Cuando salía del instituto solía pasar por la esquina del “Catunambú”, un café famoso que había en Sevilla, al lado de la iglesia de San Pedro, donde se ponía, a veces, un pintor callejero. Sin saber porqué, me sentía atraído por la escena en que un hombre, totalmente abstraído, trasladaba un sector de los jardines de la plaza “Cristo de Burgos” a un lienzo blanco colocado en un ligero caballete en medio de la acera. No sabría decir qué me atraía más, si los trazos calculados del pincel, la mezcla de colores brillantes en su paleta o el esbozo que dejaba adivinar el resultado final, pero lo que más admiraba era la intensidad de su mirar a lo que veía y lo que hacía y su capacidad de aislamiento en un entorno dominado por el ir y venir de la gente, el ruido de coches y los comentarios de mirones. «¿Qué será lo que le mueve tanta pasión?», me preguntaba sin sospechar que a mí, no muy tarde, me ocurriría lo mismo.
Siento desde entonces un atávico deseo ocasional de pintar en la calle, no importa lo que pinte; de perderme en medio de la gente en un mundo estético que es solo mío y sentir la comunión de la belleza, la capacidad de hacer y el sentimiento de crear. Ya no se ve pintar en la calle; quizás en los alrededores del museo del Prado hay “pintores de pega” simulando que pintan cuadros previamente terminados que tratan de vender a incautos turistas ávidos de artes plásticas. Ni siquiera en la plaza de Montmartre, allá en el Sacre Coeur parisino, son auténticos los artistas que se hacinan ofreciendo unas mediocres obras, propias o ajenas, ya pintadas en sus estudios. Hoy día, la fotografía digital, con la perfección con que capta los colores y el photoshop, con la posibilidad de retocarlos, han secuestrado la creación del paisaje urbano en un solitario, aislado y cómodo estudio donde el supuesto artista no percibe ni el olor, ni el ruido, ni el calor que inspiran una determinada forma de ver la calle.
Ayer me puse a pintar, al aire libre en una calle de un pueblo de la costa. Planté mi caballete, coloqué un lienzo vertical, abrí mi caja de óleos, dispuse el abanico de colores en mi paleta y elegí un pincel mediano para dejar sobre el blanco mis primeras intenciones. Quería plasmar el efecto que una adelfa proyectaba sobre una fachada de cal, una sombra que era un muestrario de colores reflejados, pero lo que quería realmente era volver a experimentar aquella añorada sensación de ensimismamiento y de placer sensorial de un tiempo que pasó.
Pronto entró a la derecha de mi campo visual, sentado en un banco, un chaval absorto en mi quehacer. Lejos de la impaciencia y la constante actividad que se espera de un niño, permanecía inmóvil y en silencio sin apartar ojo de mi obra. Su presencia callada y diminuta, que no alteraba mi tarea, me llevó en volandas a la esquina de la plaza de San Pedro y una nostalgia inmensa se apoderó de mí. Seguí pintando perdido en mis recuerdos hasta que se cansaron los reflejos de la adelfa y se empezaron a agotar mis emociones; a mi alrededor, un grupo de turistas que había estado mirando discretamente, empezó a dispersarse. Mientras limpiaba y guardaba los pinceles, observé que el chaval salía de su inmovilidad, se levantaba del banco y, de forma decidida, se agachaba y recogía del suelo un pequeño cesto con monedas que había allí cerca, casi a la vera de mis pies (?); después, sin decir nada, se alejó con rapidez guardándose las monedas en el bolsillo (!). «¡Joder con el niñito!, yo imaginándolo como un pintor en ciernes y el puñetero materialista obteniendo beneficio a costa de mi exhibición pictórica!», dije para mí.
No sabía si sentirme un incauto o defraudado como artista o como actor. En el camino de regreso repasé la escena con simpatía, «desde luego el niño tiene imaginación y desparpajo para hacer dinero; en mi archivo anecdotario lo llamaré “Botín”», sonreí con ironía.
Tus descripciones de lo cotidiano, escritas desde el sentimiento, siempre me emocionan.Pero en esta, hay elementos que hago míos con especial sensibilidad,porque forman parte de mi mundo : "el abanico de colores en la paleta"..."La sombra de la adelfa sobre la pared de cal"...Lienzo,oleos,pinceles para colorear la vida."Ensimismamiento", "placer sensorial"...Placer de transmitir sentimientos y evocar tus años jóvenes y entrelazarlos con el presente.
ResponderEliminarY, cuando la emoción estaba a punto de jugarme una mala pasada -aquí, en un cyber-café sin café- me arranca una sonrisa la picaresca del chaval, descrita con gracia y sin enfado.
Un bellísimo relato de unas horas de tu vida; una fantástica pintura tan bella como la sombra de la adelfa.
Un abrazo.
Fany
Amigo, ese niño es un "empresario", algo que nosotros, los soñadores, no seremos jamás...
ResponderEliminarCon mi más sincero afán
ResponderEliminarcomento: Me ha hecho tilín
el relato del barbián
al que has llamado Botín.
Si no fuera lo fetén
habría dicho que “ a mí plín”
o “me importa un cataplín
y eso no es plan ni está bien.
Con mi más sincero afán
ResponderEliminarcomento: Me ha hecho tilín
el relato del barbián
al que has llamado Botín.
Si no fuera lo fetén
habría dicho que “ a mí plín”
o “me importa un cataplín
y eso no es plan ni está bien.
Hay relatos musicales y éste es uno de ellos. Nos llevas por tus recuerdos al comienzo de él; sosegado, tierno y nostágico, como un violín al viento. Pasas al piano de la realidad artística con esa pasión por el reflejo en la cal de los colores de una adelfa; continúas con el saxo cuando te aproxima a las emociones del niño, iguales que las tuyas hace años; y terminas con cimbales, platillos, tambores, la apoteósis final que celebra la vida en el desparpajo e ingenio de ese posible empresario (como dice Jenofonte).
ResponderEliminarMi enhorabuena, otra vez. Muy lograda esa pincelada.
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¡¡Fantástico !!.
ResponderEliminarHabilmente describe tres momentos relacionados con su pasión por la pintura: La fascinación que sintió ya en su infancia;el momento actual en el que dos concepciones del arte se oponen:la de quienes, carentes de sensibilidad, mercadean y masifican el arte, y la de quien, como usted,detiene su mirada en los reflejos de la adelfa en la pared de cal,y su sensibilidad los hace objeto pictórico para su lienzo.
Y, por último, el momento en que sale de su ensoñación y descubre que, a sus años, usted es el inocente y el pícaro niño el astuto,
rompiendo así el vínculo sentimental que había creado entre el chaval y el niño que usted fue; pero lo hace con simpatía, por la forma ingeniosa de sacar provecho del arte ajeno.La fantasía y la imaginación siempre son dignas de admiración.
Sus desenlaces suelen guardar una sorpresa para sonreir.
Saludo.
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Me detengo aquí, imaginando lo que dices:
ResponderEliminar"Quería plasmar el efecto que una adelfa proyectaba sobre una fachada de cal, una sombra que era un muestrario de colores reflejados, pero lo que quería realmente era volver a experimentar aquella añorada sensación de ensimismamiento y de placer sensorial de un tiempo que pasó".
¿Puede un pintor ensimismarse en la creación cuando pinta en la calle, rodeado de curiosos?.
Para mí ese momento, en el que el pintor siente la necesidad de pintar, requiere soledad,concentración, entrega al objeto que atrae su sensibilidad y dialogar con el mismo, porque pintar es algo íntimo.
Saludos
Cleidoscopio: La respuesta es sí; y no lo digo de oídas. Cuando me "meto" en mi mundo de proposición, estrategia, aplicación técnica y va surgiendo de la nada algo tuyo que se identifica con lo que ves, el resto del mundo simplemente no existe. Y no me creo excepcional en este sentimiento.
ResponderEliminarGracias por tu respuesta.Es una suerte tener la capacidad de "salirte del mundo", ¡tan atronador!,y entregarte a la creación.
ResponderEliminarYo no he pintado nunca en la calle, pero cualquier cosa que requiera mi creatividad,aunque sean cuatro garabatos,no soporta la mirada de nadie; ni siquiera de gente amiga o de mi familia.Es que en el proceso de creación es como si estuviera mostrando mi "alma" desnuda, que solo a mí me pertenece.
Saludos.
Me ha gustado mucho este relato.Tiene su pincelada de humor, de crítica al mal llamado arte y ensoñación en los reflejos de las adelfas sobre la pared de cal.
ResponderEliminarEn cuanto a la capacidad de evasión del entorno en cualquier proceso creativo, coincido más con Caleidoscopio: es un acto de tanta intimidad que requiere aislamiento y soledad.
Saludos.