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30 de diciembre de 2012

Dolor

                                                                         ¿Quién no ha escuchado cantar
                                                                          cantes en una taberna
                                                                          que le hayan hecho llorar?
                               



—¿Por qué no escucha usted a este muchacho cómo toca la guitarra?
Estaba por irse ya. Lleva media tarde sentado en el rincón de siempre, delante de una copa de Montilla, viendo caer la cortina de agua gris que golpea insistente el cristal de la ventana. Un gitano, viejo ya, que añora su salud buscando en la taberna los sabores de otros tiempos. La risa de sus ojos se ha ido tornando mirada airada que desprecia la realidad incomprendida.
—¿Quien es el chaval? —pregunta, con desgana.
—Se llama Paco, y quiere se artista.
Un rostro cetrino que enmarca un abundante pelo ensortijado le mira fijamente y espera su palabra.
—Pues, a ver qué sabes hacer— indica con un vago gesto de su mano.
Con brazos largos de muñeca apulserada, el muchacho abraza el instrumento y rasguea sus cuerdas con las uñas barnizadas de sus dedos ágiles. Los acordes, inicialmente pausados, pronto pasan a arpegios virtuosos mientras contrae el gesto expresando la dificultad de su tarea. Termina sudoroso y aparentemente satisfecho, esperando el veredicto del experto.
—Tocas bien zagal— sentencia, mirando los ojos del interprete—, pero no me duele.
—¿Qué quiere usted decir?
Busca inútilmente en su escaso vocabulario una explicación.
—La guitarra tiene que provocar dolor para que surja el duende —acaba diciendo.
—No le entiendo...
—Déjamela —pide, tomando el instrumento.
Sus manos ajadas de dedos sarmentosos acarician su diapasón, templan su cordaje, prueban en silencio y ...empiezan a surgir notas suaves, armoniosas, leves, engarzadas en un compás perfecto. Y vuelan perfumes de gloria que empapan los sentidos; y surgen voces quedas, quejosas incontroladas, que exhalan sentimientos profundos, personales, inconfesables, contagiosos... segurillas, soleares, tarantas, tonás, tientos, peteneras, jaberas, medias granainas, abandolaos...

Ya de madrugada, llora de dolor el alma mientras arrecia, ignorada, la lluvia persistente en la ventana.







6 comentarios:

  1. Vuelves a deleitarme con los temas de tu Andalucía y sus gentes, que con tan extraordinaria agudeza y sensibilidad describes.

    Me gusta mucho la idea que me llega y comparto: toda creación artística tiene que "doler";no basta con que esté bien hecha, si su perfección es fría a l sentir de los que la contemplan."Doler", sí, -qué forma más intensa de expresarlo- ;hacer sentir que algo nos oprime el pecho de emoción, o que estamos a punto de llorar y se nos hace un nudo en la garganta.

    Con el cante flamenco me ocurre algo así; no entiendo su teoría pero siento ese "dolor" que me altera el sentimiento.
    He tenido que consultar en Google todas esas modalidades del cante andaluz y algunas no he terminado de entenderlas.Distinguirlas es difícil; Eso hay que mamarlo desde chicos.
    Me ha gustado ver que vuelves a estos temas.

    Muchos de tus escritos también "duelen", artista.

    Un abrazo ,( y, permíteme una broma: que duela)


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  2. Me ha gustado mucho esa forma de explicar la principal cualidad del arte: sentir y hacer sentir a quienes lo contemplan.Y,en la música ese dolor se produce muy adentro.Lo describes muy bien; como quien ha sido contagiado más de una vez, de ese dolor, tal y como nos dices en esos versos del comienzo.

    Saludos.

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  3. Describes bien esa concentración del cantaor, llena de gestos y gemidos de dolor, como si le hurgaran por dentro removiendo sus vísceras.

    Sabes de qué va.

    Saludos.

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  4. Hay estilos musicales que deben cantarse con dolor. Tienes razon. Me llega Ellington, Chabela y una petenera de Camaron...y me duele con un dolor que reconforta. Un contrasentido pero tu texto lo ha hecho posible.
    Un abrazo.
    Julia

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  5. ...Y dolor siento en este cielo encendido y en el intenso azul del mar que trae hasta mi orilla una hoja en blanco para que yo pueda decirte lo mucho que me gusta cómo escribes.

    Con afecto.

    Romero.

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  6. Venía otra vez a contemplar el mar...y me encuentro las palabras en medio de la nieve.

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