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6 de junio de 2011

Don Genaro (reedición)

Don Genaro es alto, enormemente delgado y viste de negro riguroso, su cara alargada, nariz aguileña y cejas hirsutas le dan un aspecto imponente y, sin la mascota de ala corta también negra, muestra una inacabable y reluciente calva. Pero lo que llama verdaderamente la atención son sus manos, de piel delicada que traslucen un delta de venas azuladas y dedos excesivamente largos con uñas transparentes, que acciona constantemente ayudándose a exponer sus pensamientos. Le gusta más enseñar palabras que números. Es un espectáculo ver su forma de explicar las metáforas: «peinar el viento..., fatigar la selva...» o recitar poesías tenebrosas: «me gusta un cementerio, de muertos bien relleno, manando sangre y cieno, que impida el respirar...».

Es de Fregenal, un pueblo grande de trasierra, pero vino destinado aquí hace muchos años, aquí se casó y su amor filial, ante la falta de descendencia, lo volcó en el cuidado y la enseñanza de los niños y no tan niños del lugar. Y es bueno. Tiene fama de bueno. Es enemigo del castigo y empeña su generosidad con aquel que demuestra sacrificio, dedicación y valía.

Fuera de la escuela es un hombre de su casa; no se le ve en la cantina ni en la iglesia. Dicen que lee, escribe y oye música en un aparato de radio que tiene. Por parte de tarde, sale a pasear por la calle, si hace buen tiempo. Es amable con todo el mundo, no hace distinciones de personas ni de clases, solo con el cura, que le acompaña en sus paseos, tiene frecuentemente discusiones sobre cuestiones religiosas y formas de enseñar.
—Creo que lo mejor es que ingrese en el seminario, don Genaro —dice el cura.
—¡Pero don Francisco!, usted siempre barriendo para casa. ¿Es que la Iglesia no puede olvidar por una vez el proselitismo y pensar que hay otras opciones en la vida? Este chaval no tiene vocación de cura ni nada que se le parezca. Es más, si por necesidad tuviera que vestir sotana, sería un mal cura, le gustan demasiado las mujeres.
—¿Y a quien no? Pero eso no es obstáculo; la fortaleza que infunde en el ánimo la enseñanza religiosa le mantendría alejado del pecado, en la santa abstinencia que nos caracteriza.
—¡No me haga hablar, don Francisco, que los dos hemos vivido mucho!
—¿Qué quiere decir?
—¡Dejémoslo! Nos alejaría del tema. Simplemente no creo que el seminario sea buena idea.
—Pues yo insisto. Incluso dede el punto de vista práctico es interesante. Tendría casa, cama y comida, un destino que asegura su estabilidad y..., si vale y tiene suerte, puede escalar puestos de responsabilidad.
—¡Sí, hombre, un obispo o un cardenal! José no es un muchacho cualquiera, es un chico excepcional y su propuesta sería vender su alma a... la Iglesia y renunciar a toda posibilidad de desarrollar su propio potencial en otros campos.
—Usted siempre tan liberal. No considera que la Iglesia ha sido y es la columna vertebral de nuestra sociedad e insiste en fantasías de difícil, cuando no imposible, realización. Las teorías de ese tal Giner de los Ríos le tiene sorbido el seso.
—¡No me toque usted... ese tema si quiere que tengamos la fiesta en paz! ...Sorbido el seso... ¡qué me va a decir usted de sorber el seso!

El toque de campana que anuncia el comienzo del rosario, suele poner fin al paseo y a la tertulia.
—¡Bueno, don Genaro, me llama mi deber! Seguiremos con el tema, no crea que ésto ha terminado, ¡pero no ese enfade, hombre, que no es para tanto!
—¡Ande allá a pasar cuentas y a entonar letanías con sus beatas! Nos vemos mañana.

Es pronto para recogerse y la tarde invita a pasear. El tema de José no se le va de la cabeza y, sin querer, encamina sus pasos hacia su casa.
—¡Mira, padre, por allí viene don Genaro! —señala José. Viene calle arriba, algo encorvado, manos a la espalda y mirada al suelo. Corresponde, distraído, al saludo afectuoso de la gente que se cruza.
—¡Buenas tardes, familia! —saluda, haciendo un leve amago de quitarse el sombrero, al llegar a nuestra altura.
—¡Buenas tardes, don Genaro! —contestamos al unísono, poniéndonos de pié—. ¿Qué le trae por aquí?
—Vengo dando un paseo a hablar con usted —dice, dirigiéndose a mi padre.
—Pues pase usted, estaremos mejor dentro —repone mi padre, sorprendido y señalando la puerta con un gesto amable. Entramos y el maestro se sienta en la mecedora que le ofrecemos.
—Disculpe un momento, don Genaro, voy a la cocina a avisar a mi mujer.

Nos quedamos en silencio, observando el gesto serio del maestro, su calva reluciente, sus piernas cruzadas, sus manos transparentes sosteniendo apenas el sombrero y cómo, desubicado, recorre con mirada distraída la humilde sala. Las paredes blancas de cal con zócalo de azulina, el suelo empedrado, brillante a fuerza de infinita friegas, el enfoscado techo de cañizo, la puerta tosca que se abre al pequeño patio, el pequeño armario chinero, empotrado en un rincón, la percha de seis brazos de la que cuelga un tabardo y dos gorras de visera, el almanaque, con la imagen del corazón de Jesús y el taco de hojas diarias con santoral, junto al carburo, la mesa de camilla con enaguas y pañito de puntilla que soporta el quinqué de cristal azulado y las cuantas sillas de palilleros de pino blanco.
—¡Buenas tardes, don Genaro!, perdone que le haya hecho esperar —entra mi madre, seguida de mi padre, limpiándose las manos en el delantal como es su rutina. Se sientan junto a él y se disponen a escucharlo atentamente.
—Hace tiempo que quería hablar con ustedes respecto de José y unos días por otros...
—¿Ha hecho algo malo, don Genaro?— pregunta mi madre, angustiada.
—Al contrario, es un buen muchacho —dice el maestro, recostado en la mecedora y mirando afectuosamente a mi hermano —. Es inteligente, aplicado, trabajador y una excelente persona.
José baja la vista, abrumado, con una sonrisa de satisfacción.
—Y es por eso por lo que vengo a comunicarles mi opinión de que debe aprovechar esas cualidades. Perdonen mi franqueza, pero creo que debe aprender a hacer algo más instructivo y provechoso que arar, sembrar, segar o cuidar ganado.
Nos miramos satisfechos pero seguimos expectantes.
—¿Qué quiere usted decir, don Genaro? —inquirió mi padre.
—Creo, sinceramente, que deben enviarlo a estudiar a Sevilla.
La sorpresa causa unos momentos de silencio.
—Sería una pena que unas facultades tan excepcionales se perdieran en la vida sin futuro de este pueblo —insistió, el maestro. Una sombra de tristeza asoma en los ojos de mi padre
—Nos enorgullecen sus palabras don Genaro, pero..., nosotros no podemos...
—Sé que es muy costoso —corta, con un ademan—, especialmente para gente humilde como vosotros, pero hay que hacer un esfuerzo para lograrlo. Podríamos pedir una beca, yo me encargo del papeleo, y en cuanto a los gastos yo ayudaría, el ayuntamiento también y le sacaríamos al cura una colecta.
Mis padres siguen perplejos y él continúa.
—Con esto tendríamos para empezar, después...
—¡Ay, Dios mio de mi alma!, ¿qué vamos a hacer? — suspira mi madre a punto del sollozo; mi padre le hace un gesto de consuelo.
—Yo..., nosotros, se lo agradecemos en el alma, don Genaro, pero no puede ser; no solo son los gastos, es que mi hijo mayor me es imprescindible para sacar cuatro perras todos los días vendiendo el cisco y el pescado, y, además..., ¿dónde iba a vivir?, ¿quién iba a cuidar de él...?
Se hace el silencio. Se impone la triste realidad. Tras unos instantes el maestro se incorpora y mis padres lo imitan.
—Lo comprendo, pero no debemos rendirnos —sentencia, resuelto, el maestro—. Este es solo el comienzo, vamos a seguir pensando y ya surgirá algo —, propone, esperanzado, dirigiéndose a la puerta de la calle.
—Quedad con Dios —se despide, al tiempo que se coloca la mascota
—Vaya usted con Él, don Genaro —respondemos a la vez.

Esta noche, de una forma u otra, el sueño nos ha sorprendido a todos de madrugada, con los ojos en el techo y la imaginación desbocada.


7 comentarios:

  1. Sigo esta historia con interés.Muy elocuente el diálogo con el cura, en el que ya se perfila la personalidad de Don Genaro opuesta a la del párroco.Su conversación expresa lo que, en la mayoría de los casos, era el futuro de los chicos pobres que querían estudiar y no tuvieron un maestro como D.Genaro.
    Esta parte me ha parecido menos emocionante que el relato anterior. Está muy bien escrito el diálogo con los padres y la generosidad del maestro, pero transcurre sin reflejar las emociones que aquello debió provocar, sobre todo en José. Tal vez será objeto del siguiente capítulo.

    Me permito aconsejarle que revise el texto, para corregir algunas erratas (no faltas de ortografía).Intuyo que a usted le gustan las cosas bien hechas.

    Saludos
    ^^^^

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  2. Gracias ^^^^, por comentar y señalar erratas.
    Sí. Debo recomponer ambos relatos.

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  3. Como antes comentó ^^^^, a este relato le falta emoción. En los anteriores, José era el narrador y el que iba desgranando sus sentimientos. Aquí rompe esa estructura. Siga con él como narrador; se opone,concuerda, admite...a los personajes y los sucesos y eso le daba credibilidad y acierto.

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  4. No. No era José el narrador. No debe haber leído bien.
    Gracias, no obstante, por intentarlo y opinar.

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  5. Creo que "anónimo" tiene razón (aunque haya equivocado José con su hermano), el relato rompe la estructura al no haber primera persona.

    No obstante, su comentario de que lo revisaría da contestación a las objeciones.

    Las descripciones siguen siendo magníficas.

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  6. Aunque domina el diálogo, sí que hay primera persona;pero su narración es muy lacónica y fría.Se limita a expresar gestos,tono de voz,a dar paso al diálogo... pero no se detiene a trasmitirnos las profundas emociones que esa noticia tuvo, necesariamente, que provocar en todos, incluso en él mismo porque aquello suponía la separación de su hermano.
    Es esto lo que, en mi opinión, hace que el relato decaiga.
    En cualquier historia larga, hay páginas de diálogo. No todo tiene que narrarse.Deben combinarse descripción, narración y diálogo.Yo no veo que la estructura tenga que ser la misma, sino que haya emoción en las palabras.
    Saludos a los anónimos que han opinado.

    ^^^^

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  7. Pensaba encontrar en la reedición la emoción que eché de menos en la primera versión, pero no ha sido así.
    Ha corregido las erratas y ha ampliadola parte narrativa y descriptiva sobre D.Genaro.Queda muy bien retratado, así como el trato tolerante entre él y el cura, a pesar de sus importantes divergencias.

    Sin embargo,me sigue pareciendo fría la reacción de la familia ante la propuesta de D. Genaro.Tengo en cuenta la sobriedad expresiva de la gente de zonas rurales, pero a pesar de eso, se pueden percibir sus emociones y aquí quedan muy ocultas.

    Tal vez en otro capítulo explique usted la alteración que supuso este hecho, tanto en la economía familiar, como en sus emociones.

    Saludos.
    ^^^^

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