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21 de marzo de 2011

¿Escribir, para qué?


Acabo de escribir un cuento. ¿Y ahora qué?, me pregunto. Acabaré archivándolo como los otros y, dentro de un tiempo, cuando surja un hecho que merezca un pensamiento, haré otro, y otro... Como mucha gente, supongo, tengo la necesidad atávica de escribir lo que pienso y encuentro satisfacción en hacerlo, pero, al final, me queda una sensación de vacío que no se explicar.

La creación de cosas, pintar, modelar, operar..., ha sido una constante en mi vida y he creído que la elaboración de algo nuevo, desde que lo concibo hasta que lo hago —pasando por el diseño, la preparación y la propia ejecución—, es una satisfacción en sí misma, sin que deba tener trascendencia obligatoriamente. Pero escribiendo es distinto. Al terminar un escrito siempre me asalta la pregunta ¿qué le falta a lo que he hecho?

Supongo que será un tópico para un escritor experimentado, más si es profesional. Él sabe que ahí comienza una andadura que, envuelta en otra actuación —la edición—, concluye en la publicación, y tiene su cumbre en la conexión con el lector, su otro yo, con fines concretos y definidos: económia y/o de prestigio. Pero no es mi caso. No preciso ninguno de los dos — repito, ninguno de los dos—, ¿qué es lo que echo en falta, entonces?

Circula, hace tiempo, una anécdota del torero fallecido Luis Miguel Dominguín en la que se refería a su puntual relación amorosa con la actriz Ava Gardner. Contaba él que, en el mundo taurino y de farándula en el que vivía, conoció a la bella actriz a través de su amigo Ernest Hemingway. A una “devorahombres”, como se la consideraba, no tardó en provocar su apetito un joven torero apuesto, mujeriego y libertino. Al amanecer de una noche de amor, Luis Miguel salió de la habitación y bajó a la cafetería del hotel en que se alojaban buscando alguien a quien contarle su aventura. Mereció más la pena —comentó— contar lo extraordinario del caso que saborear un despertar lujurioso con la mujer más atractiva que ha dado el cine.

También a mi nieto le pasó algo parecido. Pasaba el tiempo y seguía defecando en el pañal. La obsesión de los mayores por forzarlo a utilizar el baño, se convirtió pronto en una pequeña tragedia familiar que el niño captó con repulsión y algo de miedo. Una tarde, leyendo en mi rincón, oigo cómo viene gritando hacia mí. Pongo atención alarmado y lo veo llegar con el pantalón bajado y las heces resbalando por sus piernecitas hasta la alfombra. Con ojos muy abiertos y una sonrisa radiante me anuncia «¡abuelo, he hecho caca en el váter!». ¡Tenía que decirlo! Era importante contarlo. Más que otra cosa, comunicarlo. No le importaba el desastre. A mí tampoco. Lo celebré con él como la obra más importante del mundo.

Comunicación, ese es el misterio. Que alguien lo sepa. No importa lo que opine ni lo que reporte. No es un beneficio para ese alguien sino para nosotros mismos. No comprendí a Dominguín pero sí aprendí de mi nieto la satisfacción de comunicar lo que se considera importante.

5 comentarios:

  1. Escribimos porque lo que vemos alrededor no nos gusta y queremos poder transformarlo, escribimos porque estamos pletóricos de alegría o de tristeza y queremos compartirlo, escribimos porque la misma esencia de la escritura implica una participación de sensaciones, de razonamientos, de emociones, de denuncias.

    Escribimos porque hay, en nuestro interior, oscuridad, hechos, ideas, interrogantes que no queremos sacar a la luz en nuestro entorno.

    Escribimos para ser leidos, para dar y recibir contestaciónes por gente afín. No tendría sentido otra hipótesis para mí.

    Puede que haya tantas razones como personalidades y caminos realizados.

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  2. De acuerdo en todo, Anónimo. Efectivamente, no tendría sentido sin el lector, "el otro yo" del que escribe.
    Son numerosas razones, pero, esencialmente, es una misma.

    Gracias por leerlo y comentarlo.

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  3. He dado con este blog de casualidad y me gusta su contenido.
    Escribimos porque "nos lo pide el cuerpo" y, sobre todo "el alma".Hay en nuestro interior ideas, sentimientos intensos, dudas,que empujan.Sentimos necesidad de compartirlas y oir la opinión del otro; aunque también hay cosas que escribimos para nosotros mismos, como una conversación íntima con nuestra vida,y con nuestros pensamientos.
    Y lo que me parece curioso es que muchas veces lo que escribimos lo mostramos a desconocidos y lo ocultamos a gente de nuestro entorno.

    Cuando encuentro personas afines con las que compartir lo escrito, se me ensancha el mundo.

    Saludos.

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  4. La escritura es una ventana interior abierta, por donde echamos a volar palomas mensajeras con nuestros sentimientos.
    -Escribimos para comunicarnos; para liberar pensamientos y emociones que pugnan por salir de nosotros y encontrar sus afines entre los lectores.
    -Escribimos para intercambiar ideas,información,y crear vínculos de amistad.

    - Y, casi siempre,escribimos para que nos respondan y así celebrar la alegría de la comunicación; de que hemos sido escuchados.

    Saludos
    Fany

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  5. Suscribo plenamente lo que dice Fany:

    "La escritura es una ventana interior abierta, por donde echamos a volar palomas mensajeras con nuestros sentimientos".

    Y deseamos que la paloma vuelva a nuestra ventana.

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