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14 de enero de 2018

Nacionalismo



El historiador Flavio Josefo describió en sus “Antigüedades judías” la epopeya del movimiento macabeo. En su lucha con los sucesores de Alejandro, el pueblo judío sufría la consecuencia del insobornable precepto sabático; refiere en su libro XII,268: “ Y es que la ley nos impone a nosotros la obligación de permanecer inactivos ese día. Consiguientemente, murieron asfixiados en las cuevas, entre ellos y sus mujeres e hijos, sobre unos mil, y muchos que lograron salvarse se unieron a Matatías, a quien designaron su comandante. Pero éste les informaban de que ellos debían luchar en el propio sábado, diciéndoles que si no lo hacían, por guardar la ley, se combatirían a sí mismos, toda vez que los enemigos les atacan en ese día mientras que ellos no se defienden, y que de esa manera no impedirían en modo alguno que perecieran todos sin presentar batalla. Al hablarles en esos términos los convenció, y hasta el día de hoy permanece vigente entre nosotros la costumbre de luchar incluso en sábado en caso de necesidad.”

En España, hace ya cuarenta años, salimos del aula dictatorial y buscamos como locos el recreo de libertad y, en esa locura colectiva, invitamos a todos a jugar a la utopía. Pero confundimos la Democracia con la ausencia de ataduras, con la vacuna de peligros autoritarios, con la amistad de mano tendida. No supimos — no podíamos imaginar— que la nueva convivencia llevaba en su entraña el germen de su propia destrucción: el nacionalismo.
La Constitución española permite acceder al poder a partidos que quieren dividir su sociedad. Son gentes que llevan en su ADN el sectarismo. Su objetivo es hacerse con el dominio de un sector social usando el fanatismo como método dictatorial para imponerse a los demás; y lo hacen sabiendo que la Ley impide no solo combatir su ideología sino obstaculizar sus pretensiones. Su escenario es la Autonomía y su mano bruñidora es el adoctrinamiento; la gota continua y reiterada que moldea la roca de la sabiduría y el sentimiento dejando la huella indeleble del criterio uniforme. El subproducto es la creación del otro, diferente — lógicamente, inferior—, enemigo subyugante, humillador, objeto del odio más profundo; y su aniquilación —su exclusión, al menos— la consecuencia.

Quizás es el momento de emular al macabeo y acotar nuestro “idealismo sabático” no permitiendo que arruinen nuestra sociedad con nuestras propias leyes. Miremos las naciones europeas, demócratas incuestionables, que imponen por derecho la no participación electoral a partidos sectarios y excluyentes. Modifiquemos nuestra Ley con imaginación, apliquémosla con entereza; impidamos que personas ávidas de poder e intereses espurios infecten de doctrina irracional a nuestras generaciones futuras.

Aún tenemos tiempo, no sé si políticos capaces.



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