Páginas

4 de junio de 2011

La vejez

Llega un momento en la vida en que uno se topa con la vejez. Certificamos la razón de vivir, de ser vivo: hemos nacido, hemos crecido, nos hemos reproducido y... nos espera la muerte. Es inexorable esta evolución y este destino. Nacer y crecer son fases preparatorias de la verdadera misión, reproducirse. Y el único objetivo de vivir, sorprendente, incomprensible, divino (por lo oculto), es la creación de una nueva vida. Vivir, biológicamente, es inmolarse en otra vida. Morir es, simplemente, dejar de ser.
Las leyes biológicas, mucho más constantes, serias e importantes que las administrativas, actúan sobre nosotros, como individuos, garantizando este proceso que hace trascender la humanidad. Para ello dispone de una potente, extraordinaria y compleja maquinaria que garantiza la consecución del fin. El instinto de conservación, con sus poderosas armas, nos protege de las injurias externas e internas, adquiridas por el perfeccionamiento evolutivo de nuestras defensas naturales y también producto de nuestras capacidades inventivas y constructoras de medios artificiales; el de alimentación asegura, a toda costa, nuestro mantenimiento, crecimiento y óptimo desarrollo; finalmente, el sexual, complejo entramado de efectos hormonales específicos que nos inducen a la fusión obligatoria de ambos sexos, a inseminar eficazmente y a edificar con éxito el auténtico milagro de la creación humana y animal.
Salvo errores de la naturaleza, insignificantes en la ingente perfección del conjunto, nadie puede abstraerse a esta implacable tiranía biológica. No tengo la menor duda de que, durante este período vital, nuestra conducta, conscientemente o no, está condicionada por el sexo. No hay más que mirar nuestras actividades sociales cotidianas para evidenciar que, explícita o implícitamente, el sexo está presente en todas ellas para utilizarlo, para potenciarlo o para censurarlo. Es la dictadura del sexo.

Con el tiempo, cuando el individuo empieza a ser inservible para su misión, lenta pero inexorablemente, la biología lo deja en caída libre, despreocupándose poco a poco de su suerte. Comienza a retirarle su manto protector y dejarle desvalido ante las agresiones propias y del entorno. Es el inicio de la vejez sin otro destino que la muerte.
Sin embargo su falta de piedad es solo aparente. Porque, además de la inteligencia, la biología nos dota desde nuestra más temprana edad de la facultad de tener sensaciones, de sentir, para que, cultivando la capacidad de apreciar la perfección, el equilibrio y la belleza de nuestro entorno, creemos libremente nuestro mundo de sentimientos. Y configurar con ellos nuestra esencia, nuestra forma de ser, nuestra persona; un conjunto de cualidades especiales que nos hace ser especiales y distintos.

A la vejez, la persona le aporta la sabiduría, la ponderación, la prudencia, la ecuanimidad, la justicia. También la enriquece con la consideración, la humildad, la mansedumbre y, sobre todo, la generosidad, componente indispensable para la afectividad y el amor. Solo como persona podemos dignificar al individuo; solo con la cualificación personal que hayamos podido y sabido atesorar seremos capaces de emprender con solvencia la última etapa de nuestra vida.
Solo como persona, estoy seguro, libres por fin de la tiranía del sexo (ahora es una opción), podremos cruzar este último trayecto disfrutando de un paisaje hasta ahora desconocido, esta vez auténtico (sin intereses espurios), enriquecedor y enormemente satisfactorio; y afrontar, sin necesidad del asidero de falsas promesas celestiales, con una conformidad serena desprovista aspavientos dramáticos y mirándola a la cara, con expectación y respeto pero sin miedo, la vertiginosa idea de no existir.

5 comentarios:

  1. Sus reflexiones sobre la vejez,como corto camino hacia la muerte, son muy interesantes y bien razonadas.
    En la vejez se cierran unas posibilidades y se abren otras; pero como usted señala:
    "solo con la cualificación personal que hayamos podido y sabido atesorar seremos capaces de emprender con solvencia la última etapa de nuestra vida".

    Esa cualificación es imprescindible para saber captar lo positivo y bello del mundo y de esta etapa de la vida.Vieja es la gente pasiva.

    Yo identifico la vejez con la falta de deseos y la indiferencia.

    Usted no me parece viejo.Hay belleza, imaginación y criterio en sus escritos.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Muy filosofico.
    No has cambiado

    ResponderEliminar
  3. Buena reflexión sobre un tema en el que, a partir de cierta edad, todos hemos pensado.
    La muerte, la no existencia, la nada. Ley inexorable que mueve el Universo, más aún que cualquier otra.

    En esa última etapa, tengo la teoría de que los humanos somos la caricatura de lo que hemos sido; que todo lo acumulado se presenta con mayor iluminación. Así el generoso será aún más; el avaro, mezquino; el alegre, un volcan de risas; el bondadoso, casi la Bondad.
    No creo que todos puedan medirse por el mismo rasero y ahí queda la incógnita: ¿Por que esa exacerbación de atributos en la última etapa?

    Podemos afrontar la muerte con serenidad, cierto, pero nuestra biología, a lo largo de la vida, ha estado preparada para la supervivencia (en uno mismo y en la de su especie) y, ese instinto, en la mayoría de los casos, continúa presente. La supervivencia hace que queramos estar vivos, que la muerte sea un fin último que podemos aceptarlo pero no comprenderlo. ¿Un error de la Naturaleza, error necesario pero injusto?
    Y sobre todo, ¿por qué somos la única especie que tiene conciencia de su propia muerte?, ¿no es una jugarreta de ella? ¿una broma cruel?

    Decía Camilo José Cela que se moría cuando se hacía "pss" a la vida, y remataba el juicio con su certitud de ser inmortal, asegurando que él nunca lo haría.
    ¿Por qué la muerte llega a los seres que "viven"? ¿Por qué llega, en muchos casos, cuando se adquiere la plenitud y se puede saborear la vida?

    Buen tema y buen planteamiento, don Luis.

    ResponderEliminar
  4. Es a partir de cierta edad -digamos, hacia los sesenta- que se piensa en la muerte como una realidad que acecha.Se comienza a contar cuántos años lúcidos quedan y cómo llegar a ese final.
    Aceptar con serenidad que el tiempo y la vida se acorta, es un acto de humildad, de saberse parte de la Naturaleza y sujetos a sus leyes.
    En la vejez, no hay triunfalismos; se sabe uno vulnerable y fugaz; y creo que es bueno ser conscientes de ello para que emerjan todos los deseos, todas las posibilidades de amar, de crear, de sentir, de emocionarse, y compartirlas con los demás; vaciar los rincones del alma en los amigos,y en las personas que se interesan por nosotros.No desoir la voz de quien nos llama.Dejadnos amar y dar amor en estos`pocos años que nos quedan.
    Y aceptar con serenidad los versos del poeta:

    "Y yo me iré, y seguirán los pájaros cantando".
    (J.R.Jimenez: "viaje definitivo")

    ^^^^

    ResponderEliminar
  5. Voy a corregir una palabra de mi comentario anterior,para expresar más exactamente lo que quiero decir:

    No se trata de un imperativo hacia los otros:
    "Dejadnos amar", sino de una reflexión a uno mismo: "Dejarnos amar"; no ser esquivos ni insensibles.

    ^^^^

    ResponderEliminar