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18 de mayo de 2015

Coser


La conocía desde pequeño.
Al salir cada mañana hacia la escuela, atravesando el frío del patio de vecinos, la veía a través de su ventana cosiendo ropa. Cuando llegaba el buen tiempo sacaba a la puerta una silla baja y seguía con la labor al sol de la mañana. Después, en el verano, hacía lo mismo a la sombra de la parra.
Era ya mayor, menuda y silenciosa. Miraba fijamente la tela a través de unas gafas medio opacas que apoyaba en la punta de su nariz, mientras sus dedos de sarmiento no paraban de moverse con la aguja y el dedal.
Una tarde, a la vuelta del colegio, quise ver de cerca lo que hacía y contemplé, asombrado, que la aguja no estaba enhebrada; ¡cosía sin hilo! Seguro de que el despiste obedecía a su vista, ya cansada, me atreví a señalarle el error.
—Ya lo sé —me dijo, sin cejar en su tarea—; siempre lo he hecho así.
—Pero..., no puede coser de esa manera —repliqué, perplejo.
—Yo no quiero coser, nunca lo he pretendido; a mi lo que me gusta es dar puntadas.
No la comprendí hasta que fui grande.


2 comentarios:

  1. ¡Ay, cómo me gusta este breve relato!... Con la habilidad que te caracteriza para recrear personajes entrañables sacados de "tu trastero donde guardas las emociones"*, describes una escena de mucho calado poético y filosófico.
    Más que en lograr una obra perfecta, la emoción se concentra en la infinidad de puntadas, en el disfrute del hacer.
    "Dar puntadas", bordando fantasías en el aire., es lo que tú haces, Luis. ¡Enhorabuena!

    Aquí te dejo "una puntada en el aire" : Mi abrazo.

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  2. Esa anciana, cansada de dar puntadas con hilo, toma la imaginaciòn y da puntadas en el aire, a su gusto. Qué breve y precioso tu texto.
    Mis felicitaciones

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