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28 de octubre de 2013

Fernando



Cuando me dispongo a volcar mi pensamiento en esta página en blanco tu cuerpo inerte se funde en un abrazo eterno con la tierra del pueblo que te vio nacer. No he podido formar parte del siniestro cortejo que, seguramente, tiene previsto escenificar la rutina social, pero me da igual, porque tu no eres ese cuerpo amortajado objeto de ritos trasnochados; no formas parte ya de esa llaga que se entierra y que castigó sin piedad el último retazo de tu vida. Me dicen que, al final, quisiste desprenderte de él harto de dolor y desesperanza. Ahora es tu esencia viva, liberada al fin, la que preña hoy nuestros recuerdos; tu imagen, tus palabras, tus gestos quedan prendidos de la vida de los que te quisimos y aún vagamos por esta senda dura, asombrosa e incierta.

Cuando te conocí ya la sociedad te había vestido con su traje uniformado; tus méritos académicos, tus éxitos profesionales y tus dotes personales de honestidad, lealtad y generosidad habían compuesto el patrón con el que te paseabas por las calles de una ciudad difícil que terminó acogiéndote. En ese ambiente, cotidianamente provinciano, representabas un valor conformista sin nada por hacer; pareciera que ya tenías “to el pescao vendido” y que tu barca sin timón buscara el puerto confortable donde bambolearse en las aguas tranquilas de la charla y los amigos.

Debiera haberte conocido antes —como suele suceder a paisanos en tierra extraña— cuanto tanto te quedaba por hacer; cuando, cargada de ilusiones, la proa de tu barca surcaba el mar abierto del arte de crear; hubiera admirado y compartido la dificultad de calar el oleaje de un soneto, la oportunidad del despliegue de una vela como estrofa cuando embarga la emoción, la sutilidad de la mano en el sedal del que sabe lo que cantan las sirenas. Lo hice tarde, pero a tiempo todavía de destapar el inmenso rescoldo de poeta que ocultaba tu modesta timidez; y tuve que insistir, impertinente, para que tu poesía rebosara tu pudor y se asomara a la incomprensión de lo vulgar; para que sacaras de paseo tu vicio oculto, y en la noche solitaria de los tiempos, tomando la poesía por la esclavina, dibujaras una verónica imposible, expresión insuperable de tu emoción en soledad.

Siento orgullo de haberte acompañado un trecho del camino, y de que unos trazos míos queden hilvanados para siempre a tu última manifestación poética. 

En este aciago día ésta es la emoción que me deja tu recuerdo.


6 de septiembre de 2013

"Gran hermano"


        No cabe duda de que la reproducción es uno de los mandatos biológicos esenciales y el sexo —su protagonista exclusivo— es, directa o indirectamente, el eje sobre el que gira la convivencia humana. De él depende, nada menos, que la pervivencia humana y animal, no puede extrañar, por tanto, que represente el más inexorable e insoslayable instinto animal; nada es más atractivo que el placer sexual y nada es más imperativo. Pero también, el saber es otro mandato biológico, no menor, para la existencia humana; la acumulación de conocimiento, que es su esencia, ha permitido que el individuo y la sociedad en su conjunto hayan evolucionado de forma exponencial alcanzando diferencias abismales respecto de la más desarrollada especie animal; y esto es posible gracias un instinto específico: la curiosidad. El hombre es, pues, un ser curioso por obligación; y su curiosidad no se limita a observar pasivamente a su alrededor sino que busca desentrañar lo que está oculto simplemente por el placer que obtiene de conocer lo desconocido, de descubrir lo oculto, de adivinar lo divino —es la Filosofía, en el sentido más aristotélico—. Pero además, esta búsqueda activa del saber no es general o aleatoria sino selectiva de aquello que le guía su interés; en cierto modo, le es indiferente lo que ya conoce y le atrae lo que espera conocer, algo nuevo que, con independencia de su esencia, debe reportarle una sorpresa placentera (curiosamente, dos instintos esenciales del vivir encuentran placer en actividades encontradas: uno en la rutina y otro en la novedad).
       La forma más fácil de saber es la observación directa o, en su defecto, la obtención del conocimiento de otros a través de la noticia narrada de distintas formas. Pero ocurre que los hechos reales suelen ser acontecimientos ya aprendidos y los descubrimientos suceden de tarde en tarde, de manera que no alcanzan a satisfacer la insaciable curiosidad humana; es por ello que existe la ficción, acontecer total o parcialmente inventado que proporciona al individuo el placer de la sorpresa. La literatura, el teatro y después el cine han sido soporte de este placer durante años pero empiezan a agotarse las historias y las más irreales fantasías acaban siendo tópicos; el espectador quiere presenciar, cuando no experimentar, historias reales, de gente como él, para sentir cosas parecidas, pero la historia real carece de originalidad, de novedades, de sorpresas impactantes.
       Y es la televisión, con la puesta en escena del difundido programa “Gran hermano”, la que ofrece en directo estas escenas, consciente de que, además de ser baratas, venden mejor los productos comerciales; en lugar de representar obras de teatro, musicales o cinematográficas, de costes elevados en guiones, libretos, tramoyas e interpretaciones profesionales, optan por “echar” en un plató a un conjunto de personas con la libertad de hacer lo que quieran con tal que se representen a sí mismos, una vida ordinaria, en suma, para que sean observados por ávidos espectadores. Pero, si su comportamiento es sospechado, aprendido, anodino, sin sorpresas, ¿qué lo hace especial para ser interesante?: el sexo, solo sexo, implícita o palpablemente —nunca mejor dicho— sexo. Los productores saben que el individuo no se cansa nunca de observar y “participar”, aunque sea de forma indirecta, de las relaciones sexuales de los otros, en sus prolegómenos, en la minuciosidad del propio acto, en sus conclusiones, en sus éxitos, en sus frustraciones, ...en su intimidad, en definitiva. Nada que objetar a esta lógica deriva de consumo emocional, pero en esos “realityshow” los actores son todos jóvenes —como no podía ser de otra forma— escogidos por su físico, su desparpajo, su falta de autoestima, su personalidad elemental, su necesidad económica o la carencia de forma de obtenerla y, en ocasiones, su precario coeficiente mental. Ahora sí me cuestiono si puedo asumir esta nueva forma espectacular que ejemplariza conductas básicas, consabidas, nada edificantes, utilizando, además, a una pobre gente que vende su pudor por una economía de mercado sin escrúpulo.
       Prefiero seguir utópico, gozando las migajas que obtengo indagando en la divinidad —por lo oculto— de eternas cuestiones filosóficas y mantener los asuntos sexuales entre las cortinas de la intimidad.

29 de agosto de 2013

Brindis


Quiero alzar mi copa virtual esta noche de un verano que termina,
porque sigo prisionero del vivir superando el lado oscuro de la vida.
Porque mis horas siguen preñadas de proyectos que no ven la realidad.
Porque vuelvo a hurgar en mis recuerdos y encuentro intactos mis anhelos,
Porque mi curiosidad continúa explorando, sin cansarse, nuevas fantasías.
Porque me provoca tender la mano a los que buscan cercanía.
Porque sigo convencido de que se puede ser lider de cualquier manera,
Porque sé que es posible enamorarse del amor simplemente echándolo de menos,
Porque entiendo que el embrujo de una noche pueda humedecer una mirada.
Porque me llega la dorada filigrana del manto de una virgen de Sevilla.
Porque todavía tengo fe en que la generosidad le gane el pulso al egoísmo.
Porque preciso palpar con mi carne la carne de los míos.
Porque sigo eligiendo cada día a la mujer que elegí en mi juventud.
Porque vuelvo a alegrarme cada amanecer al ver nacer el sol de entre las aguas.
Porque quiero compartir la nostalgia del sol muriéndose rojizo en el poniente.
Porque necesito aspirar el perfume de misterio que trae la brisa de la tarde.
Porque puedo soñar mirando el guiño plateado que le hace el mar al plenilunio
Porque prefiero dormir escuchando los cuentos que cuentan las olas de la noche.

Brindo por todo lo que me permite ver la vida con ojos de poeta.



16 de agosto de 2013

Borrachera


Estoy, literalmente, borracho de champán.
Tendido en el suave bamboleo de mi chinchorro y arrullado por el persistente runruneo de las olas a mis pies contemplo cómo avanza la noche allá en el horizonte, donde se adivina el continente africano, siempre empezando a despertar, siempre lleno de misterio. 

A esta hora, en un rincón de su existencia pelean hasta la sangre el fanatismo y el ansia de ser libre de pueblos atrasados que otrora fueron luz del mundo. También aquí al lado, en nuestro suelo, toca echarse un pulso estéril a engolados directores de supuestas sociedades avanzadas; eternos gruñidos entredientes y alardes de posturas y palabras por acotar un puñado de savia que chupar y justificar su egolatría.

Fanatismo y política, igual da, borracheras de soberbia e ignorancia que abocan a estúpidas conductas; estulticia endémica que se empeña en arruinar, una y otra vez, el milagro asombroso de la vida.

La luna casi llena desparrama lágrimas de plata sobre mi pecho, y el sueño me vence enredando sus dedos amorosos en mis escépticos cabellos...




23 de julio de 2013

Papanatismo real


Hoy he visto en la prensa una fotografía espacial de nuestro planeta realizada por la sonda Cassini a unos cuantos miles de millones de kilómetros; es como una gran estrella rodeada de otros puntos luminosos más pequeños sobre el fondo profundamente negro del vacío universal. Dice el comentarista que la imagen está captada desde la órbita de Saturno, sin embargo, la posición aeroespacial de mi mente me hace dudar de lo que afirma; pienso que, al estar este planeta en un órbita mucho más distante que la Tierra respecto del sol, es imposible mirarla sin que éste no aparezca o impida, con su directo resplandor, la nítida visión que muestra la fotografía (algo así como la luna llena durante el día), por eso imagino que debe ser desde otro punto del espacio. Lo cierto es que, hoy como ayer, las interpretaciones de lo que vemos y sabemos del cosmos son siempre un mar de dudas.

Más, considerando veraz lo que nos muestran —prefiero una mentira bella y bien contada que una realidad fea y aburrida—, no dejo de sentirme impresionado por la inmensidad de lo existente. Por eso me invade un enorme desprecio —no apreciar, quitar valor— por las otras noticias que la acompañan. No solo encuentro pueblerina una ceremonia del más alto nivel social, donde un homínido, al fin y al cabo, sigue abogando por un Dios inexplicablemente implicado en el destino de una cantidad ridícula de seres que habitan en una despreciable partícula del espacio; o que estos mismos seres consuman su quehacer y su existencia en picarescos trapicheos políticos sin la más mínima trascendencia en el tiempo y el destino de un minúsculo planeta. Pero lo que, de verdad, colma el grado de aldeanismo cósmico es la desproporcionada cantidad de voces que, con aparente ánimo exultante, enfatizan artificialmente la trascendencia de una realidad vulgar: el nacimiento de un miembro de la familia real inglesa.

Recuerdo la simpática anécdota que le sucedió a un conductor a punto de ser multado por un guardia de tráfico en Madrid:
—¿Sabe usted con quién está hablando? —intimidó al agente, que se mantuvo en silencio.
—Yo soy concejal del Excelentísimo Ayuntamiento de Cuenca.
El guardia, mientras le extendía la copia de la multa, le informó con sorna.
—Pues aquí, un concejal de Cuenca es un "don nadie".
—Y en Cuenca también —admitió, resignado el de provincias.

Pues eso, el nacimiento de un niño, por muy distinguido que sea, no deja de ser una vulgaridad —por lo común—, y, en consecuencia, su anuncio a bombo y platillo es una memez informativa; por mucho que se esmeren algunos inglesitos vestidos de payaso y la prensa dirigida se esfuerce en desplegar una ingente cantidad de medios técnicos, el acontecimiento no es nada, no solo desde la órbita de Saturno sino, también, desde el humilde ámbito del lector interesado.  




19 de julio de 2013

Acaso


Otra vez tendido en el chinchorro, a la sombra del pino verde de anteayer que mueve su copa levemente alentado por la apenas brisa de levante.
Otra vez, mecido dulcemente, contemplo adormilado mis pies cruzados, sobre el fondo azul del mar inmenso.
Otra vez me vuelvo a preguntar si comienzo un nuevo año o es que me despierto de la primera siesta del verano.
¿Acaso no han pasado las cosas que me cuentan que han pasado?
¿Acaso no ocurrió lo que dicta el tiempo inexorable?
¿Acaso ha sido inútil el esfuerzo de evitar los desamores?
¿Acaso no volvió a triunfar la risa luminosa de mis gentes en su lucha incansable con las sombras?
¿Acaso no le robé al misterio una pizca de lo mucho que ignoraba?
¿Acaso no aprendí un nuevo paso en el baile con la vida?
¿Acaso no lloré con el llanto primerizo de mi nieto?
¿Acaso no añoré oyendo el “Va pensiero” de Nabuco?
¿Acaso no volví a enamorarme de mi amada?
¿Acaso no me emborraché con el vino del color y la poesía?
¿Acaso no he vivido la vida que parece que he vivido?

Quizás solo se trate de un sueño inducido por los primeros calores estivales y el monótono oleaje repetido sin cansancio.
Quizás he equivocado el archivo y he guardado lo vivido en la carpeta de los sueños.
O quizás he vivido un sueño guardado en la carpeta de la vida.

...¿Otro verano?, ¿otro sueño?,
lo mismo me da que me da lo mismo.

13 de julio de 2013

Borrasca

 A resguardo de la ola de calor que, como es costumbre, nos visita todos los veranos, he leído en un periódico de tirada nacional las declaraciones de un político, militante de un partido de primera fila, que conceptúa la democracia como causa de la libertad. Al parecer, político y periodista desconocen, aparentemente, algo tan elemental como que es la libertad la que lleva a la democracia y no al revés.

Es cierto que la libertad total es una utopía. El individuo, ante la necesidad de vivir en sociedad, cede parte de esa esencia para que la convivencia sea posible, y tiene, en consecuencia, obligaciones en su conducta respecto de los demás; pero, sí es propietario de un resto suficiente que debe preservar y utilizar para participar en la elaboración y dirección de un proyecto social común, esto es la democracia. Una cuota de libertad que le permite, ante la imposibilidad práctica de la acción directa, elegir directamente a las personas que mejor cree le han de representar y utilizar altavoces sin restricciones para denunciar cualquier desviación de los intereses comunes. Ambas libertades —de elección de personas representativas y de expresión pública— están en nuestra sociedad secuestradas por los partidos políticos, que, con el pretexto eufemístico de ser instrumentos políticos necesarios, se han convertido en obsoletas estructuras de poder que, tras rostros televisivos, esconden en la sombra oscuros personajes que manejan de forma espuria todos los resortes del Estado; personajes que enajenan los derechos ciudadanos secuestrando los mecanismos necesarios que impiden mantener su falsa democracia: sistema electoral abierto, control administrativo, independencia judicial y disponibilidad de difusión de la opinión pública libremente expresada.

Otra vez, estas maquinarias trasnochadas que detentan el poder vuelven a caer en la torpeza de creer que la sociedad, silenciada, aparentemente adormecida y limadas las garras de un ejército perfectamente asimilado, poco o nada puede hacer para desmontar sus privilegios y desmanes. Instalados en esta estable ola de sol radiante que les luce creen estar a salvo de tormentas. Pero de nuevo se equivocan. En su cómoda actitud no atisban el peligro que amenaza su horizonte; no evidencian los negros nubarrones de los hechos que acontecen en la comunidad internacional, el frente borrascoso de las llamadas redes sociales anuncian el final de su buen tiempo. La difusión por satélites, incontenible ya, conforman un frente climático-político de sentimiento compartido, de disconformidad, de hartura, de cabreo, de hasta aquí hemos llegado, y de una actitud resuelta de descargar, más pronto que tarde, una inevitable lluvia liberadora y vivificante que acabe con ese lastre heredado que impide realizar los utópicos deseos de libertad.

Esperemos que no sea otro diluvio.

25 de junio de 2013

Reformas



Como es archisabido, la actual crisis económica ha puesto de manifiesto que España, como Estado, se ha pasado de rosca en el gasto de dinero público. No dudaron mucho los administradores estatales en echarnos la culpa a los administrados, pero argumentar el endeudamiento hipotecario de los ciudadanos como causa de la crisis no resistió un elemental razonamiento y pronto se filtró que, en secreto, se reconocían como autores del dispendio en su propio provecho. Ellos son los que expoliaron desde dentro a complacientes entidades financieras a las que se apresuraron a resarcir inyectando ingentes cantidades de dinero que tendremos inexorablemente que pagar con nuestro trabajo eternamente hipotecado. En una huida hacia delante impuesta por los bancos europeos, acordaron de soslayo superar sus diferencias políticas echándole la culpa al viento —que nos es de nadie— de tal desaguisado y no perder sus prerrogativas políticas, manteniéndolas a toda costa como prioridad absoluta.

En este juego de tahures le tocó dar cartas a los conservadores que,  teniendo todas las bazas a su favor, anunciaron “reformas” y recortes”. No es lo mismo, aunque quisieron vender las dos actuaciones en un paquete común. Recortar es reducir la intensidad económica manteniendo intacta la estructura administrativa de unos servicios públicos considerados esenciales y otros que no lo son tanto. Recortaron para pagar una deuda que ellos mismos contrajeron en nuestro nombre con nocturnidad y alevosía; recortaron gastos, eso sí, pero siempre referidos al trabajo imprescindible y al retiro sagrado del obrero jubilado. Otra cosa es la reforma. No cabe duda de que, con independencia de la deshonesta corrupción y el reparto demagógico de prebendas sin sentido, el enorme despilfarro que se sigue produciendo en el país se debe, esencialmente, a la desproporcionada infraestructura funcional que soporta una torpe o interesadamente mal diseñada administración. Pero, a pesar que, desde fuera, señalaban la obviedad de esta situación insostenible, la casta política se ha venido resistiendo a propiciar la necesaria reforma de la Administración, a cambiarla, a modificarla estructural y funcionalmente para que, eliminando aquellos aspectos innecesarios o superfluos que generan gastos, no disminuya la cantidad y calidad de los servicios esenciales y permita mantenerlos en el tiempo.
Porque, para ello, es necesario previamente hacer tabula rasa con la casta política instalada, especialmente con el dominio acaparador de los partidos, y eso ¿quién lo va a hacer?, ¿ellos mismos?

Pues parece que se acaban de poner. Ayer salió a la palestra informativa la pequeña vicepresidente gubernamental anunciando, con sonrisa malévola, la esperada reforma; no una reforma cualquiera, sino la madre de todas las reformas. Trataba de resumir, mientras palpaba el grueso tocho que presidía la escena, el esquilado que el ejecutivo tiene previsto aplicar a la oveja negra del Estado. Todo aparentemente fácil de llevar a cabo con solo un estudio peritado y buena voluntad, pero..., veremos si es capaz de hacerlo; porque no se trata de un ovino dócil y sumiso que se presta a que le liberen del abrigo de lana que le agobia en el verano, sino de capar a un toro de Miura, pleno de fuerza y de poder, dispuesto a empitonar al primero que se acerque. No la veo yo, con ese cuerpo diminuto, abordar, sujetar, inmovilizar, callar y cortar sus genitales a un animal que le supera en tamaño, agresividad y mala leche. Pero, además, no creo que vayan a ayudarle sus conmilitones (con perdón) en esa ingrata tarea que supone mermar el mantenimiento de su propia casta.

Mi ancestral escepticismo me impide aceptar que un político (o política) en activo coja la espectacular daga de la ley y se haga el “harakiri” que pretende. Si fuera varón —no me tachen de machista— le aplicaría a tal expectativa un viejo dicho de mi pueblo que me enseñaron de pequeño: “El que con su navaja se capa buenos cojones se deja”.



15 de junio de 2013

La realidad


Todo lo que os he dicho es mentira. No es verdad que sea feliz, que tenga una casa con jardín, que tenga inquietudes filosóficas, que sea un escéptico en política y en religión, que me afecte la injusticia, que me guste escribir y pintar y que pase los veranos junto al mar mediterráneo. Todo es producto de la imaginación de un pobre hombre que siente admiración por los que saben, los que tienen, los que son amados y defendidos, los que gozan fácilmente de los placeres de la vida, los sanos, los simpáticos, los ocurrentes, los que inventan, los que aciertan, los favorecidos de la belleza, de la fuerza, de la elegancia, del ingenio y del genio, los que tienen asegurado el más allá y el más acá, los que siempre tienen suerte, los que nacen de pié, los que siempre tienen razón, los que saben dirigir a los demás, los que nunca se equivocan, los que provocan aplausos espontáneos con solo su presencia, los que están a punto de ser dioses...

La realidad es que vivo triste en la más absoluta soledad, en el cuartucho oscuro y húmedo de una humilde casa de vecinos, el sitio donde he escondido todo el tiempo una vida inútil y sin sentido. Una vida subsistida con la venta ambulante de bobinas de colores, de rehiladillos, de encajes de bolillos y de croché, de festones, de cortes de ligas...; un arrastrarme buscando el refugio de portales en las frías lluvias del invierno y la sombra protectora de los árboles en los atosigadores tórridos veranos. Una vida que sembró un cúmulo de achaques que minan mis últimos retazos. ¿Amistad?, ¿amor?, ¿...qué cosas son?; un muro infranqueable me impide el acceso a esas exóticas e inalcanzables emociones. ¿Conversación?; las pocas palabras que aprendí vinieron preñadas de torpeza y lastradas por una timidez impenitente; ¿qué iba a decir?, y ¿a quién?

Solo la escritura clandestina salva mi existencia prescindible. Solo la invención de situaciones liberan mi intención de terminar. Por eso trato de escribir con compulsión sobre cosas que ignoro en realidad; porque, aunque falsas, al escribirlas noto que las vivo y me siento satisfecho.

Y, si las siento, ¿qué más da mi realidad?  



8 de junio de 2013

Olvido




He olvidado el brote misterioso de mi fuente
y mi alocado juego de brincar por la ladera;
ya mi risa no salpica los riscos del camino
ni aplauden a mi pasar los juncos de la rivera.
¿Dónde está mi frescor que buscaran los ardores
¿dónde el canto que embrujara las praderas?

Ya no sé de aquel remanso, poza con fondo de arena,
donde las muchachas lavan, donde beben las ovejas,
donde nadan los zagales, donde los sedales pescan.
Ya no hay alto en el camino, vado, puente, sombra, yerba
descanso del caminante cuando baja de la sierra,
para humedecer su cuello y su garganta reseca.

No está el silencio nocturno que perfuman las adelfas
donde pelaban la pava las ranas con las estrellas,
donde mostrabas tu cuerpo desnudo, a la luna llena.

Se me olvidó todo eso; ¿fue queriendo o sin querer?
Yo no lo sé..., ya no me acuerdo siquiera.

                     Ahora, ya... solo me queda la curiosidad del mar.






19 de mayo de 2013

El tiempo

La fugacidad, la vivencia evanescente, la realidad cambiante, exigen la inmediata satisfacción del deseo, enemiga de mi necesario compás del tiempo.
Ese tiempo sin valor que es tirado a la basura del progreso junto a vivencias trasnochadas.
Ese espacio del pentagrama donde se detienen las corcheas y da sentido a la completa sinfonía.
Ese burbujeo de la olla en el anafe que acompaña la postergación del hambre.
Ese sueño de recién nacido que propicia el placentero descanso de la madre.
Esa exhibición natural del lento vuelo del águila poderosa.
Esa detención de ensueño de un lance de Morante.
Esa mirada infinita de unos ojos enamorados.
Esa pausa en la palabra que invita a la comunión intelectual.
Ese deambular sin rumbo para sentir el contacto de su mano.
Esa despedida del sol anaranjado que deja en la frente el beso de su brisa.


Vida: no sé el tiempo que me queda;
me perderé mucho que hacer si no apresuro,
pero ...¡déjame gastarlo en lo que quiera!

7 de mayo de 2013

Seda


—¿Qué hay fuera de la caja, padre?
—Eres muy pequeño para comprender. Cuando seas grande lo sabrás. Mientras tanto, come hojas frescas para que crezcas sano y fuerte.
—¿Pero, para qué lo debo hacer?
—Para que, cuando seas mayor, puedas fabricar tu propio capullo.
—¡Pero, si lo he de hacer de todos modos!
—Sí pero has de hacerlo bien, no todos los capullos son iguales. Hay que conseguir hacerlo grande, resistente, de color original... Para ello deberás ser capaz de fabricar seda fuerte, elástica y de un color brillante, y eso solo se consigue comiendo mucho.
—Pero, ...¡es que me aburro de estar siempre en la caja y comer siempre lo mismo!
—Debes dar gracias por tener un sitio limpio, un techo confortable, sin las inclemencias y los peligros de ahí fuera y por comer diariamente hojas frescas sin tener que molestarte en buscarlas. Además, rodeado de los tuyos... ¿qué más quieres?
—Es que todos los días lo mismo es muy aburrido.
—Piensa en el día de mañana, cuando hagas tu capullo y te transformes en una bella mariposa, y todos admiren tus alas de colores.
—Y ¿qué haré cuando sea mariposa?
—Pondrás muchos huevos, llenarás hasta el techo de la caja y tendrás una enormidad de gusanitos como tú. Después..., saldrás de la caja y volarás junto a Dios.
—¿Dios?
—..Es una mariposa grande, ...bella, la más bellas de todas las mariposas. Sus alas son hermosas, de colores transparentes. Las abre y acoge a todas las mariposas que han cumplido su mandato de construir capullos y poner huevos.
—¿Y, eso es todo?
—¡¿Te parece poco, vivir para siempre contemplando su belleza y esplendor?!
—No sé, ...no sé...
—Sigue comiendo y no seas más pejiguera.

La luz provocadora que filtra el agujero del rincón le llama insistente. Es imposible resistir la tentación. Trepa por la nervadura de la hoja hasta su borde y, en un descuido, alcanza el rincón semitapado de la caja. La curiosidad golpea su abdomen. Asoma la cabeza y sus ojos abiertos de par en par descubren un espacio infinito lleno de luz, de olor y de ruido. Y en la inmensidad, ingentes cantidades de sedas conocidas son amontonadas en cestos gigantescos. Sus hilos entrañables son entrecruzaos por una máquina infernal. No ve mariposas con alas ni almas de gusanos. Solo un enorme niño que juega con capullos de colores.
De pronto, un dedo de gigante empuja su cabeza y cae de nuevo entre las hojas al fondo de la caja. La tapa cubre por completo el rincón de luz. Su cuerpo y su mente continúan en la oscuridad más absoluta.

—...Sigue comiendo, te digo.

9 de abril de 2013

Pesadilla


Como respuesta atávica a un maléfico destino quieren volver a echarnos del reino. La izquierda política, ladinamente y con la anuencia de la derecha, azuza a sus podencos y echa carnaza informativa a sus altavoces mediáticos para colocarnos al borde del abismo. Ya olvidaron su generosidad de mi padre al compartir la herencia de un poder que solo a él correspondía. También olvidan que su escenificación del 11F les permitió tapar sus vergüenzas y seguir mangoneando. Ahora, viejo y maltrecho, quieren quitárselo de en medio de una forma cobarde y torticera. Claro que él tiene parte de culpa; no ha aprendido que la jodienda campechana acarrea nefastas consecuencia y ha vuelto a caer en la trampa populista. Ya no hay arreglo; por mucho que balbucee arrepentimiento público, ni la sociedad iconoclasta ni los intereses espurios han de perdonar sus estúpidos deslices. Mi madre, deshonrada y cansada oculta su indignación huyendo inútilmente de su propia sombra, buscando un sentido digno por esos mundos de Dios. ¿Y mis hermanas...?, ¡qué decir de mis hermanas! Una lamiéndose las heridas de un error y la otra envuelta en la vorágine de otro.

Una multitud vociferante espera fuera; enarbola ansiosa su bandera tricolor esperando, como buitre carroñero, la consumación de una vieja venganza largamente esperada. Copa, divertida, las primeras filas para no perderse el espectáculo de una reposición actualizada de “La toma de la Bastilla”. Algunos, alarmados, miran hacia mí tal vez buscando un asidero donde amarrar sus destinos o procurando un puerto estabilizador de sus propias singladuras. Pero nada puedo hacer: han descubierto mi flanco débil —ya me lo decía mi madre—; de entre todas las vírgenes de sangre azul, dispuestas y atraídas por mi edad de merecer, tuve que elegir una flaca locutora, plebeya ella, que pese a su aparente juventud hacía tiempo que había despertado a la vida; una “progre” intelectual que creía que reinar era hacer un reportaje para el telediario y la metí en un lío incomprensible para ella. Tampoco la entendieron en mi entorno; incluso yo tengo mis dudas. Pues bien, ahora, le ha salido un primo que mamó la mala leche familiar; un pariente amigo que, buscando notoriedad editorial, ha aireado sin pudor y sin piedad confidencias íntimas que ensucian su decencia. Y no es todo: la chusma que me rodea con ademanes amenazadores aún no sabe nada de “lo mío”... No puedo soportar más esta horrible pesadilla, ¡quiero despertar de este sueño que me tiene atrapado en esta larga madrugada!

Un beso suave en mi mejilla me despierta. Un enorme bienestar invade mi alma atribulada. Las primeras pinceladas ocres de un amanecer primaveral se filtran entre juncos y yerba fresca y me traen el perfume inconfundible de mi charca. Con mi barriga amarillenta apoyada en la piedra de rivera contemplo una estilizada libélula que extiende las vidrieras de sus alas y trata de posarse en mi mantel de desayuno. A mi lado mi eterno amor me mira con sus ojos saltones e inflando su garganta. Tengo que contarle mi horrible pesadilla.

—Croar, croar, croar... —le digo.
—Croar... —comenta ella.




24 de marzo de 2013

Mi primavera


El destartalado autobús de chapa verde carruaje y ventanas de madera se ha averiado en medio de un paraje frío y desértico, al borde de un camino solitario perdido no sé dónde. Fuera llueve torrencialmente. Su conductor, un viejo conocido, soporta el aguacero sentado en la cuneta esperando una improbable ayuda que ha de venir de no se sabe. Su interior no es un sitio angosto repleto de estrechos sillones apiñados sino una gran sala de paredes vacías y cortinas rotas donde estoy solo, sentado en un largo sofá, mirando una tele que emite sin parar noticias repetidas. Tengo la necesidad de encontrar un libro que, supuestamente, estoy leyendo. Se me hace angustioso el extravío...

Por fin lo encuentro. Lo veo con un solo ojo en la mesita de aquí al lado, junto al tic tac de mi viejo despertador y mis gafas. Más allá, encima de la cómoda, mi madre sonríe asomada al portarretrato plateado que refleja la luz de la ventana. Me giro y, ahora con ambos ojos, veo la eterna lámpara del techo cansada de esperar para alumbrar. Y, a la derecha, la luz provocativa de la mañana que entra a raudales a través de los cristales desnudos que miran al jardín.

Un par de gorriones lavan su plumaje al borde de la fuente observados por incansables begonias, esparragueras chismosas y aspidistras estiradas. Más allá, en el parterre, al borde del verde insolente del césped rociado, la costilla de Adán despliega su enagua de festón que esconde un miriñaque de tentáculos carnosos. Sobre el muro, pelan la pava el jazmín y la dama de noche envueltos en el perfume mareante que exhalan en su cópula nocturna. En el rincón, el mimbre de lectura reposa amparado por la adelfa que ansía parir su primera flor rosada. Y en lontananza, coronada por apenas una inquieta nubecilla, la humilde ermita de la sierra, mira el porvenir con soberbia cara blanca aupada en un pedestal de jaras, jaguarzos, madroños y lentiscos que, entre la neblina azul de la distancia, empinan su nariz buscando el ocre racheado que desparrama el sol de la mañana. Al fin despierto plenamente con el olor inconfundible del café recién salido acompañado del sugerente tintineo de tazas y cucharillas. No me falta oír “La Madrugá” para notar que está aquí la primavera, la primavera de siempre, la de todos los días, ...¡mi primavera!

Luego puede que llueva otra vez, o que el polen de las flores fastidie con su alergia, pero eso son ya cosas del tiempo, de la débil biología, o del pasar por la vida de puntillas.



2 de marzo de 2013

¿Qué puedo hacer?


      Ha vuelto a ocurrir. Como anunciaran los sinópticos, “se ha instalado en el lugar santo el ídolo abominable y devastador...”; ha prendido en nuestro espíritu el hedor de podredumbre financiera, la asquerosidad del pervertido comercio sexual, las aguas corruptas del ejercicio del poder mundano, lacras abominables que devastan el Gran Mensaje.
     Y vuelve a tener vigencia la frase indignada que profetizaron Isaías y Jeremías y los evangelistas pusieron en boca del Nazareno: “Mi casa es de oración para todos los pueblos y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones.” Es preciso hacer de nuevo un látigo de cuerdas para arrojar de nuestro interior sagrado a los que emporquecen su esencia. Es absolutamente necesario que “al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar”, porque buena es la sal del mensajero, pero “si la sal se vuelve insípida, ¿con qué daríais sabor?”
    Como el Nazareno, en la vital encrucijada, su actual representante también ha dicho “me encuentro profundamente abatido”; ambos se cuestionaron “pero, ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, salvame de lo que me viene encima en esta hora?”, más sus actitudes fueron diferentes, Aquel dijo: “De ningún modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora”. Y añadió “Padre, si quieres aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. La misma voluntad que le llevó a arengar: “Ahora, el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre. Porque os digo que debe cumplirse en mí lo que está escrito: Lo contaron entre los malhechores. Porque cuanto a mí se refiere toca a su fin.” Éste, en cambio, ha abandonado.
    Es verdad que éste no es Dios, que aduce una supuesta incapacidad humana que pudiera justificar el rechazo sacrificial, pero, más que nadie, debiera haber contado con la advertencia del Padre y el auxilio de su fe: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero he rogado por ti para que tu fe no decaiga”. Otro antes que él aceptó el cáliz de amargura, con su débil biología llevó su cruz hasta el final; subió a su calvario ante la mirada atónita de justificadores conformistas, apuró los últimos resuellos de su precaria existencia para mostrar la prevalencia del mandato divino, soportó con sus restos de entereza el salvaje escupitajo de una cruel enfermedad, y, mostrando los estertores de su cuerpo maltrecho crucificado allá arriba, en la ventana vaticana, exhibió la grandeza de su fe.
     Sin embargo, este Pedro de ahora no ha esperado a que cante el gallo para negarla tres veces, ha sido con las últimas luces vespertinas de un día frío de finales de febrero cuando la ha abandonado haciendo, esta vez, su propia razonada y comprensible voluntad.





5 de febrero de 2013

El betijo


Un sol tibio de febrero se empeña en calentar inútilmente los costeros del pequeño valle. Los fríos intensos con que se ha desayunado el nuevo año dominan el ambiente sosegado de esta plácida dehesa perdida en las estribaciones de Sierra Morena. El filtro azul de la distancia denuncia los verdores de la umbría que preñaron las lluvias del otoño, y el rumor de correntías entre zarzales se confunde con el tilín andante que tañen las esquilas. El perenne manto de encinar apenas cubre los finos pastos donde pasta un rebaño; y allá arriba, en el riscal, un pastor se deja acariciar por la solana mientras observa el devenir de sus caprinos que mordisquean entretenidos los tallos tiernos entre las piedras o alzan sus pezuñas saboreando el manjar de los ramones. Estoy seguro que me ha oteado ya hace tiempo y espera que me acerque, con aire indiferente, sacando astillas con su navaja a una vara de abedul.
—¡Buenos días! —saludo, ofreciendo la mejor de mis sonrisas amistosas.
—Buenos días —responde, con mirada escrutadora sobre rostro inexpresivo.
—He salido a dar un paseo y me he cansado; no es fácil andar por el campo ¿verdad?
—Verdad.
—Si no le molesto voy a descansar un rato aquí, sentado junto a usted, y a pedirle —por favor— que me señale un más cómodo camino de retorno.
—Me parece bien.
No es muy hablador. No tiene con quién, es la verdad. O quizás no sepa hablar; o no tenga nada que decir más allá de que la esquila grave, la que suena más lejos, detrás de los jaguarzos, es de “la ligera”, la cabra más aventurera y lista del rebaño, la que arrastra a las demás pero no tan lejos que “lobo” lo consienta —un perro pastor croata—, y que el sonido más agudo es la de “blanquina” que, como está recién parida, no puede con las tetas y no se alejará de los quejigos. Quizás hable otro idioma, vocablos extraños que solo entiendan el pájaro perdiz que reclama territorio, o la liebre escurridiza que mueve el hocico, ensalza las orejas y mira de ladillo con desconfiado ojo redondo, o el fiero jabalí que sale de la baña y limpia su lomo enlodazado frotándolo en el tocón del alcornoque o el ladino venado que se mezcla inmóvil en el paraje despistando la visión depredadora...

—¿Cual es su tarea con la navaja?
—Estoy haciendo un betijo.
—¿Qué es eso? —inquiero, interesado.
La expresión de su rostro, ajado por el sol, acusó mi ignorancia sorprendente.
—Es un palo de abedul —me explica— que, sujeto de sus extremos con una cuerda que se ata tras los cuernos, se introduce en la boca de los chivos de tal manera que puedan comer yerba pero le impidan mamar. Sirve, como comprenderá, para destetar a los chivos cuando se hacen grandes y quieren seguir mamando.
—...¡Cóño...!, ¡eso es! —espeto, bruscamente.
Me mira con asombro, ante una escena esta vez descontrolada.
—Sí —murmuro en voz alta y con la mente huida—. Es justo lo que necesita nuestra maltrecha sociedad para evitar la corrupción: destetar a los políticos; en lugar de proporcionarles sueldazos, dietas, comisiones, vuelos, secretarias, pensiones y coches oficiales, anudarles a los cuernos un betijo y así tendrán que comer de su propio esfuerzo y dejarán de mamar de las tetas del Estado.

Me alejo pensativo del lugar, sin despedirme, despistado, sin rumbo de retorno, observado por los ojos perplejos del pastor.



17 de enero de 2013

Añoranza


Llueve en Córdoba.
En invierno es una ciudad triste y caduca.
En esta mañana gris de enero, paseo, bajo el paraguas, por sus calles
contemplando el escenario que acogió nuestra amistad
y me invade la melancolía de estar solo.

Te añoro.
Me gustaría que estuvieras aquí, ahora.
Podríamos pasear por la ribera, charlando como entonces,
y apreciar el ocre atenuado del muro que mira al sur de la Mezquita,
esa quibla que oculta, celosa, su misterioso mihrab de filigrana;
para admirar la gama de cobrizos de su puente doblemente milenario
y el agua de grisalla que discurre lenta,
besando sus eternos pies de piedra,
buscando su atávico destino;
para abarcar el redondel de la albolafia, varada en la estática del tiempo,
que pudre sus maderas carcomidas en la umbría del soto del río grande.

Nos sentaríamos en el rincón de un bar cualquiera
de esta judería de laberinto,
y, al resguardo del cristal lluvioso, pediríamos vino blanco de la tierra,
brindaríamos y la lluvia cesaría,
y saldría el sol entre el naranjo de tus ojos,
pinceladas de color entre el verde insolente de sus hojas—
y tu risa franca sonaría como canto persuasivo del muecín llamando a la oración 
desde el alto alminar que mira hacia la Meca.