesto a recibir la penitencia que me sea impuesta por mi fiel y adorable esposa.



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