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27 de junio de 2015

Arma letal


Hacía calor. Bajo la carpa de lona amarillenta, sentado en la estera sobre sus pies cruzados, estaba aparentemente tranquilo y expectante. Un abultado turbante negro y una espesa y larga barba de igual color tapaban su semblante. Solo sus manos sudorosas sujetando el frío metálico del kalashnikov y sus ojos inquietos descubrían su nerviosismo. Había llegado hasta allí después de un largo viaje, convencido de la necesidad de integrarse en el gran proyecto. La comunidad occidental, con su desacato, había traspasado con creces la ley sagrada y alguien tenía que poner fin a tanto desatino. Tras un duro ejercicio de meditación asistida estaba preparado para inmolarse por la causa.

El instructor apareció imponente, acompañado de tres hombres armados. Se sentó en la estera, frente a él, y permaneció en silencio mientras lo observaba. Su barba canosa y la piel blanca y delicada de sus manos destacaban entre tanta ropa negra. A duras penas pudo resistir su mirada intensa y penetrante.

—¿Estás dispuesto?
—Sí —le contestó, resuelto.
—¿Sabes que vas a morir?
—Sí, lo sé.
—¿Sabes cómo hacerlo?
—Sí, lo sé
—¿Por qué lo haces?
—Quiero contribuir a la aniquilación total de los infieles.
—¿Qué piensas obtener a cambio?
—Espero estar pronto en el paraíso, satisfecho de mi hazaña y gozando de las bellas huríes que me correspondan.
—¿Y... eso te compensa?
—Sí.
—Todavía estás a tiempo. Puedes dejarlo si no estás completamente decidido.
—No. Quiero hacerlo por encima de todo. Nada puede detenerme.
—Morirá mucha gente...
—Sí.
—...Niños inocentes...
—Sí.
—Serás maldecido (o maldicho, o maldito..., ¡yo qué sé!), despreciado por medio mundo, vilipendiado por la prensa, la radio, la televisión...
—No me importa.
—Y el pleno de Villanueva de Abajo, los vecinos, de pié en la puerta del Ayuntamiento, guardarán un minuto de silencio en señal de repulsa.
—¡¿Cómo...?!
—Sí, esa gente es así, inclemente, implacable, inhumana, sanguinaria, devastadora... en su respuesta. Utiliza ese arma disuasoria sin piedad, aún a sabiendas de su enorme poder de destrucción.
—...Entonces... ¡me lo voy a pensar! —dijo, levantándose y saliendo de la tienda pensativo.
—Sí; será mejor (es que así cada vez es más difícil atentar).

2 comentarios:

  1. Lo lejano, lo que no tiene nombre ni cara, se acepta; lo cercano, lo que si los tiene no. Bravisimo, maestro.

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  2. Como en otros relatos tuyos, me sorprendes con un final inesperado que es la clave para interpretar el conjunto y, sobre todo, tu idea sugerida con cierta ironía. Y esta vez me llega difusa o, mejor dicho, compleja, porque el protagonista fanatizado y entregada su voluntad al instructor, no es creíble en ese final. Más bien me parece que ironizas sobre ese Pleno del Ayuntamiento y el minuto de silencio.
    Bueno, ya sabes que cada lector hace una lectura diferente que tal vez no coincida con la tuya.Pero, con lo burlón que eres, tal vez no esté muy equivocada.
    De cualquier manera me ha gustado tu habilidad para despistar al lector con un sorprende final.

    Un abrazo.

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