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30 de diciembre de 2012

Dolor

                                                                         ¿Quién no ha escuchado cantar
                                                                          cantes en una taberna
                                                                          que le hayan hecho llorar?
                               



—¿Por qué no escucha usted a este muchacho cómo toca la guitarra?
Estaba por irse ya. Lleva media tarde sentado en el rincón de siempre, delante de una copa de Montilla, viendo caer la cortina de agua gris que golpea insistente el cristal de la ventana. Un gitano, viejo ya, que añora su salud buscando en la taberna los sabores de otros tiempos. La risa de sus ojos se ha ido tornando mirada airada que desprecia la realidad incomprendida.
—¿Quien es el chaval? —pregunta, con desgana.
—Se llama Paco, y quiere se artista.
Un rostro cetrino que enmarca un abundante pelo ensortijado le mira fijamente y espera su palabra.
—Pues, a ver qué sabes hacer— indica con un vago gesto de su mano.
Con brazos largos de muñeca apulserada, el muchacho abraza el instrumento y rasguea sus cuerdas con las uñas barnizadas de sus dedos ágiles. Los acordes, inicialmente pausados, pronto pasan a arpegios virtuosos mientras contrae el gesto expresando la dificultad de su tarea. Termina sudoroso y aparentemente satisfecho, esperando el veredicto del experto.
—Tocas bien zagal— sentencia, mirando los ojos del interprete—, pero no me duele.
—¿Qué quiere usted decir?
Busca inútilmente en su escaso vocabulario una explicación.
—La guitarra tiene que provocar dolor para que surja el duende —acaba diciendo.
—No le entiendo...
—Déjamela —pide, tomando el instrumento.
Sus manos ajadas de dedos sarmentosos acarician su diapasón, templan su cordaje, prueban en silencio y ...empiezan a surgir notas suaves, armoniosas, leves, engarzadas en un compás perfecto. Y vuelan perfumes de gloria que empapan los sentidos; y surgen voces quedas, quejosas incontroladas, que exhalan sentimientos profundos, personales, inconfesables, contagiosos... segurillas, soleares, tarantas, tonás, tientos, peteneras, jaberas, medias granainas, abandolaos...

Ya de madrugada, llora de dolor el alma mientras arrecia, ignorada, la lluvia persistente en la ventana.







13 de diciembre de 2012

A veces...


Las más de las veces, es imposible sustraerse al condicionamiento físico, geográfico o social en las pretensiones humanas. Pudiera ser cierto que la mayoría nada gustosa en estas aguas de tranquilidad contaminada, pero alguno necesita sacar cabeza y respirar aire puro, liberar sentimientos profundos que se pudren asfixiados por la realidad reinante. Busca, entonces, lo inefable, lo utópico, que le ayude a transportar su alma a un escenario virtual que permita dibujar su fantasía y trepar bosques de ramas de colores.

A veces, encuentra motivos para inventar gigantes, sembrar jardines de palabras, implantar primaveras en otoño o coitar volando entre las nubes... Se convierte, así, en un alma pura suspendida en el tiempo y el espacio que guarda, celosa, su rincón imaginario donde experimenta sentimientos únicos a socaire del siempre gregario soplo cotidiano.

Pero ocurre que, a veces, la cruda realidad golpea la copa virtual que atesora ese néctar cristalino y, entonces, el alma derramada clama unos brazos que le acunen y le libren del profundo sentimiento que inspira la ausencia imaginada.

Luego, el sentimiento se hace arte y escribe, cual Neruda, los versos más tristes esa noche.





12 de diciembre de 2012

Decepción


Un aire equivocado ha quebrado el cristal de la copa entre mis manos
y se ha desmayado el vino escurridizo entre mis dedos.
Ya no volveré a admirar el rojo transparente de su esencia,
ni a gustar su sabor de terciopelo acogedor,
apenas un resto de perfume evanescente
reposará un momento en la piel ajada de mi vida.

Luego...
                                                        ...solo quedará el recuerdo
                                                        escrito en la esquina de un papel cualquiera.







24 de noviembre de 2012

No soy gregario.


No creo en los movimientos de masas;
en los que se disfrazan de sagrados objetivos,
en los que prometen paraísos que no tienen.
Ninguno es espontáneo, como dicen;
son fuerza adocenada por espurios,
son miseria que comercia con miseria,
son ladrones del dolor y de esperanza,
son arma arrojadiza a su pesar.
Por eso, además de escepticismo,
ante esas ONG,s subvencionadas
proclamo mi enérgico desprecio.

Sí creo en el individuo,
que, aunque, atávico egoísta,
busca asegurar su esencia y su existencia,
es capaz de sorprender con su conducta,
ser autor de la grandeza de compartirse,
de sacrificarse, de inmolarse por los otros.
Es la única esperanza, única mano
que puede sacarnos, uno a uno,
del lodazal social contaminado,
de esta basura en movimiento
donde grupos despreciables chapotean.  





7 de noviembre de 2012

Árbol de otoño


Me ha llegado el árbol de tu otoño
aquel que, entre la niebla, me anunciabas
aquel de las ramas temblorosas
el del pájaro cantor de la mañana.
Pero éste no es el mismo que describes
no es el árbol desnudo que esperaba
está preñado de colores que emborrachan
asidos a la savia de sus ramas.
Envueltas entre un bosque que se muere
se agarran a la vida con sus garras;
¡cuánto cuesta brotar lo que se siente!
¡cuánto cuesta gritar lo que se calla!
¡cuánto cuesta olvidar la primavera!
¡cuanto cuesta morir cuando se vive!
¡cuánto cuesta no amar cuando se ama!

He cambiado el azul de los estanques,
pinceladas de Monet en mi pantalla,
nenúfares rosados, puentes negros
por los rojos, amarillos, verdes, ocres...,
por el árbol de tu otoño que me mandas.

¿Qué hacemos?


Nos cogieron a traición
Aprovecharon que estábamos borrachos de libertad
y nos colaron una norma emponzoñada.
A socaire de galernas indignadas,
esgrimiendo el poder que les vendimos,
esquilman, impunes, nuestra hacienda,
secuestran nuestra carga de ilusiones,
abrasan nuestra sed de sentimientos
y empeñan nuestros brotes de esperanza.
Y no hay nada que hacer, lo ataron bien.
Se hicieron con la llave del cotarro
y caparon para siempre nuestra opción,
virtual soberanía de un solo uso.
Se ríen, desde entonces,
de nuestra acción bobalicona de votar de vez en cuando,
cuando recogemos, festivos, sus migajas
con vestidos domingueros y niños de la mano.

¿Es la calle lo único que queda entonces,
doncella hermosa, carnal adolescente,
infectada de candor y carente de talento,
propensa al manoseo de viejos verdes,
y objeto arrojadizo del violento?

No.
También la pasividad,
la desobediencia gandiana,
la ignorancia, el desprecio...
¡Miradlos bien!: No son nada;
privados del vestido del poder, que le dimos una vez,
quedan desnudos,
mostrando lo vulgar de su carnada.
Me lo dijo una mañana un veterano.
Étienne de La Boetie, que se llamaba:

“No te hace falta levantar la mano,
no sirvas más y serás libre;
luego verás cómo cae su peso
y se deshace en pedazos su poder”.

Pues eso


16 de octubre de 2012

Virus políticos


La única obligación biológica del ser humano es la de mantenerse vivo para poder cumplir su objetivo: la trascendencia vital. Para conseguirlo, el individuo puede actuar en solitario —alimentación, por ejemplo— pero para otras actuaciones —caza, defensa, apareamiento...— necesita asociarse a sujetos semejantes. Esta beneficiosa asociación, paradógicamente, es contraria a su conducta natural —el egoísmo— que garantiza la obtención de lo necesario frente a los demás. Es el control de esas tendencias encontradas el que mantiene ese equilibrio inestable que llamamos sociedad y no hay duda de que la solidaridad —inteligente punto medio entre avaricia y largueza— es la fórmula final más idónea para conseguirlo.



Pero no siempre ha sido así. A lo largo de la historia, el hombre ha logrado imponer su egoísmo sobre la colectividad, para, dominándola, obtener su propio beneficio sin preocuparle los demás. Y ha empleado para ello tres procedimientos distintos:

1º.- La fuerza. Es la conducta natural que busca doblegar al colectivo por el miedo a la violencia. Su nombre convencional es “dictadura” y el protagonista de la acción es “el caudillo”. Su herramienta es la amenaza de emplear la fuerza física contra “el enemigo” que pretende resistirse. Su símbolo son los ejercicios militares y la exhibición cuantitativa y cualitativa de armamento. Suele durar lo que dura el caudillo o dictador.

2º.-El engaño. La oferta salvadora del miedo al sufrimiento desconocido, incontrolable e inexorable de la muerte. Se llama “religión” y su protagonista es “la iglesia” que emplea como herramienta el supuesto conocimiento y control de la divinidad (divino=oculto). Su enemigo es “el demonio” que, perversamente, conduce a los pecaminosos al sufrimiento al privarlos de la felicidad eterna que ellos “conocen y proporcionan”. Su símbolo es “dios”, ser abstracto personificado y tangible que obedece a su intermediación; domina el saber y el intelecto, es impermeable y se acomoda fácilmente a cualquier situación social. Dura mientras haya masa suficiente de ignorantes.

3º.- La pérdida de identidad. El miedo al aislamiento individual desconectando de un entorno físico y humano con el que comparte parentesco, vivencias y sentimientos. Es el “nacionalismo”, con un “el lider” — o “el mesías” —rememorando al nacionalismo judío— al que todos siguen. Su doctrina es la defensa a ultranza de la supervalorada singularidad de “nosotros” frente a supuestos enemigos, “ellos”, y su herramienta es la indignación o el “victimismo” por su supuesto ataque desintegrador. Su deidad es “la patria”, que engloba una tradición —“su historia”—, una enseña —“la bandera”— y un territorio nuevo o expropiado —“el país”—, por la que, si es necesario, ¡hay que arriesgar la propia vida!

  
Los tres procedimientos, que como virus políticos, permanecen enquistados en poblaciones desgraciadas a las que mantienen en una interesada situación de incultura y de miseria. Y pudiera parecer que han sido vencidos por el progreso científico y tecnológico, que los han erradicado las experimentadas constituciones democráticas, pero no es así: están silentes entre nosotros, saprofitan las entrañas de nuestra sociedad y solo esperan cualquier descuido defensivo, cobardes al fin, para infectar, solos o asociados, los pilares fundamentales del Estado de derecho de los individuos libres e, inoculándole su veneno amargo,  provocarle un fallo multiorgánico mortal de necesidad.

No nos confiemos, otras sociedades, comparativamente más asentadas que la nuestra, sufrieron la epidemia y desaparecieron dejando solo el recuerdo. 


12 de septiembre de 2012

La voz


La voz es el sonido, el sostén de la palabra.
La voz es el papel regalo que envuelve la dicción.
La voz es la música; la palabra es la letra.
La voz es la caja resonante que necesita la cuerda del verbo para ser oída.
La palabra es la ciencia; la voz el arte.
La palabra es la razón; la voz el sentimiento.
La palabra necesita interpretación; la voz no.
La palabra convence; la voz enamora.
La palabra es promiscua; la voz es fiel.
La voz descubre la palabra falsa.
La voz, y no la palabra, es la que duerme al niño.
La voz es la ruina de la frase petulante.
La palabra busca la mente; la voz se cuela hasta la cocina del alma.

La poesía no es más que un sentimiento que llora porque no tiene voz.
Las palabras se las lleva el viento; la voz permanece en lo eterno.
La voz identifica; la palabra es de cualquiera.

Toda palabra sin voz
que no se dice al oído
es una frase cualquiera
escrita para el olvido.

...¡Qué diría yo para que me oyeras!
...¡Qué callaría yo para oír tu voz!



3 de septiembre de 2012

Publicar


Buceando en internet he dado con un nuevo blog (no sé si abandonado) que ha acaparado mi atención porque su intención declarada es la acogida y difusión de escritos de gente que necesita expresarse sin más. Como era de esperar una multitud de anónimos vuelcan sus proyectos, pensamientos, reflexiones, sentencias..., con el desparpajo que le permite la ausencia de selección y crítica excluyente. Hay de todo, como en la vida; abunda la mediocridad, predomina el tópico y no es raro el egocentrismo en redacciones hechas a vuelapluma, confusas, faltas de estructura e incluso con una ortografía más que dudosa; aunque también hay textos que dejan interesantes mensajes de forma correcta, bien redactada y no exenta de originalidad y belleza. Pero, lo que me atrajo es, justamente, esta oferta de libertad de difusión para todos aquellos escritores —porque escriben— que, al margen del corsé editorial y las listas de ventas, buscan calor en la hipotética lectura de sus obras y el agradable comentario anónimo: una especie de ONG literaria.

Pero, pronto descubrí la realidad: desde la dirección del proyecto se invita al mundo editorial a participar en el evento con la intención explícita de que algún autor pueda ser captado y encauzado en la senda del papel, controlado y sujeto a selecciones subjetivas. Comprendo que muchos participantes necesiten materialmente la letra impresa, pero a decir verdad me ha decepcionado, una vez más, que la creatividad se pliegue al mundo del interés y del comercio.

Recuerdo una anécdota referida, creo que de Primo de Rivera, que durante un mitin en Cádiz, en el que arengaba a las masas con conceptos abstractos de “prosperidad”, “bienestar”, “solidaridad”, “justicia”..., una voz surgió de entre el silencio expectante:
—Don Miguel...: ¡Colócanos a to´os! —queriendo reconducir a lo tangible su sarta de promesas utópicas—.

Pues eso; en el fondo, en la masa de escritores altruistas que alaban internet y desprecian explícitamente publicar en papel, subyace un deseo mal disimulado de encontrar su obra y su nombre en letra impresa y la esperanza de que un don miguel editor le coloque en las librerías y en las listas de ventas.

….¡La vida!





28 de agosto de 2012

Banderas


Mi contertulio de tumbona viene hoy indignado.
—En la terraza de enfrente de mi apartamento —dice— hay colgada una bandera preconstitucional.
—¿Preconstitucional?
—Sí, ya sabe, esa del “pajarraco”
Se refiere sin duda a la rojigualda con el águila negra imperial, flanqueada por las columnas de “Plus Ultra” y aprisionando con sus garras el yugo y las flechas que secuestró la Falange y asumió como suya el régimen anterior.
—Debe tratarse de un aficionado al fútbol —supongo— que, imitando a otros, puso en su ventana la primera enseña que tuvo a mano durante el pasado Campeonato de Fútbol Europeo de Selecciones Nacionales y se le ha olvidado quitarla.
—No se trata de quitarla, sino de no ponerla. Hacer ostentación de un signo que representa un nefasto período político debiera estar prohibido; opino que debiera haber una ley que prohibiera, y sancionara debidamente, la exhibición de una enseña anticonstitucional.
—No creo que sea para tanto. Desde esa perspectiva habría que proceder de la misma forma con la bandera republicana —opino— omnipresente en cualquier manifestación de izquierda...
—Pero esa, en cambio, representa la libertad y la tolerancia de la sociedad —sentencia—.
—¿También la de la monarquía parlamentaria? —le hago dudar—. De cualquier forma, tampoco es constitucional.
—Tiene usted razón —reconoce—, pero no lo puedo soportar.
—Yo creo que exagera —le digo—. La verdadera tolerancia es la que admite «todas» las libertades de expresión, también la que usted pretende prohibir. ¡No quiera usted decirle a su vecino “lo que le ponen al puente”!
—¿A qué se refiere? —pregunta intrigado.
—Es una vieja frase que se dice por aquí cuando se quiere reprimir una acción. Parece ser que viene de una anécdota que sucedió después de la guerra en el barrio sevillano de Triana. 
—Pues cuéntemela, si no le parece mal.
—Verá, usted —le cuento—: En contraste con la Sevilla de la margen izquierda del Guadalquivir, Triana fue siempre de izquierdas; pero no podía olvidar que formaba parte de “la tierra de María santísima” ni renunciar a su sentir cofradiero, por ello, cuando, durante la Semana Santa, sacaban sus pasos procesionales —La O, La Esperanza de la calle Pureza o El Cristo de la Buena Muerte (“El Cachorro”)— adornaban las barandas de su famoso puente con banderas, rojo,gualda y morado de la República y el sentimiento que experimentaban lo expresaban en sus cantes de taberna. 
Y ocurrió que, acabada ya la guerra, en “La velá de Santana”, un gitano borracho cantaba dando tumbos por la calle Betis esta bulería:
                                                              
                                       Qué bonita está Triana
                                       Cuando le ponen al puente
                                       Banderas republicanas

Inmerso en su arte y en los vapores del vino, olvidó que se había acabado la libertad de expresión. No tardó en abordarlo "la secreta" que, con la delicadeza al uso, le obligaron a entrar en un coche policial. 
–¿Dónde me llevan?, preguntó el beodo.
–¡Vamos p´al cuartel de La Calzada, que allí, "el manoplas" te va a decir “lo que le ponen al puente”».
—Muy ocurrente pero... me parece una bestialidad la represión franquista.
—Pues aplíquese el cuento. No se tome a pecho una banalidad como esa. Sea tolerante y deje que su vecino, como esta criatura que se tuesta aquí al lado, muestre lo que le dé la gana!
—¡No se hable más, seguiré su consejo!

19 de agosto de 2012

Bochorno


       El mar está hoy como un plato. El quieto gris plomizo se funde en el horizonte con un cielo solo tenuemente atravesado por el sol perseverante de agosto. El calor y la humedad acumulada de varios días condicionan este bochornoso panorama climático de finales de verano. Desde la ineficiente sombrilla, al borde de las olas, contemplo algún bañista compulsivo que se adentra en el agua caldosa, plagada de medusas que acuden en manadas cual pateras subsaharianas y viejas tetas aplastadas que, aquí y allá, con todo desparpajo, se tuestan insistentes en la arena exhibiendo, impúdicos, gruesos pezones amamantadores de otros tiempos. Es un día desagradable.

      Dice mi vecino de tumbona, meteorólogo aficionado, que se trata de una persistente área de alta presión en la capa alta de la atmósfera que impide la conversión, «el ascenso del agua evaporada» —me explica—, y nos mantiene en una especie de sauna.
        —Es como una olla de agua en el fuego con la tapadera puesta —me aclara, parabólico, presumiendo que su terminología es demasiado específica para mí—.
     —¡Coño!, como la crisis —espeto para expresarle mi asimilación—: La tapadera de los mercados, con su prima de riesgo, el BCE, la Merkel y los del taco que nos impiden transpirar el vapor acumulado que imprimen el fuego de los recortes, los impuestos, el paro, los desfalcos, las prebendas...
           —No había caído yo en esa metáfora —replica, sorprendido de mi ingenio—.
          —Pues, yo lo he visto claro. Y lo que espero es que sea una olla con válvula porque, si no, vamos a saltar todos por los aires.
        —¡No exagere, hombre! Sería un simple accidente, nada más.
      —¿Un simple accidente, dice? Lo que sería es una desgracia irreparable para el cocinero, la cocina, el apartamento, el bloque y la comunidad europea e internacional.
       —No creo que llegue la sangre al río. No son más que juegos de intercambios económicos propios de la sociedad en que vivimos.
     —Exacto: Algunos están jugando pero con fuego... otros con tapaderas, y otros tienen la mente como la válvula de escape: obstruida —insisto en mi ejemplo.
      —¡No sea usted pesimista, hombre! — me dice, tranquilizador—, dentro de unos días otra vez la normalidad.
       —Dios le oiga, amigo, Dios le oiga...
Acaban de llegar otras tetas; incipientes, blancas, nacaradas, casi transparentes; brillan bajo el efecto del gel protector mostrando tímidamente tenues areolas rosadas.
    —¿Lo vé usted? —me señala con la mirada—. La humanidad siempre ofrece signos rejuvenecedores, ¿no le parece?
     —Me parece, vecino..., tengamos esperanza.   

10 de agosto de 2012

Fantasmas


    Nací en la noche de los tiempos, cuando las fuerzas naturales asombraban y asustaban a la humanidad. Mi padre es el miedo, hijo de la enfermedad y la muerte; y mi madre es la curiosidad, criada en la perspicacia y la intuición cuando la necesidad de saber supera a la ignorancia. Ambos me educaron en el sobrecoger y en el placer de observar rostros desencajados, gestos de ocultación, gritos desesperados. Y me enseñaron los efectos de las sombras tremulantes del candil, el crujir de la madera en el silencio de la noche, el ulular del viento entre las ramas, el batir de la lluvia en los cristales, el latigazo deslumbrante del relámpago y el desgarro estruendoso del trueno que le sigue. Es la cohorte que anuncia mi presencia en las noches solitarias que busca con temor, inútilmente, los ojos infantiles, y mi poder, que atraviesa las débiles barreras de sábanas y almohadas. Solo el sueño que rinde, ya al amanecer, señala mi retirada triunfal. Luego, de mayores, me abandonan. Aprenden opiniones sabihondas que niegan mi existencia —«es producto de la mente», dicen— e ignoran mi presencia. Yo también me alejo, aburrido de su indiferencia.

      Sin embargo, ella no lo ha hecho. Dejó hace tiempo su niñez pero sigue creyendo en mí; ahora son unos bellos ojos los que me buscan cada noche; su voz queda me llama susurrando en mis oídos; apenas esconde su hermoso cuerpo, sin miedo, tras la sábanas. Y he empezado a experimentar sensaciones nuevas, desconocidas para mí; empiezo a sentir algo que me mueve a responder a su llamada, a oler el perfume de su pelo, a acariciar la tersa piel de sus caderas, a rozar sus labios con los míos. Pero no es posible; por mucho que lo intento, no alcanzo a tocarla con mis manos, ni envuelvo su cuerpo con mi cuerpo, no logro que se encuentren nuestras bocas. Y me invade el terror de esta impotencia, el miedo de deseos desesperados, el temor del sentimiento para siempre. Ahora empiezo a entender a los mortales, ahora sé, de verdad, qué es un fantasma.

     Quisiera tener un sueño profundo que me rinda cuando apunte el sol, de madrugada.
    Quisiera ser mortal para crecer y poder entender que los fantasmas no existen, que son productos de mentes infantiles.


13 de julio de 2012

Soñar en amarillo


La "papas arrugás" con mojo evitaron la ruina culinaria de una “vieja” seca, pasada de fuego, que me sirvieron en el chiringuito de “Los cristianos”, allá en el borde desértico de la costa sur tinerfeña. El calor húmedo y la perspectiva de contemplar el tedioso ir y venir de turistas de todo tipo en su búsqueda desesperada de emociones tropicales me invitaban a buscar la siesta placentera bajo el aire acondicionado del hotel artificial. Sin embargo, no sé por qué, opté por subir al Teide.

Un pequeño “panda”, de juguete, me ha servido para serpentear la ladera meridional del gran volcán. Un pobladito insignificante aquí y allá, con algún parterre adosado como única pincelada botánica al monótono terrizo, me saluda en mi solitario paseo. Nada de árboles, nada de agua, un conglomerado de ocres secos y polvorientos me acompañan hasta la base de la cumbre donde, por fin, encuentro una oficina de turismo y poco más. Allá arriba, queda todavía un trecho, la famosa nieve del semblante que esconde el fuego del corazón de la mujer canaria. Demasiado trayecto frío para ¡vaya usted a saber! Prefiero bajar la ladera norte.

Al atravesar un collado, me sorprende un abundante follaje que contrasta con el paisaje anterior. ¿Cómo es posible tanto verdor camuflado, aquí detrás? Ahora, la abundancia de árboles casi me impiden la visión. He de buscar, entre el apretado bosque que oprime la carretera, una ventana que me deje otear la distancia. No es fácil; debo seguir bajando...

¡Ahora sí...! En un recodo del camino me espera un paisaje fantástico. Un torrente de mil verdes se despeña en la ladera buscando como loco el mar inmenso que, vestido de azul purísimo, se apresura a su encuentro ofreciéndole besos de espuma blanca. Y, en la orilla, un pueblito, Garachico, mete sus pies en las olas y sonríe orgulloso de ser espectador perenne de este lance travieso, siempre nuevo y siempre eterno.


—¡Precioso!, ¿no te parece?
Absorto y emocionado, no acierto a localizar el saludo. Miro en derredor y no veo a nadie. Solo, a mi lado, una mazorca apretada de flores amarillas emerge de un matorral grisáceo dejándose mecer por la brisa norteña. ¡No lo puedo creer!: una flor que habla.
—¿Quién eres tú? —pregunto, con estupor.
—Me llamo Gramón, y soy una flor silvestre de esta zona. Solo florezco unos días por estas fechas y, como apenas pasa nadie por aquí, no tengo muchas oportunidades de comunicarme con la gente. Te he visto extasiado y he querido compartir contigo esta belleza.
—Pero... ¿cómo es posible que hables?
—Me decepcionas. Yo no puedo hablar, ¿no sabes? Es tu estado de ánimo el que me oye.
Efectivamente, es solo una bella flor silvestre, ¡¿cómo va a hablar?!

El regreso por Icod y el acantilado de “Los franceses” se me hace corto. Acuerdo no contar a nadie mi experiencia —me tomarían por loco—.
Seguro que esta noche soñaré en amarillo.

18 de junio de 2012

Solidaridad


                                                                Si no hubiera ovejas 
                                                                no habría pastores



     La llamada “crisis económica” ha puesto al descubierto el flanco débil de un estado, el español, que, con sus luces y sombras, considerábamos la más perfecta fórmula de convivencia democrática que nos pudimos dar va a hacer cuatro décadas. La extrema gravedad de la situación actual pone de manifiesto el fracaso en la forma de conducirnos como conjunto social.
   Saludamos entonces el nuevo régimen, jubilosos e ilusionados por estrenar una autogestión en libertad que solo conocíamos de oídas y dimos un amplio margen de maniobra a los se ofrecieron como más capacitados para definir una nueva guía social libre de imposiciones personales. Entendimos que circunstancias como preservar la paz obligaban a elaborar a prisa y corriendo un compromiso, suficiente para comenzar, pero susceptible de ser perfeccionado con posterioridad adaptándolo a las expectativas de un grupo humano que derrochaba generosidad pero reclamaba soberanía. Pero no ha sido así; con el tiempo, lejos ya de aventuras militares, con el viento económico a favor y, por qué no decirlo, con la indolencia mediática y social, el elenco mesiánico que elaboró la Carta Magna olvidó cimentarla liberándola de los puntales provisionales y ...¡claro!, ahora aparecen signos de agotamiento estructural que amenazan la ruina total del país. Es ahora cuando los hechos muestran nítidamente que nuestra Constitución se diseñó a imagen y semejanza de un sector social, el político, que habiendo asegurado su exclusivo acceso, estancia y permanencia en la dirección del país, olvidó la provisionalidad de la Ley instalándose en la comodidad de su status quo.
   Aquel sector social se ha convertido en una casta endogámica, autoprotegida y utópica que ha proliferado de forma exponencial obligando al Estado a hipertrofiarse, impregnando innecesariamente servicios sociales o implantando entidades de dudosa funcionalidad para potenciar y preservar sus privilegios. Y es esta artificiosa sobredimensión estatal la que, para subsistir, no solo ha necesitado la práctica totalidad de nuestros recursos actuales, sino que, vendiéndonos a los mercados especuladores, ha hipotecado los de la generación venidera, y, lo más grave, no está dispuesta a renunciar a sus prebendas hurtándole al ciudadano de a pié, si es preciso, el aire que respira. Pero, lo que más indigna es la desfachatez de culpar a la sociedad —¡dicen que “hemos” vivido por encima de nuestras posibilidades!— de esta situación de pobreza y de insolvencia que amenaza la paralización del país. No es extraño, pues, que la indignación larvada comenzara a manifestarse en opiniones y movimientos que aspiraban a reconstituir el Estado, empezando por expulsar del mismo a esa casta política —“No nos representan”, decían— sustituyéndola por otra de mejores aptitudes y desprovista de actitudes despreciables.
    Sin embargo, en cierta forma tienen razón: El origen del problema no son los políticos sino la misma sociedad —nosotros— que, conformista con sus dictados, cómplice de sus desmanes y carente de calidad para dirigir su destino, apoya y tolera a esta casta privilegiada. A su sombra, muchos ciudadanos sin escrúpulos han venido demostrando explícitamente que, en esta España nuestra, las bondades de la especulación, la mediocridad, el escaqueo, el oportunismo, la mentira..., prevalecen frente a la equidad, el compromiso, el esfuerzo, la preparación, el respeto... como valores que garantizan el bienestar común, mientras otros hemos mirado para otro lado o hecho dejación de nuestros derechos no poniendo pié en pared como si el asunto nos fuera ajeno. Es la sociedad, pues, la que ha permitido, cuando no disculpado o defendido vehementemente con argumentos espurios, las atrocidades infringidas a su propia hacienda.
     Es este sometimiento de la sociedad, necio o interesado, el que ha propiciado no solo el despojo de sus bienes materiales sino que ha permitido a los políticos la incautación de sus sagrados valores de su cohesión como país, impregnando de ideología su forma de ser, destruyendo la urdiembre más recóndita de su tejido, distorsionando los pilares básicos de su esencia igualitaria y justa. Es su permanente manipulación maniquea la que se empeña en mantener el omnipresente sentimiento disgregador y cainita en las nueva generaciones que, como la nuestra, desconocen la solidaridad como piedra clave para construir la convivencia y el progreso y, en consecuencia, carecen del principio sobre el que debiera asentarse un nuevo orden colectivo.
  Es ese estúpido sectarismo el que hace fracasar sistemáticamente cualquier iniciativa que procure una España mejor.




10 de mayo de 2012

Primavera, otra vez


Sin saber cómo, he vuelto a pasear por las calles del viejo barrio.
He vuelto a andar sobre mis pasos de otros tiempos.
Con el alma triste, encogida, estoy buscando sin querer hallar.
Con ansia de ver de nuevo y con el miedo al dolor que el tiempo deja.
Y he visto mis frases descoloridas, promesas de otro día, varadas en la orilla de tu río.
Y he vuelto a estremecerme como aquella vez, zarandeado por la belleza y el sentimiento.
Y aquí, bajo la luz mortecina en la esquina de los tiempos, he rememorado a Elia repitiendo su mensaje una y otra vez.

"Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la yerba de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."

19 de abril de 2012

"Los árboles mueren de pié"

Estoy convencido que el pasaje de “La mujer adúltera” (Juan, 43:7:53- 43:8:11) no ocurrió como lo cuenta el evangelista. Igual que otros, buscando un mayor impacto en el lector prosélito, el autor escenifica lo que, probablemente, fue una discusión interpretativa —supuesta o real— entre el Jesús cristiano y miembros del partido fariseo respecto de un enunciado concreto de la ley mosaica: juicio y penalización del adulterio. El Nazareno, comprometido públicamente con el mantenimiento a ultranza de dicha ley —“no os creáis que he venido a abrogar la ley o los profetas, no he venido para abrogar sino para cumplir” (Mateos 5:17)— aceptaba la reprobación moral y legal de tal conducta y, en consecuencia bebía aceptar también la penalización prescrita (esta es la encerrona que califica el autor), pero veía algo de inmoral en la ejecución penal y, mientras mostraba gestos automáticos banales, buscó en los rincones de su mente un argumento que pusiera en evidencia la injusticia moral de la propia justicia legal. Y lo encontró: nadie es lo suficiente honesto para enjuiciar, penalizar y, aún más, ejecutar la violencia contra un semejante, máxime cuando, institucional y/o personalmente no se es ajeno a tal delito.

Mucho de fariseos hemos tenido en nuestro país estos días a propósito del desafortunado afaire del rey Juan Carlos. Una caterva de instalados detenta el poder de decidir sobre lo bueno y lo malo de los demás mientras se revuelca en la pocilga de la deshonestidad, la soberbia y la ignorancia. Políticos de toda laña, desde los que parieron esta “pastelera” Constitución hasta los que, de una u otra forma, han ido metiendo a nuestra sociedad en este lío; e informadores que, secuestrando la opinión pública, hacen su agosto decidiendo qué es lo importante y emitiendo opiniones de perfil bajo, vienen enjuiciando sin piedad una conducta, sin duda poco edificante pero de trascendencia menor, de nuestro jefe del Estado; y, además, exigiendo públicamente y sin pudor un arrepentimiento humillante para uso y disfrute de unos ciudadanos adocenados que, a falta de pan, esperan consolarse tirando piedras sobre su propio tejado.

Pues bien, ya han obtenido lo que buscaban: un pobre hombre, a punto de llorar, balbuceando un “Lo siento, estoy arrepentido. No volverá a ocurrir.” como si de un niño de colegio se tratara y no como el máximo representante, para bien o para mal, de nuestro País Soberano.

A lo largo de la historia tuvimos oportunidades materiales para ser el mayor emporio conocido y respetado, pero siempre las hemos malogrado por nuestro mal hacer. Es verdad que hemos tenido mala suerte con nuestros dirigentes sociales impuestos o elegidos, pero también es cierto que nuestro atavismo cainita ha prevalecido sobre los necesarios solidaridad y sentido común. Somos una sociedad marcada por la torpeza ¡¿qué le vamos a hacer?! Pero, Majestad: si estamos heridos de muerte debiéramos finar con orgullo, tapando nuestras vergüenzas y tragándonos nuestra hiel, no despedazándonos en público: de pié, emulando los árboles de nuestro Alejandro Casona y no dejando hacer leña de nuestra esencia caída; o, empleando símiles taurinos, apurando el último aliento en el centro de la plaza y no buscando las tablas para doblar como los toros sin casta, soportando la mirada de un tendido europeo que observa en silencio, con conmiseración cuando no con desprecio.

12 de marzo de 2012

La fe

Acabo de leer un artículo de un jesuita hablando de la fe. Soslayando que el objetivo del mismo es —como no podía ser de otra forma— identificarla con la existencia de Dios y su personalización en Jesucristo, llama mi atención como, una vez más, la costumbre semántica relaciona la fe directamente con lo que nos es desconocido cuando conceptualmente no es así.

Somos conscientes de que la realidad de todo lo que existe supera infinitamente el conocimiento más sublime; de lo que está al alcance del conocimiento humano, muchas realidades son evidentes pero otras no son percibidas sino por personas capaces de experimentar su existencia. La única forma de que los ignorantes podamos asegurar la existencia es confiar en la persona que ha objetivado esa percepción, poner nuestra fe no en el objeto en cuestión sino en la persona que nos asegura que existe. Por ello, dudamos de lo que nos dice una persona que no es “creíble” y, en cambio, aseguramos una supuesta realidad simplemente porque lo dice alguien “digno de crédito”.

El hombre, animal al fin, es naturalmente desconfiado —le va en ello la vida—, pero, desde el momento que necesita vivir en sociedad, debe confiar en la experiencia ajena. Desconocemos lo que comemos y bebemos, la seguridad del sitio en que habitamos, los caminos por donde caminamos, los artilugios que utilizamos, incluso ponemos nuestra vida en manos de médicos ignorando los entresijos de la medicina; sin embargo confiamos en la experiencia y la honestidad de los que los construyen o elaboran y controlan la calidad de esos productos o manipulan nuestro cuerpo. Ocurre, no obstante, que, desgraciadamente, existen personas que, interesadamente, fingen una experiencia que es solo aparente y, naturalmente, defraudan la confianza que se puso en ellas. Muchos de esos individuos son de bajo perfil intelectual y, a pesar de que su embuste se pudiera ver venir de lejos, enganchan la voluntad de multitud de incautos a los que aligeran de ingenuidad y hacienda: es lo que conocemos como pícaros; son inofensivos y forma parte de nuestro patrimonio cultural. Pero existen otras personas, poseedoras de mentes sumamente elaboradas que, solas o en compañía de otras, extiende una red de pseudocredibilidad difícil de detectar. Se infiltran en el tejido social camuflándose con colorido intelectual de tal modo que, en muchas ocasiones, se identifican con la propia sociedad siendo imposible de erradicar si se descubren porque, como el cáncer, no es posible extirparlo sin dañar o destruir el órgano social entero. Son entes que, cuando les es posible, amparados en su poder real o fáctico, esgrimen dictámenes dogmáticos como únicos argumentos fedatarios; cuando no, son verdaderos ladinos que emplean razonamientos intelectuales enrevesados, perfectamente estructurados, que engatusan al obtuso y agotan por aburrimiento al más pintado discutidor. Son, como la serpiente del árbol de la ciencia, atractivas, amables y obligadas compañeras de viaje vital.

Yo creo que la fe en lo que desconocemos está relacionada directamente con cuatro factores:

1º. La veracidad de lo desconocido.- Habida cuenta que quien lo asegura es un humano, como nosotros, lo que nos cuenta debe tener, al menos, indicios de veracidad de que sea real; y eso obliga a responder a unos parámetros considerados creíbles. Nuestra fe disminuye cuanto más increíble sea lo que nos dicen.

2º. La capacidad de convencer de la persona que nos habla.- La cualificación intelectual junto a la sensatez, honradez contrastada y honestidad en sus propuestas hacen de una persona digna de credibilidad; pero no basta con eso, debe exigírsele la experiencia directa respecto a la verdad expuesta, desconfiando del que muestra un conocimiento derivado.

3º. El desinterés de la información.- El contador no debe hacer proselitismo de la noticia; de lo contrario, se debilitará la fe del receptor sospechando, con razón, que esconde intereses espurios. Se ha de poner en tela de juicio la puesta en escena del anuncio recelando de la parafernalia que rodea el acto.

4º. La necesidad de creer.- A veces la angustia vital no encuentra otra salida y hay que agarrarse a lo que sea.

En fin, no creo que estas reflexiones interesen a alguien; si lo hacen será un milagro. De cualquier forma seguiré siendo un escéptico al respecto.




7 de febrero de 2012

Sequía


Es época de sequía. Llevamos tres años que no llueven ilusiones en esta nuestra sociedad acostumbrada a lluvias de primavera. Se agostan los pastos laborales, se agrietan las esperanzas empresariales y se secan de silencio las fuentes de los proyectos. Por si fuera poco, nos azota el viento seco de la corrupción y las heladas de la vergüenza cubre apenas la torpeza y la injusticia. Tampoco corre mi arroyo literario. Sus escasas aguas están retenidas, cauce arriba, en el charco de “la muerte digna”, una charla-conferencia que me ha llegado a obsesionar. Por fin le he dado suelta y me he sentido en parte liberado, aunque me han quedado marcas de mis propias conclusiones.

Ha empezado a llover de madrugada, no gran cosa de aguanieve, pero ha sembrado el cielo con negros nubarrones que, junto al frío, ha ensombrecido aún más el triste panorama. Necesito respirar, salgo a la calle buscando despejar mis tristes pensamientos.

Maricarmen, médico como yo, me saluda cariñosa desplegando una sonrisa en su cara helada. Hablamos de ésto y aquello y, en medio de la palabrería insustancial me lanza un piropo a botepronto. Nada de sutileza intelectual: un grueso requiebro sin florituras directo a la mente y al corazón. Continúa contando cosas sin perder el ritmo pero ya no la oigo. Pido que lo repita y lo repite como sin darle importancia. Creo que nos despedimos pero no estoy seguro.

Ya no hace frío y un tenue rayo de sol se filtra entre las nubes. Mi caminar es más ágil y estoy seguro de que mi porte también es más airoso. Me miro y me encuentro sonriendo. «Tengo que volver a escribir», digo para mí, ...y en eso estoy.