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14 de junio de 2011

La víspera


    La noche víspera del día de la Patrona es, tradicionalmente, la de los fuegos artificiales. El acontecimiento se limita al lanzamiento de un par de docenas de cohetes y alguna que otra “traca” que asusta a los chiquillos y hace sonreír a los mayores. Finalmente, comienza a girar una pequeña rueda de cartuchos que va lanzando chispas de colores al tiempo que se despliega un letrero de tela con la vieja leyenda “Viva Santa Marina”. Las falsas exclamaciones de asombro se mezclan con los condescendiente comentarios sobre la calidad del acto respecto del año anterior.
     Esta noche está todo el pueblo en la plaza, alegre y expectante. Los pudientes asomados a las ventanas o acompañando a sus damas que, sentadas en los balcones decorados con algún ostentoso mantón de Manila o con vistosas colchas de camas y abanicándose nerviosas sabiéndose observadas, aguardan impacientes el comienzo del singular acontecimiento. Abajo, los demás buscan puestos estratégicos que permitan verlo todo manteniendo una prudente distancia de los artilugios pirotécnicos, «este año el espectáculo será mejor, la república es más espléndida: habrá menos fuego de cirios y más de tracas». Los niños dejan de corretear y se encaraman a las rejas o se sientan a horcajadas en los hombros de sus padres. Comienza la función.
      Igual que siempre. Una serie inicial de cohetes aislados lanzada al cielo oscuro por una mano cicatera, y luego otra de los llamados “rastreros” buscando los tobillos de las muchachas que, simulando alarma, dan grititos y se protegen con las faldas. La primera traca siembra el recelo en el personal y anuncia el girar de la rueda de cartuchos que, desprendiendo una luz potente y blanca, ilumina las caras asombradas de pequeños y mayores. Allá arriba, en el balcón, los ojos brillantes de Milagros se cruzan con los míos y creo que me sonríen. Un ¡ooooohhh! me saca del encanto. Se ha desplegado el letrero. Este año es distinto. No se refiere a la santa, unas letras rojas proclaman «¡Viva la República!». Nuevas tracas ponen fin al evento. En el silencio posterior, con restos de la rueda chamuscada dando vueltas, prorrumpe el aplauso general; yo me dejo llevar y también aplaudo no se bien por qué.

     La plaza se va despejando. La gente mayor fuerza a los pequeños a regresar a casa con la promesa de ofrecer “perrunillas”, magdalenas y caramelos antes de intentar dormirlos venciendo su natural agitación.  Ahora viene el baile. Como cada año, las muchachas han adornado con flores y farolillos de papel un rincón al lado de la fuente de arriba donde labriegos forasteros reconvertidos en músicos, provistos de acordeón, saxo, caja, bombo y platillo, atacan y repiten, como pueden, pasodobles trasnochados.
     Los jóvenes llegan presurosos buscando la ocasión de contactos y emociones. Ellas, ataviadas con sus mejores galas, provocan con sus risas recatadas a los “zagalones” que, incómodos con sus atuendos de estreno, no saben qué hacer ni cómo hacer para conseguir un baile sin someterse al fracaso de una negativa. Los mayores se sientan en veladores de madera, toman gaseosa, cerveza o vino de pitarra, y escuchan y observan lo que acontece sin perder detalle.
    Este año, por necesidades del servicio militar, José no ha podido venir a la fiesta, y no es lo mismo. El año pasado, cuando vino de permiso, vestido de uniforme, causó sensación en el baile. Las muchachas cuchicheaban mientras le lanzaban miradas de arrebato. Él, consciente de su éxito, sonreía y mostraba su mejor compostura henchido de satisfacción y yo, a su lado, compartía su alegría mostrando ufano mi parentesco y cercanía. Todos esperaban el arranque de la música para ver al apuesto militar sacar a bailar a la moza de sus sueños que disimulaba nerviosa escondida entre amigas, pero, cuando empezó a sonar... “capote de grana y oro...”, José se dirigió a mi madre que, sentada junto a mi padre, lo observaba arrobada. Con una estudiada reverencia le ofreció su mano y mi madre se dejó llevar, extasiada. Un corro le hicieron mientras se movían en un maravilloso compás... «que le pongan un crespón a la Mezquita..., a la torre y sus campanas a la reja y a la cruz... », mi padre los miraba serio, solo el brillo de sus ojos y el temblor de su barbilla denotaba la emoción contenida, y yo me sentí orgulloso de pertenecer a esa humilde familia.
    Yo tampoco soy el mismo. Han pasado cosas. En el fondo me alegro de la ausencia de José. Varios muchachos del pueblo y algún forastero han solicitado bailar con Milagros y ella ha rechazado. Me gusta. El del saxo inicia una melodía suave «cabaretera... mi dulce arrabalera...te quiero en mi pobreza...» y noto desde lejos su mirada fija en mi. Nunca me hubiera atrevido a pedirle un baile, pero ahora, embebido por su encanto me acerco y, en un momento, flotamos en el aire. El mundo alrededor desaparece. Su mano, suave y temblorosa, se apoya en el lecho calloso de la mía. Su cintura, breve y sinuosa, cede levemente al tacto temeroso de mi brazo tosco. Siento su calor y su aliento. No nos miramos, pero un inevitable temblor delata la emoción mutua. Un ocasional roce de su cuerpo y nace una sensación nueva, un latir en mi garganta, una angustia placentera que me abrasa y anula mi voluntad. No soy consciente de cuándo nos separamos pero todavía, camino ya de casa, conservo su perfume, la suavidad de sus manos y la turgencia de su cuerpo.
    La noticia corrió como la pólvora, «han robado en casa de don Manuel, durante los fuegos», «se han llevado toda la chacina de este año», «no ha sido gente el pueblo, dicen que han visto forasteros huyendo por el camino de Aracena». Algunos accionan con gestos de rechazo, «¡ojalá revienten», otros guardan silencio, mi tío Plácido sonríe y comenta en voz baja «que les aproveche».
    Esta noche le han robado la matanza a don Manuel y a mi, su hija, me ha robado el corazón.

1 comentario:

  1. ¡¡EXCELENTE !!.Aquí vuelvo a reconocerle su magistral forma de narrar y describir ambientes.Creo que es lo que mejor se le da; más que describir personajes, cautivan los ambientes en los que se mueven las emociones.
    Me transmite,me hace vivir y sentir, esa fiesta:se visualizan los fuegos artificiales, el clamor de la gente;los elementos visuales y sonoros; el juego provocador de lanzar petardos a los tobillos de las chicas, etc.Muy bien elegidos los pasodobles;bien descrito el emotivo baile de José con su madre;y excelente la ambientación del baile, donde laten emociones propias de los jóvenes,los celos del protagonista hacia su hermano José,el deseo disimulado de las chicas, de esa forma silenciosa de decir: "éste es el que me gusta", negando el baile a los demás... En fín, que me parece un fantástico relato.
    ¡¡Enhorabuena !!.

    Me da la impresión de que todos los relatos forman parte de un todo, pero que usted nos los ofrece de forma desordenada. ¿Es eso?.
    Para mí, usted es fuerte,en la descripción de ambientes, y es ahí donde usted deposita las emociones.
    Saludos.

    ^^^^

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