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30 de enero de 2018

Ágora quirúrgica



Buenas..., soy el representante de Ágora Quirúrgica, un grupo de cirujanos eutanásicos convencidos de que el enfermo/a octogenario/a debe acabar sus días sin sufrimiento y sin convertirse en un lastre para la sociedad. Nuestra vasta experiencia nos ha hecho ver que nada más inhumano que la decrepitud del envejecimiento que ocasiona dolor y angustia para el propio enfermo, ocupación, gastos, inconvenientes en la vida laboral y en la convivencia de los familiares, incremento inútil de los gastos sanitarios y prolongación peligrosa del Fondo de Pensiones del Estado. Estamos, por lo tanto, decididos a contribuir en la solución de este grave problema social practicando la eutanasia con los enfermos/as ancianos/as que caigan en nuestras manos.

Si ejerciéramos libremente nuestra profesión tendríamos un gran inconveniente: nuestra consulta y sesiones quirúrgicas irían mermando con la consiguiente integridad de nuestros ingresos, pero, como la judicatura, nuestra profesión no es libre; todos tenemos plaza en propiedad en la sanidad pública por lo que están asegurados el acceso obligado a los enfermos/as y nuestra nómina hasta la jubilación; de manera que no hay nada que nos impida librar a la sociedad de enfermos/as que son obstáculos en el desarrollo y mantenimiento del estado del bienestar.

Entendemos que haya colegas, pacientes y ciudadanos sanos que no aprueben nuestra labor social, pero estamos decididos ejercer el derecho democrático de asociación y ejercicio que nos permite la Constitución. Además hay precedentes similares en España: en la judicatura española existe la asociación legal “jueces para la democracia” —quiere decirse que hay jueces para la dictadura— y la más reciente “Ágora Judicial”, compuesta por “jueces para la independencia catalana” de cuya imparcialidad y buen hacer no puede dudarse de ninguna forma.

Un saludo.



14 de enero de 2018

Nacionalismo



El historiador Flavio Josefo describió en sus “Antigüedades judías” la epopeya del movimiento macabeo. En su lucha con los sucesores de Alejandro, el pueblo judío sufría la consecuencia del insobornable precepto sabático; refiere en su libro XII,268: “ Y es que la ley nos impone a nosotros la obligación de permanecer inactivos ese día. Consiguientemente, murieron asfixiados en las cuevas, entre ellos y sus mujeres e hijos, sobre unos mil, y muchos que lograron salvarse se unieron a Matatías, a quien designaron su comandante. Pero éste les informaban de que ellos debían luchar en el propio sábado, diciéndoles que si no lo hacían, por guardar la ley, se combatirían a sí mismos, toda vez que los enemigos les atacan en ese día mientras que ellos no se defienden, y que de esa manera no impedirían en modo alguno que perecieran todos sin presentar batalla. Al hablarles en esos términos los convenció, y hasta el día de hoy permanece vigente entre nosotros la costumbre de luchar incluso en sábado en caso de necesidad.”

En España, hace ya cuarenta años, salimos del aula dictatorial y buscamos como locos el recreo de libertad y, en esa locura colectiva, invitamos a todos a jugar a la utopía. Pero confundimos la Democracia con la ausencia de ataduras, con la vacuna de peligros autoritarios, con la amistad de mano tendida. No supimos — no podíamos imaginar— que la nueva convivencia llevaba en su entraña el germen de su propia destrucción: el nacionalismo.
La Constitución española permite acceder al poder a partidos que quieren dividir su sociedad. Son gentes que llevan en su ADN el sectarismo. Su objetivo es hacerse con el dominio de un sector social usando el fanatismo como método dictatorial para imponerse a los demás; y lo hacen sabiendo que la Ley impide no solo combatir su ideología sino obstaculizar sus pretensiones. Su escenario es la Autonomía y su mano bruñidora es el adoctrinamiento; la gota continua y reiterada que moldea la roca de la sabiduría y el sentimiento dejando la huella indeleble del criterio uniforme. El subproducto es la creación del otro, diferente — lógicamente, inferior—, enemigo subyugante, humillador, objeto del odio más profundo; y su aniquilación —su exclusión, al menos— la consecuencia.

Quizás es el momento de emular al macabeo y acotar nuestro “idealismo sabático” no permitiendo que arruinen nuestra sociedad con nuestras propias leyes. Miremos las naciones europeas, demócratas incuestionables, que imponen por derecho la no participación electoral a partidos sectarios y excluyentes. Modifiquemos nuestra Ley con imaginación, apliquémosla con entereza; impidamos que personas ávidas de poder e intereses espurios infecten de doctrina irracional a nuestras generaciones futuras.

Aún tenemos tiempo, no sé si políticos capaces.